ALBORADA ¿Cómo no recordar aquellos amaneceres en los que el día afloraba del oscuro agujero de la noche? Los destellos rojizos de la aurora, los madrugadores humos de las chimeneas, los ecos del ruido sobre el silencio persistente, el despertar de los ganados... Y, sobre todo ello, los toques variopintos de las campanas, incorporadas a la vida de los hombres con la misma naturalidad que los primeros rayos del sol. En cuanto a la zorra, bueno, eso es algo que no pasaba todos los días. De hecho, muy pocas veces caía una zorra en una trampa... Pero si alguna vez caía, quedaba para siempre en la dilatada retina de la memoria. ALBORADA. Churín, churaba. Mi cerda tiene cerditos que no le sueltan las mamas. Los perros ladran. La zorra vino de noche y no se fue de mañana. Cayó en la trampa. La vida toda se alerta. El gallo, cuando despierta, arranca el velo del alba. La zorra pende del lazo, la lengua afuera, muy larga. los perros, como no llegan, le mandan ojos de rabia. Si pueden la despedazan. Como ratones, chiquitos, son mis gatitos. Parió la vaca. Cuando solté las ovejas bramó la vaca. El burro irguió las orejas, sonó un rebuzno en la cuadra. En el corral, las gallinas, por las esquinas cacareaban. A un tris estuvo la suerte de desplumarlas. La zorra tiene buen pelo para zamarra. Cien duros quizás los valga. La carne para los perros, que bien la ganan. En el reloj son en punto las siete de la mañana. El sol emerge. La tierra llama. El cura anuncia la misa con las campanas. Mariano Estrada Del libro “Tierra conmovida”
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