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Muelas de los Caballeros - Zamora

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España > Zamora > Muelas de los Caballeros
10-03-06 21:48 #200184
Por:Mariano Estrada

¿Qué pasa con lo que vemos de lejos?
Preámbulo a modo de juego:

Alguien con poca imaginación, pero con bastante osadía, tal vez interpretando a un gran filósofo que dijo que las cosas no existen fuera de nuestra mente, pudo decir un día que “lo que no se ve no existe”, lo cual me permite a mí afirmar perfectamente que el mundo existe en la medida en que lo abarcan mis ojos, o también que el mundo existe en relación con mis desplazamientos, siempre que mantenga los ojos en vigilia...

Menos mal que hay otras gentes que, al igual que yo, tienen ojos que ven y piernas que los desplazan, pudiendo imaginar que el mundo que yo he visto otras veces, cuando he estado en otros sitios, sigue estando allí porque hay otros ojos que se mantienen abiertos. Y esto me lleva a la conclusión de que el mundo existe incluso en lugares en los que yo no he estado jamás, que son sin duda unos cuantos.

Desde luego, tranquiza mucho el hecho de que la noche no caiga en todas partes a la vez, ya que si cayera nos pillaría a casi todos dormidos y con los ojos cerrados. Porque ése sería el instante en el que Borges argumentaría (ya lo argumentó) que, siendo sólo unos pocos los que sueñan el mundo “le sería fácil a Dios matar del todo su obra”.

La curiosa afirmación de que “lo que no se ve no existe”, que, entre sus muchos defectos tiene el de limitar la percepción al sentido de la vista, en una noche de insomnio me llevó a la pregunta siguiente: ¿qué pasa con lo que vemos de lejos? Así que me subí a una montaña, miré a mi alrededor y dejé a la mente volar...

Un abrazo


Desde el balcón del Carrizoso –que es un monte relativamente doméstico- la sierra de Velilla se ve asequible y cercana. Después se rumian las cosas con paciencia y se descubre que, ante el tamaño de la inmensidad, todo lo concreto se empequeñece.

Así, los valles de Aguablanca y de Tijeo, separados por la Peña del Colagón, caben en una sola mirada, y aún en una parte de la misma. Ahora bien, aquellos claros de luna que, con nombre de pedrizas y formas caprichosas, se extienden entre la vegetación y el arbolado, no están hechos de corpúsculos de arena, como las playas de Benidorm, sino de tajos de rocas resquebrajadas y desprendidas, equivalentes a los que forman los diques de los puertos. Claro que las rocas, a su vez ¿no son granos de arena contemplados en la lupa de un descomunal microscopio, por el que miran persistentemente los dioses, los espíritus, los magos, los hacedores de sueños, los sesudos fabricantes de realidad, los hércules que aún sostienen el mundo?

Divergencias, ángulos, otros puntos de vista ¿Y qué decir de los robles centenarios que amparan por abajo esas pedrizas, o las circundan o las envuelven, alguno de los cuales aplacaría por sí solo la sed de una caterva de camiones, por más necesitados que estuvieran? Desde aquí, nada; humildes matorrales, pigmentaciones de la superficie terrenal, arbustos minuciosos y sucesivos, montes hilvanados de venus infinitas ¿Y quién nos asegura que son robles, más o menos robustos, y no matojos de yerba ensortijada y aún hormigas gigantes y verdosas en hormigueros profusos y consecutivos? La inmensidad nos abruma. Nos abruma el esplendor de este paisaje en el que hay robles-hormiga de 600 años, además de brezos ingentes que conforman lejanías de algodón, montañas de una seda suave, de la que se hubiera maravillado Joncour, léase Barricco, laderas aterciopeladas en las que los hombres serían invisibles a no ser por los aumentos de la imaginación y de los cataplines ¿No serán, quizás, los catalejos? Eso es, los catalejos.

Me he perdido, papá, y tengo miedo del lobo.

Paisajes microscópicos que, sin embargo, existen con independencia de la distancia, en su tamaño natural, y son contenedores de interminables vicisitudes de la vida, vida vegetal, vida animal, vida compartida por las eventuales incursiones del hombre y sus encuentros con Dios, con la avutarda, con el lobo, con la víbora, con las albórbolas del río... Y, sobre todo, con su propia pequeñez, que se descubre infinita, y con su acaso dolorosa soledad, que no por escondida o invisible deja de ser impresionante y aterradora.

Mariano Estrada
Fragmento del libro “Aguablanca: caminos de ida y vuelta”

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