Brime de Sog - Zamora

Don Julián , profesor que estaba ya pensando en su jubilación, cansado de que sus alumnos confundieran sistemáticamente el hay con el ¡ay! y el Ahí, se le ocurrió contar el siguiente relato que le traslado a ustedes:


Una mañana clara de primavera, Pascual, Pascualin para los amigos, se disponía a dar un paseo, unos grandes deportivos parcialmente abrochados, unos pantalones raperos, una camisa a cuadros dos tres tallas mas de lo necesario, una visera distraída orientada hacia poniente y unos grandes cascos que tapaban completamente sus pabellones auditivos era su indumentaria.

De esta guisa caminaba nuestro amigo por una calle solitaria, manos en los bolsos, no seguía una línea recta, sus trayectorias iban en zig –zag como queriendo engañar a las baldosas del pavimento, su cabeza alta giraba en movimientos alternativos a izquierda y derecha acompañados por un silbido, sin duda, siguiendo el ritmo de la música liberada de su Mp-3.

Repentinamente como si el tiempo se hubiera parado, sus movimientos cesaron en seco, sus cascos reposaron en su cuello, sus pasos se acortaron y se hicieron casi imperceptibles, un dolor intensísimo se apodero de su intestino, apretó sus glúteos al tiempo que un sudor frío recorría toda su anatomía principalmente cara y manos
que rápidamente adquirían una tonalidad cetrina.

Algunos colegiales cruzaban miradas furtivas y cómplices al tiempo que encogían sus hombros como diciendo: este tío esta majara, otros abrían unos ojos como platos esperando lo que parecía ser el inminente alumbramiento
Don Julián continuó su relato ajeno a estos movimientos: Pascualin levanto los ojos buscando algo en el horizonte y vio allá en lontananza un letrero que ponía cafetería, pasito a pasito recorrió aquella vía dolorosa, cuando alcanzó el umbral penetro en ella, busco con su mirada una puerta que pusiera Wc y sin perdida de tiempo accedió al compartimento, acto seguido se oyeron dos truenos encadenados que salieron por la rendija de la puerta que con la premura no había sido totalmente cerrada y rompieron el silencio del local y a continuación una vocecita que decía: ¡ayyy!.

El rostro enjuto de don Julian se endureció y su voz se hizo grave e imperativa al tempo que sentenciaba: Ahí, ahí es donde hay que decir ¡ay!



Don Julián y Pascualín son personajes de ficción, cualquier parecido con la realidad son pura coincidencia