17-01-06 11:35 | #167500 |
Por:No Registrado | |
¿Quién es "más" catalán? En estos tiempos de diarrea mental, en los que Cataluña obliga a sus alumnos a delatar a los profesores que hablen castellano en clase, parece necesaria una reflexión sobre quién es catalán. En muchas ocasiones Mercedes Salisachs me ha comentado sentirse olvidada y rechazada por el sector gremial catalanista, que considera sólo catalanes a los que escriben en catalán. Ahora resulta, vaya por Dios, que la identidad se mide a grados. Póngame media cuarta de catalá, y cien gramos de español. Que alguien me diga, por Dios, que todo esto es una pesadilla. Disfrutad del artículo porque es esclarecedor. Abrazos, Agustín La Cataluña real: plural y mestiza FÉLIX OVEJERO Parece increíble que a estas alturas haya quien se pregunte si es escritor catalán quien no escribe en esa lengua. La pregunta equivalente: “¿Se puede considerar catalán a quien no habla en catalán?”, resultaría absurda, quitaría la condición de catalán a la mayor parte de los habitantes de Cataluña. Lo que no es es escritor en lengua catalana. Pero que el ruido no nos confunda: no hay lengua propia de “Cataluña”, hay la lengua de los catalanes, dos, desde hace tiempo. Ya a finales del siglo XV se imprimían en Cataluña tantos o más libros en castellano que en catalán. Y hoy Barcelona sigue siendo el principal centro editorial del mundo en castellano. El castellano no es un injerto extraño de la cultura catalana. Por eso en Frankfurt debería estar presente toda la cultura catalana, plural y mestiza como la sociedad catalana. Cuando me plantean si los escritores castellano-hablantes tienen motivos hoy para sentirse perseguidos, mi respuesta es categórica e inmediata: no, no los tienen. No, al menos, más que un ciudadano común que tiene un comercio y puede ser denunciado, víctima de delación, por no rotular o tener impresos o no contestar en catalán. Lo que sí hay es una legión de casos que muestran las trabas de los agentes culturales institucionales a la difusión de la literatura en castellano. Y que afectan, indirectamente, a la propia literatura en catalán. Por ejemplo, hace un tiempo, antes de que falleciera el poeta, una editorial quiso hacer un libro bilingüe con poemas de Miquel Bauçà; el trabajo estaba listo y realizado por buenos conocedores de su obra, y, ante esa iniciativa, que pretendía difundir la obra poética de un autor en catalán en el ámbito de lengua castellana, la respuesta fue: “no es prioridad, para los derechohabientes de esta obra, su difusión en esa lengua (el castellano). Primero nos esforzaremos en darla a conocer en otras”. Otra cuestión muy distinta es la eficacia de las medidas concretas de la Generalitat para fomentar la difusión del libro en catalán. Este año, por ejemplo, se han destinado 3,2 millones de euros, una cifra que convendría no descuidar cuando se asegura que el “expolio” fiscal impide hacer política social. Y, sin embargo, a pesar de ese esfuerzo económico, el número de lectores en catalán no aumenta. De hecho, ése es un lamento continuo. Lo podemos valorar como queramos, pero el hecho indiscutible es que no hay detrás una demanda cultural de la sociedad catalana, una realidad reprimida. Más bien al contrario. Lo cierto es que el hostigamiento permanente, el rechazo de todo lo que se juzga “español” veta la llegada de muchas actividades culturales. Y el impulso. Una disposición, dicho sea de paso, muy inconveniente para la cultura en catalán, que se podría subir a lomos de un caballo con mucha proyección. Resulta revelador, en ese sentido, lo que puede suceder con la cultura científica, seguramente la más relevante a largo plazo, si cuaja la iniciativa más reciente: la exigencia del nivel C de catalán a los profesores impedirá el acceso o el interés de estudiantes de doctorado de profesores de España o latinoamericanos, muchos de ellos formados en Estados Unidos. Esta misma semana un alto cargo de la Generalitat vetaba por “español” el examen de septiembre. Que esto se pueda considerar un argumento lo explica todo. En realidad, la catalanización de la Universidad supone el alejamiento de la Cataluña real. Estamos instalados en un mundo de ficción. Apenas un veintitantos por ciento de los catalanes cree que Cataluña es una nación, pero el nuevo Estatuto dirá que es una nación. Pero la ficción no sale gratis. Eso supone, hacia adentro, ahormar a quienes no se atienen a una identidad nacional y, hacia fuera, alentar la visión de España como una reunión de “pueblos”, no como una comunidad de ciudadanos iguales en derechos y libertades y comprometidos con los mismos principios de justicia. Esa visión instala en la fuerza, en la imposición y el mercadeo, en donde no importan las necesidades de los ciudadanos, sino la fuerza o el poder negociador de cada “pueblo”, que ve a los otros como rivales. Todo ese léxico de “solidaridad” entre comunidades está viciado de origen, lo que importa es la justicia entre ciudadanos. Por lo demás, el juego es una carrera sin final: ninguna comunidad querrá quedarse atrás y pedirá lo mismo y un poco más. Muchos ciudadanos catalanes, de distinto modo, parecen cansados de no estar a la altura del país de ficción en nombre del cual habla buena parte de su clase política. Y empiezan a reaccionar de distinto modo. Algunos hemos redactado un manifiesto en el que demandamos una respuesta política. No impulsamos un partido político, pero sí reclamamos su necesidad. No para que represente a los “otros”, sino para que defienda una idea de ciudadanía no excluyente. Estaríamos encantados de que los partidos existentes respondieran al llamamiento, pero, visto lo visto, no tenemos razones para ser optimistas. Lo que sí es inmediato, lo que hemos percibido entre muchos ciudadanos, es un respiro de alivio, de que, por fin, alguien dice en voz alta lo que muchos pensaban y no se atrevían a decir. Publicado en: El Cultural, El Mundo, 9-15 de junio de 2005. | |
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17-01-06 15:18 | #167685 -> 167500 |
Por:No Registrado | |
RE:¿Quién es Gracias Agustín por el artículo que has colgado. Traigo aquí, otro de hoy, esclarecedor de la responsabilidad de Pujol en la deriva nacionalista. "Pingüinos Por IGNACIO CAMACHO ESA España hosca que le ha mentado Jordi Pujol a Valentí Puig en una entrevista imprescindible, esa España cabreada de ceño fruncido y puño apretado, existe. Como existe también una Cataluña borde y retadora, descarada y desafiante, que se ha venido arriba en los lances del Estatuto y se encuentra a gusto en el duelo goyesco de los garrotes y las cornadas porque en esa atmósfera crispada de desencuentros halla ámbito propicio para fomentar un clima de independencia psicológica. Lo que habría que discernir es dónde o cuándo empezó la gresca, quién elevó primero el tono faltón y sacó de paseo los viejos demonios de la discordia. Y en eso igual tampoco nos poníamos de acuerdo, por mucho que el honorable intente un ejercicio de sensatez que sinceramente se ha echado en falta a la hora de medir los pasos y las consecuencias del desvarío soberanista. Porque es verdad que ha rebrotado la desconfianza, y el cainismo, y que han resucitado los tópicos del viejo laberinto español que ya atisbaba Brenan, en el 43 nada menos, desde su retiro libertario de la Alpujarra. Pero no es menos cierto que andábamos conviviendo razonablemente hasta que el tripartito de Maragall y Carod dio por inservible la baraja con que se estaba jugando una partida que había permitido -y esto Pujol lo sabe mejor que ninguno- unas apuestas de autogobierno más que notables. Esa gente sacó otro mazo de cartas marcadas, con la complicidad de Zapatero, y encima invitó a los herederos del pujolismo a sumarse a su órdago. España sería menos hosca, menos antipática, si Cataluña no hubiese manifestado con tan desahogada evidencia su intención de marcar una raya de privilegios en el pacto constitucional. Y es quizá injusto decir Cataluña como sinécdoque de una clase política ebria de prepotencia y ventajismo, pero tampoco España es esa porción de ciudadanos ceñudos y airados, esa tropa enojada e intolerante con que se caricaturiza en Barcelona a un país plural que hace tiempo dejó atrás la cara torva, avinagrada y rancia del recelo. España es sobre todo una nación tranquila que quiere convivir sin sobresaltos, y lo ha venido haciendo sin problemas hasta que algunos han comenzado a hacer trampas para redefinir, a su modo y unilateralmente, las reglas del juego. Ayer, en el Palace madrileño, marco de tantas conspiraciones cortesanas, un catalán lúcido y transversal llamado Enric Juliana invocaba «la España de los pingüinos» para reivindicar el equilibrio de la ciudadanía compartida, el anhelo ahora casi utópico de la concordia. Pingüinos les decían en la antigua Yugoslavia, por su rareza, a quienes preferían definirse como yugoslavos en vez de como serbios, croatas, bosnios o eslovenos. Uffff, los Balcanes, ya sabemos cómo terminó aquello. Al oírlo me acordé de José María Osuna, un andaluz tan honesto que fue condenado a muerte por los dos bandos de la Guerra Civil. Qué tendrán los pingüinos, querido Enric, que a pesar de ser bichos inofensivos no dejan de cazarlos a garrotazo limpio." Publicado en ABC, 17 Enero 2006 | |
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17-01-06 16:05 | #167722 -> 167685 |
Por:No Registrado | |
otro artículo Gracias, Ramón. ¡Es un artículo muy sensato y describe la realidad tal cual es, y no tal y como pretenden vendernos algunas minorías étnicas! Precisamente, iba a colgar otro artículo de hoy, publicado en El País (¡mira por dónde!) y que viene muy bien leerlo tras el que envías de Camacho en ABC. Creo que este artículo que envío también es muy acertado, crítico y realista. Saludos, Agustín Estatut y realidad social CLEMENTE POLO ANDRÉS EL PAÍS - Opinión - 17-01-2006 Para la abrumadora mayoría de españoles, en torno al 70% según algunas encuestas publicadas, Cataluña no es una nación, mientras que para el 23% lo es. Los porcentajes son significativamente distintos entre los ciudadanos de la Comunidad Autónoma (CA) de Cataluña: cerca del 40% coinciden con la opinión mayoritaria en España, en tanto que el 50% considera Cataluña una nación. Estas cifras implican que al menos el 40% de los catalanes se sienten españoles y aceptan de buen grado el actual reparto de competencias. Por otro lado, hay una parte sustancial de los catalanes nacionalistas, posiblemente más de la mitad, para los que el ser una nación es incompatible con la existencia de la CA de Cataluña integrada en el Reino de España y aspiran a proclamar una República independiente como ya ocurriera en 1931. La marcada división de opiniones que observamos en la sociedad catalana acerca de la "naturaleza" de Cataluña no es cosa de hoy. En buena parte, es el fruto maduro de seculares agravios y enfrentamientos -reales unas veces, imaginarios otras- entre las élites que han detentado el poder en España desde el siglo XVIII y las que han aspirado a formar un Estado independiente en Cataluña. Por otra parte, la situación actual no se explica sin la presencia de millones de españoles que, atraídos por las oportunidades de empleo y mayor nivel de vida, emigraron a Cataluña y han mantenido viva su lengua, el español, y su sentido de pertenencia a España. En más de una ocasión hemos escuchado lamentarse a honorables nacionalistas, con el gran tacto que les caracteriza, de la amenaza que representan los españoles para la supervivencia de la identidad catalana. Y es verdad que sin la presencia de emigrantes en Cataluña, la fracción de la población nacionalista sería hoy mucho más elevada que la que proporcionan las encuestas. La Constitución de 1978 abrió el camino para lograr la inserción estable de Cataluña en el seno de una España democrática. En 1979 se aprobó el Estatuto ahora vigente que reconocía las peculiaridades más sobresalientes y dotaba a la naciente CA de competencias políticas y administrativas impensables sólo unos años antes. Ante esta nueva realidad histórica, los nacionalistas catalanes pudieron dar por zanjado el conflictivo pasado y apostar con entusiasmo por la inserción de Cataluña en la nueva España descentralizada y democrática. En lugar de ello, optaron por volver a atizar con su discurso sectario los hechos diferenciales, reavivando agravios que la emigración y la convivencia pacífica habían desactivado; por desempolvar la marioneta de Madrid para simbolizar la opresión centralista, culpable de casi todos los males que aquejan a Cataluña; y, en fin, convirtieron sus aspiraciones secesionistas en el objetivo último de su estrategia política. Tampoco es del todo sorprendente lo ocurrido, porque el rasgo que caracteriza a un buen nacionalista catalán es su fe en un principio incontestable del que se sigue un "derecho" indiscutible: Cataluña es una nación y, como tal, ha de constituirse en Estado independiente. Por ello, soy escéptico de que sea posible no ya convencer, sino explicar siquiera, a los nacionalistas catalanes la pertinencia y dignidad de la posición de los ciudadanos que viven en Cataluña, quieren seguir siendo españoles y, en muchos casos, cifran sus aspiraciones en lograr una Unión Europea cada vez más permeable y multicultural. A los nacionalistas catalanes no les interesan nuestras opiniones y, lo que es peor, las silencian en la medida posible. Hace ya mucho tiempo que reconocerse español o manifestarse en español (castellano), la lengua materna del 50% de los catalanes, está mal visto en todos los ámbitos oficiales de Cataluña y en todas las esferas de la sociedad civil controladas por la larga mano del Gobierno autonómico, las Diputaciones y los Ayuntamientos. Un espectador del espacio dedicado a informar sobre el tiempo en la televisión pública catalana se enterará de la temperatura que hará mañana en Varsovia, pero no de la que hará en Murcia o Zaragoza; peor para usted, deben pensar los responsables del ente, si su destino o su tierra natal son Murcia o Zaragoza y no Varsovia. La completa ausencia de símbolos meteorológicos y palabras fuera del triángulo geográfico que delimita el territorio asumido como propio por los nacionalistas -las CC AA de Cataluña, Valencia y las Islas Baleares- es una espléndida metáfora del desinterés y desdén de la televisión pública catalana y del Gobierno de Cataluña por los españoles que viven en Cataluña y en el resto de España. El Estatuto recientemente aprobado por el Parlamento de Cataluña puede calificarse con toda rotundidad de Estatuto nacionalista, porque recoge las exigencias impuestas por los nacionalistas en la oposición (Convergencia i Unió) -cuya amenaza de veto se mantuvo en pie hasta el último momento- y por los nacionalistas de Esquerra Republicana integrados en el Gobierno tripartito de la Generalitat de Cataluña. En los ámbitos lingüístico, legislativo, judicial, fiscal, relaciones exteriores, etcétera, el Estatuto propone un modelo más propio de un Estado independiente que mantuviera relaciones con España, que de una CA multicultural integrada en el Estado español. Una dicotomía, por lo demás, muy acorde con la concepción nacionalista de Cataluña y España que las considera dos entidades territorial, cultural y políticamente disjuntas, no solapadas. Algunos bienintencionados españoles, residentes con toda probabilidad fuera de la CA de Cataluña, pensarán que el asunto no es tan grave. Al fin y al cabo, se trata de un mero proyecto y las Cortes españolas acabarán poniendo las cosas en su sitio durante la tramitación del proyecto. No dudo que así se hará, si el vigente Estatuto lo permite. Primero, porque la mayoría de los actuales dirigentes del PSOE ha criticado abiertamente numerosos aspectos del contenido del proyecto de Estatuto y expresado su decepción por exigencias y blindajes inteligibles sólo desde una óptica nacionalista. Segundo, porque, aunque estuvieran de acuerdo, no podrían avalarlo, ya que hacerlo significaría alinearse con los nacionalistas catalanes frente a la voluntad, no ya del 40% de los catalanes, sino la del 70% de los españoles, el gran caladero de votos del PSOE. Otra cuestión distinta es cómo va a salir el PSOE del atolladero en que le ha sumido la impericia y la irresponsabilidad política de los Gobiernos de Cataluña y España. Porque esos calificativos merece alumbrar un proyecto de Estatuto que ha de ser enmendado con la aquiescencia de quienes acaban de aprobarlo y conjurarse para defenderlo en todos sus puntos. Por si esto fuera poco, Tomás de la Quadra-Salcedo (EL PAÍS, 21 de octubre de 2005), en un excepcional artículo apenas comentado en los medios e ignorado por los portavoces políticos que votaron a favor de su tramitación en las Cortes, nos ha alertado de las dificultades, de hecho imposibilidad, de enmendar el proyecto remitido, si no se reforma previamente el artículo 56 del vigente Estatuto. En cualquier Estado en el que las partes -llámense Comunidades Autónomas o Estados- se sienten a gusto en el todo -llámese Estado Central o Federal- la reforma se habría planteado desde un principio como un gran pacto entre los representantes políticos responsables de aprobarlo en la parte (Cataluña) y en el todo (España), incluyendo en dicho pacto las reformas constitucionales pertinentes. Se habría evitado así la absurda encrucijada política en que nos encontramos. Pero, ¿puede acaso un buen nacionalista pactar el contenido del Estatut de Catalunya con los representantes políticos de los españoles en las Cortes? ¿Quiénes son los españoles para opinar sobre cómo se organizan políticamente los catalanes? Estas y otras extravagancias similares las han repetido hasta la saciedad los líderes nacionalistas catalanes en los dos últimos años, mientras urdían el Estatut, sabedores del alborozo y belicosidad que tales declaraciones levantan entre sus votantes y de la animosidad y rechazo que provocan en la mayoría de los españoles. No se olvide que estas manifestaciones del talante nacionalista son profundamente sentidas y coherentes con su visión estereotipada y genuinamente sectaria de las sociedades catalana y española: los catalanes no son españoles y los españoles no son catalanes. En última instancia, la explicación de que los representantes políticos de Cataluña y España no hayan siquiera intentado hilvanar con un gran pacto político las líneas maestras del proyecto de Estatuto, antes de su aprobación en el Parlamento de Cataluña, es bastante obvia: el Estatuto nacionalista no aspira a zanjar ningún contencioso existente entre Cataluña y el Estado Central, ni a limar las aristas que impiden cerrar definitivamente la inserción de Cataluña en España. Su principal propósito es otro: fortalecer y blindar las posiciones nacionalistas para afrontar, con mayor probabilidad de éxito, las futuras disputas y negociaciones que jalonarán el camino inexorable hacia la consecución de un Estado catalán independiente. Por razones de principio, los nacionalistas no podían pactar con los representantes políticos españoles antes de la aprobación del Estatut en el Parlament. Pero por razones tácticas, sus representantes ya han anunciado su disposición a pactar en la sesión parlamentaria dedicada a debatir la admisión a trámite del proyecto en las Cortes, esto es, a negociar a la baja, siempre que el resultado final de la negociación suponga mayores competencias y más recursos para Cataluña. Hay finalmente una cuestión que para los españoles que trabajamos, vivimos y pagamos impuestos en Cataluña es incluso más inquietante que el propio contenido nacionalista del proyecto de Estatuto. Siendo la que es la realidad sociológica de la CA de Cataluña, ¿cómo es posible que el 90% de los representantes políticos en el Parlamento hayan aprobado un Estatuto nacionalista? ¿Dónde están los representantes políticos del 40% de los catalanes que quieren seguir siendo ciudadanos de España, no de la España del rey Pelayo y el Cid, ni de la de Austrias y Borbones, y mucho menos de la franquista, sino de la España nacida de la Constitución de 1978 que unos años después se adhería a la Europa democrática e integradora? Un 10% son, sin duda, los representantes políticos del PP que han votado no al Estatuto en el Parlamento de Cataluña. Y, ¿el resto? ¿Dónde están los representantes de los catalanes que se sienten españoles pero que, por una u otra razón, no se identifican con las posiciones políticas del PP? La respuesta, aunque decepcionante, es también bastante evidente: la gran mayoría de los catalanes que se sienten españoles carecen de representación parlamentaria en la CA de Cataluña. No es ninguna casualidad que hace unos meses un grupo de ciudadanos catalanes hiciera público un manifiesto titulado precisamente "Por un nuevo partido político en Cataluña", en el que denunciaban la asfixia de la sociedad civil catalana tras veinte años de Gobiernos nacionalistas y dos años de un Gobierno tripartito que ha dejado en manos de nacionalistas independentistas dos consellerias, Educación y Universidades, vitales para promover la concordia civil en la sociedad y que ha dedicado casi todos sus esfuerzos a sacar adelante un Estatuto nacionalista. El respaldo masivo de los representantes en el Parlament al Estatut no ha hecho sino confirmar, por si había alguna duda, la urgente necesidad de que algún partido político represente los legítimos intereses y aspiraciones de los españoles en la CA de Cataluña. | |
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17-01-06 16:12 | #167728 -> 167722 |
Por:No Registrado | |
Pujol Rumiados los artículos, necesito recordar y recalcar que el espíritu de Pujol es el espíritu del Estatut. Él es responsable directo de la crispación de hoy: "de aquellos lodos...". El nazionalismo emerge de manera preocupante con Pujol, ya que éste era un despóta hacia el resto de comunidades. Poco a poco, o mucho a mucho, hemos llegado a una situación irrespirable. ¿Y cuándo y cómo saldremos de ella? Habrá que esperar a verlo... ¿Pero seremos espectadores pasivos del gran espectáculo que es el mundo político catalán? Estoy seguro de que algo haremos. Tiempo al tiempo. Saludos, Agustín | |
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17-01-06 17:15 | #167791 -> 167728 |
Por:No Registrado | |
RE:Pujol Agustín, yo soy bastante pesimista. El gran fallo político, estuvo en dejar a las CCAA la educación en sus manos. Han puesto a sus más nocivos y agresivos educadores -los abertzales en el PV y ERC en Cataluña últimamente-, para distorsinar una realidad, ayudar a inventar una nación (en esas CCAA, en los colegios sólo se ven los mapas "nacionales" de sus comunidades), y llegar al extremo de que los educandos y familiares admitan pasar por el aro -porque no hay más remedio, por cansancio, porque "es lo que hay"-, y que Cataluña se parezca cada día más a "una unidad de destino en lo universal". Vamos, lo mismo que decía el régimen franquista. Suerte, nos hace falta. Ramón | |
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17-01-06 17:50 | #167838 -> 167791 |
Por:No Registrado | |
RE:RE:Pujol Al leer tu comentario, Ramón, me viene una pregunta: ¿Por qué les preocupa tanto la educación a los políticos? Tú das la respuesta: mirad cómo han manipulado a los moldeables niños y adolescentes de Cataluña. Ojalá fuera cuestión de suerte, Ramón. Es más bien cosa de milagro. Abrazos, Agustín | |
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