Muelas de los Caballeros - Zamora

EL BANCO DE LA PUERTA DE SEVERIANA

Bien sé que esto es sólo un recuerdo pero ¿a qué es entrañable y bonito? El banco más concurrido del pueblo, o por lo menos del barrio de Matalera, era el de la puerta de Severiana, donde al anochecer tomaban las sopas un montón de vecinos. Las sopas, la buena convivencia, la conversación, la risa... Todo eso lo ha acaparado la televisión, donde los vecinos somos únicamente espectadores. El banco de la puerta de Severiana era alegre, reconfortante y deliciosamente participativo... Había otras puertas y otros bancos, pero como el de Severiana, ninguno... ¿Cómo compararlo con los bancos de ahora, que son los que regulan nuestras vidas y nuestras descomunales hipotecas: ésas que nos mantienen continuamente alterados y a menudo no nos dejan dormir?

MI PUEBLO.

Éste es mi pueblo:
doce casas arriba,
catorce abajo,
veinte en el medio.

Venid a verlo.
Es tan bonito
como pequeño.

Arrimado a las puertas
hay un madero:
es el trago de vino,
es el tocino
y el parlamento.

Es la almohada, el remanso,
es el justo descanso
para el viajero.

Venid a verlo.

Mariano Estrada
Del libro “Trozos de cazuela compartida”

El banco de Severiana de mis recuerdos de infancia (yo tambien tengo uno, tú que te crees) estaba construído de pedruscos amalgamados raseados por encima con una capa de cemento. Estaba en un lateral del pequeño patio, frente a la casa de mis padres, la casa en la que nací hace ya un porrón de primaveras. El que se sentaba en él, lo hacía mirando hacia la casa y hacia el interior del patio, dando la espalda a una pequeña y preciosa huerta que cultivaba un vecino. Más allá de la huerta estaban las vias del tren a Bilbao. La nuestra era una casa aislada al lado de un camino que comunicaba dos barrios cercanos. Ese camino se iluminaba, por la noche, con bombillas sobre postes de madera. Era la hora en que ladraban los perros de un caserio, al paso de los rezagados que regresaban a casa, y respondían los de otros más alejados.
En aquel banco de piedra se sentaban las mujeres al atardecer, preferiblemente en verano, y charlaban. Era la salsa rosa de entonces. En ese banco descubrí algunas cosas fantásticas y extrañas, como un juego al que llamaban ajedrez, y también descrubrí los experimentos. ¿Que qué experimentos? Pues lo experimentos que hacían los químicos. Ese banco y ese patio es a lo que más puedo remontarme en el tiempo, un tiempo muy distinto al de ahora, ciertamente.

Fíjate, Agustín, cómo un sencillo banco, que llamaremos "banco de Severiana", puede descubrir coincidencias convivenciales entre una gran ciudad como Bilbao y un pueblecito de la provincia de Zamora llamado Muelas de los Caballeros. Me son familiares esas cosas, esos descubrimientos... Lo que pasa es que todo eso ha caído en desuso, tanto allí como aquí.
Un abrazo