Tordehumos - Valladolid

En mitad de la contienda

En un radio de treinta kilómetros sobre el alfoz se conservan media docena de castillos que jugaron un papel importante en la defensa medieval de la ciudad

En una situación ventajosa sobre el enemigo, a las puertas del valle del Duero, la ciudad de Toro se convirtió en una de las plazas más codiciadas durante los conflictos bélicos que asolaron la zona a lo largo de la Edad Media. Para su defensa y ataque, los sucesivos reyes optaron por el sistema de vanguardias y retaguardias. Es decir, construir numerosas fortificaciones en una misma zona para complicar los asedios al bando rival. Con esta fórmula, en un radio de treinta kilómetros sobre la ciudad de Toro aparecen seis castillos que ayudaron a escribir la historia del municipio durante más de cinco siglos.

LUIS GARRIDO La posición estratégica de Toro sobre el valle del Duero le ha llevado a ser juez y parte en diferentes pasajes de la historia. La importancia de la plaza para todos los pobladores que han pasado por la península han hecho que su defensa también haya sido primordial para cada uno de ellos. Por esa razón, en un radio de 30 kilómetros se pueden contar hasta seis fortificaciones que han jugado un papel significativo en el devenir de la historia de la ciudad. Estos son los de Belver de los Montes, San Pedro de Latarce, Urueña, Tiedra, Mota del Marqués y Villalonso. Media docena de localizaciones que, tanto en posición de defensa como de ataque sobre la villa de Doña Elvira, aparecen de manera activa en los relatos bélicos toresanos a lo largo de los siglos.

Diferentes historiadores han querido ver en la época romana los primeros vestigios de esta línea defensiva que, en adelante, se iba a convertir en uno de los puntos conflictivos de las diferentes guerras que asolaron la zona. Es el caso del profesor Edward Cooper, experto en fortificaciones medievales y autor del libro «Castillos señoriales en la Corona de Castilla». Para el londinense, es «muy probable» que de aquellas construcciones hispánicas surgieran, a posteriori, los castillos que ahora se pueden admirar.

«Muy probablemente hay que relacionar con las defensas de las tierras trigueras de Tierra de Campos una serie de 'castellae', al parecer romanos por el tipo de aparejo y por el material de cerámicas y monedas de las cercanías; es el caso de Belver de los Montes, de San Pedro de Latarce, o al sur de esta localidad, en un collado de Toro en posición defensiva, donde hay restos de muros construidos con la misma técnica», explica. Y añade que «en estos dos últimos municipios hay vestigios de puentes romanos», para a continuación citar a las construcciones de Urueña, Tordehumos y Tiedra y afirmar que «todos estos hechos sugieren la idea de existir una verdadera línea o 'limes' de fortificaciones romanas en el borde de Torozos y precisamente en situación defensiva avanzada de la línea del Duero».

Es precisamente esa línea de los Montes de Torozos la que aparece nuevamente siglos después en la disputa entre León y Castilla por la soberanía del territorio. Con Toro, una vez más, como plaza codiciada, los escritos hablan de diferentes ejercicios bélicos en vanguardia y retaguardia que dejan a la ciudad del vino en mitad de la contienda. El historiador José Avelino Gutiérrez, de la Universidad de Oviedo, explica de manera sencilla la causa de esta situación en su artículo «Castillos y Sistemas de Defensa en los Reinos de León y Castilla». «La imprecisa separación de los reinos de León y Castilla decretada por el Emperador, produce una larga etapa de enfrentamientos en la que se alternan las incursiones, anexiones, recuperaciones, treguas, entregas de castillos que provocarán la creación de una zona fronteriza en la que ambos reyes se hacen levantar una densa red de fortificaciones».

De esta forma, la zona fronteriza castellana mandaba desde los Montes de Torozos, contando con Urueña, Tiedra y Mota del Marqués, mientras que la parte leonesa contaba con Belver, San Pedro de Latarce y Tordehumos, que hacían de apoyo a la villa de Toro cuando el Duero era frontera. Pese a distar entre ellas no más de treinta kilómetros, situándose Toro en el eje central, cada una tenía su misión y su rey que defender. Se trata del sistema de retaguardias. «El sistema defensivo que se levanta por uno y otro lado no se reduce a una sola línea de fortificaciones ante la imprecisa divisoria, sino que se fortifica un gran número de lugares de retaguardia, más retrasados, creando una defensa en profundidad», explica Gutiérrez. «Las construcciones militares que los leoneses levantan entre el cantábrico y el Duero se alinean de norte a sur desde los ríos Esla y Cea, integrando también el curso del Valderaduey, para seguir por los Montes de Torozos hasta Toro, ya en el Duero», detalla.

Durante los siglos IX y X, hasta la unificación de los reinos de León y Castilla en el año 1230, todas estas fortificaciones han protagonizado cambios de corona y han escrito en sus sillares la historia medieval del país. Un sinfín de personalidades, reyes, validos, infantes, duques, marqueses y condes se han alojado entre sus muros. Desde sus atalayas, han sido testigos de excepción de las grandes batallas de aquellos tiempos. La línea defensiva desde los Torazos hasta Toro es, sin duda, una de las grandes pruebas de la estrategia bélica desde los romanos hasta la Reconquista. Y todas esas páginas de épica se encuentran a menos de treinta kilómetros de la ciudad de Toro. Sin duda, la plaza codiciada a la que todos estos castillos defendieron con puño de hierro.

Alfonso X impulsó una profunda reforma fiscal, en Tordehumos, llena de consecuencias, que requería la colaboración de las villas y ciudades. En consecuencia, los concejos contribuyeron a gestionar los tributos. La presión fiscal y las competencias concedidas seguramente propiciaron que también desarrollasen iniciativas en pro de la ordenación económica del territorio; los sucesores del “Rey Sabio” debieron apoyarlos a través de privilegios que autorizaban las políticas locales, todo ello en el marco de tiempos azarosos. En ese contexto, los concejos de muchos pueblos y villas lucharon por asegurarse el mercado local
(su control y su irradiación),
frente a otros centros productores y frente a la presencia de diversos grandes propietarios de viñedo, incluidos los propios señores del lugar cuando era el caso.