El día que Riaño empezó a desmoronarse. Veinticinco años después lo que queda es dolor. Aunque busquen su reflejo en el pantano, el agua les devuelve recuerdos. El recuerdo de personas que no han vuelto a ver, el recuerdo de las calles, de los sonidos, de los olores… El de un viejo Riaño que, con otros ocho pueblos, quedó anegado bajo el embalse. Un sacrificio por un bien común que sigue pendiente. Hace veinticinco años, tal día como hoy –cayó en martes aquel año–, Simón Felipe bajaba a Cistierna a sellar el paro. Eran las ocho y media de la mañana más o menos. Y en el cruce de Boñar vio un enorme operativo de la Guardia Civil. Dice que había hasta autobuses cargados con agentes. Ató cabos y llamó a un vecino: «Andaos al loro que van para allá». Al parecer en un principio no debía darle mucha importancia el vecino al asunto, eran 21 años los que llevaban a vueltas con esto del pantano y las cosas se habían ido poniendo muy feas, pero en el fondo nadie se creía de verdad qué podía pasar. Insistió Simón entonces en la gran cantidad de efectivos y saltó la alarma en el pueblo. A las nueve de la mañana empezaba el derribo de Riaño. Para cuando él volvió al pueblo, a eso de las once y media, ya le costó un triunfo poder llegar porque tenían la carretera cortada y las máquinas estaban ya calientes. «Gente subida en los tejados, gente corriendo a sacar sus cosas de las casas. Una cosa es contarlo y otra vivirlo. Fue muy duro». No quiso verlo. Cogió sus cosas y se marchó. «Todavía me duele mirar al agua». Simón Felipe tenía entonces 21 años. Hace veinticinco años, tal día como hoy, fue la última vez que se vieron. Muchas personas se marcharon aquel día. Una fecha que todos tienen en la cabeza, aunque no quieran hablar del tema, aunque no lleven la cuenta de los años que han pasado o incluso aunque ya no vivan allí. Hoy muchos esperan reencuentros, Riaño rememora aquella fecha inaugurando una exposición de escultura de Carmen Sopeña, una gallega que había quedado prendada del valle y que fue una de las activistas del movimiento en contra del pantano. El Museo Etnográfico Montaña de Riaño acoge esta muestra titulada ‘Riaño, 25 aniversario. Ocho pueblos y un recuerdo’. Se construyó un nuevo pueblo. Con bloques de modernos edificios, instalaciones deportivas, zonas ajardinadas; un pueblo donde, sin ánimo de ofender, lo más viejo son las gentes, que no encuentran más cómplices de sus recuerdos que la Iglesia de Pedrosa del Rey, del que fuera el pueblo del mismo nombre, y la de Nuestra Señora del Rosario, rescatada de La Puerta. Riaño, La Puerta, Huelde, Escaro, Vegacerneja, Burón, Salio, Pedrosa del Rey y Anciles. Nueve pueblos que siguen apellidando a muchos vecinos del nuevo Riaño donde para unos decir Javier Luis Sáenz de Cosculluela –ministro de Obras Públicas del Gobierno de Felipe González en 1987– es mentar al verdugo; para otros, esta obra vino a despertar el fantasma de Franco, hay quienes batallaron con espadas de cartón contra la Guardia Civil y quienes lo hicieron consigo mismos para tratar de asumirlo; hubo incluso quien murió de pena, y quien, como había advertido, salió con los pies por delante. Pero «no destruyas un presente por un pasado que no tiene futuro», apuntan por el bar. Hace veinticinco años, tal día como hoy, se iniciaba la segunda embestida a un valle que se opuso a un embalse que había sido aprobado en Consejo de Ministros el 25 de febrero de 1966, dos décadas antes bajo una dictadura. Las compensaciones para la sociedad, que se las pregunten a los agricultores que continúan esperando el agua. Las de los vecinos, para todos los gustos. Algunos opinan que fueron ridículas; otros, que sí se dio dinero, pero que para cuando se obró la ejecución ya ni se acordaban. «¿Pero qué vale tu casa, tu vida, tu infancia, tu trabajo? ¿Qué precio tiene?», se sigue preguntando la de Burón. Hace veinticinco años, tal día como hoy, la tensión se instaló en el valle y tardó en marcharse. Cuando las casas ya eran escombros, vivieron, los que quedaron, en un poblado de casas prefabricadas donde ahora están las piscinas. Poco a poco el pueblo fue tomando forma y empezó a fraguarse el recuerdo del camping, el del sonido de las campanas de la iglesia, el de las cuadras de las casas, el del asfaltado de barrio de bien de Cimadevilla… «El recuerdo de mi pueblo», resume Simón Felipe, que el 7 de julio de 1987 había ido a sellar el paro pendiente de empezar a trabajar en unos días allí, en Riaño, «tenía ya el contrato», pero al final fue solo papel mojado. |