EL FENAL EL FENAL ( Paso por delante de este jardín al regreso de una excursión a Aguablanca, Velilla, cuando ya era entrada la noche) Llegamos al Fenal, una densidad ingente de arbolado que proyecta en la noche un punto oscuro. Se intuye una cancela de hierro, pero no se ven sus años, que ya son herrumbrosos, como lanzas expuestas al orín. Una cancela que sin duda se abre con ruido y dificultad, y no “con la docilidad de la página” o de la hoja de una puerta reciente. Se intuye, así mismo, una pared larga de piedra. Sobre ella se adivina, porque se sabe, una celosía artesanal, parcialmente ruinosa. Detrás hay una enorme mancha selvática que oculta de una vez el horizonte alto del cielo: laurel, palmera, acebo, roble y avellano, nogal, castaño, cerezo, pino común, pino de pisos, pino piñonero, pinsapo... Y, sobre todo este amasijo de vegetación, cerrando la oscuridad, apuntando, tal vez, al infinito, unas altas secoyas ¿Se ríe usted de mí, ilustre caballero de Muelas? No, no, auténticas secoyas americanas, cuyos troncos ocupan el abrazo de unas cuantas personas y cuya altura no digo por temor a los mareos ¿Que hiperbolizo? Claro, pero he dado una idea aproximada, supongo. Y, de todos modos, los abrazos troncales referidos eran de cinco personas, los unos por los otros. Calculen. Las trajo un indiano, dicen, pero no es verdad. Junto a ellas, en medio del jardín, una casa invisible apuntala su galería sanabresa sobre una roca de punta. Casa colgante, casa de cuento, casa de hadas, antes de oración que de muñecas. La galería da al este, donde, paradójicamente, el sol de la mañana tiene prohibido el acceso y el salvaje león del mediodía se reduce a un recuelo de luz periclitada, casi un gato nocturno. Porque los árboles crecieron en densidad, en espesor, en fronda, en altura... La altura apunta hacia Dios, pero el follaje se queda en los fondales y por la noche es negro, como la muerte ¿Quién se atreve a pasar sin apretar un punto la marcha? Mariano Estrada Del libro "Aguablanca: caminos de ida y vuelta" |