Vino generoso José Ramón Muñiz Álvarez El goliardo https://rma1987.blogspot.com/ Huye el amor quien cobarde sospecha la falsedad que pretende la maldad de su dureza y alarde. Y sano es pues que se guarde el instinto, siendo sano, si teme al amor pagano la más sana sensatez, pues, acaso en su niñez, en su mal se muestra ufano. Es el vino generoso cuando lo pide un amante, cuando sabe, delirante, ver su estado deshonroso. Pues, en el desdén gozoso de la dama que quería, le falla ya la osadía que otras veces vio bizarro que, levantado del barro, mostraba gran gallardía. Y pues la paz soñolienta arranca al que prisionero supo al amor embustero, si en su pecho lo sustenta. acaso ante tal afrenta, ha de escapar más temprano, si teme al amor pagano, la más sana sensatez, pues, acaso en su niñez, en su mal se muestra ufano. Que es descanso de pesares el vino del buen mesón, alivio del corazón como el rumor de los mares. Porque, adorado en altares, esperando pleitesía, mata el amor la osadía que otras veces vio bizarro al amante que del barro, se alzó con su gallardía. Que, por doquiera se ve, que arde el mundo peregrino, por seguir a quien, mezquino, los engaña con su fe. Que, por las cosas que sé, no lo harían soberano si teme al amor pagano, la más sana sensatez, pues, acaso en su niñez, en su mal se muestra ufano. Por eso el vino es querido en los pueblos y lugares, que, pisando los altares del amor ha florecido. Y así el amante rendido, preso en la melancolía, ve que falla la osadía que otras veces vio bizarro que, levantado del barro, mostraba gran gallardía. Y es que el vino milagroso alegra al enamorado y lo arranca de su estado con el sabor más goloso. Al olfato es doloroso y no es su deleite en vano, si teme al amor pagano, la más sana sensatez, pues, acaso en su niñez, en su mal se muestra ufano. Que es el vino la dulzura cuando, en la jarra servido, de las penas es olvido y en el gaznate se apura. Y pues, en la noche oscura llena todo de alegría, ve que falla la osadía que otras veces vio bizarro que, levantado del barro, mostraba gran gallardía. Porque más dulce es el vino ofrecido en la taberna que la mejilla más tierna que enamoraba al vecino. Que acaso es mejor camino el dulce vino lozano, si teme al amor pagano, la más sana sensatez, pues, acaso en su niñez en su mal se muestra ufano. Y porque siempre regala esa paz siempre dichosa, diré que el vino es la cosa que lo alto del cielo escala. Porque si el amor iguala en placeres y alegría ve que falla la osadía que otras veces vio bizarro que, levantado del barro, mostraba gran gallardía. Digo que el vino es el vino, porque, si el vino es la gracia, hace olvidar la desgracia de la vida en el camino. Que siendo acaso adivino de su virtud y bondad, no hablará con falsedad al confesarlo la lengua cuando, de amor siendo mengua, quiere el vino por beldad. Que no quiero que, cansados, digáis males del amor, si acaso tenéis licor que obedezca a los mandados. Que raros enamorados han sabido, con buen vino, que el ánimo peregrino, después de un tiempo de riego, alcanzase su sosiego, serenando un desatino. De esta manera os diría que digo al vino bendito como un bien cuyo delito enciende la dicha mía. Que la cabeza se enfría y, olvidando los amores, halla pasiones mejores en la dicha de beber, porque bueno es entender estos callados licores. Que, llegada ya la aurora, porque no cesa el despecho, limpia el vino el duro pecho del alma que se enamora. Porque es que el vino atesora lo que ni el agua bendita, si es que en la tripa se agit el placer de su descuido cuando el vino se hace olvido de todo dolor y cuita. Porque, mientras la alborada ve en lo lejano los mares, suspiran los castañares al llegar de la otoñada. Y, entre la nieve cuajada, muerto el amor primerizo, se oye el eco del granizo donde un amor olvidado quiso e el vino dorado apagar su raro hechizo. Que el pecho siento rendido quien renuncia a su valí y en los amores enfría el tesón más encendido. Que dirá que está vencido quien, por amor de una infanta, sin saber bien lo que canta, de los vinos olvidado, no besa el vino callado que se arroja en la garganta. Que en sus hondas angosturas excavadas por el río, no faltará nunca el brío entre las sombras oscuras. Pues renueva las frescuras como las frondas más bellas que no alumbran las estrellas con su encendido derroche, que la noche, con ser noche, suele alegrarse sin ellas. Y pronto sabréis del brillo del interior silencioso del espíritu en reposo que quiso el vino sencillo. Y hasta el canto del autillo, anunciando su presencia, avisará tu prudencia con su grito espeluznante, que ha de dudar un instante en la arriesgada pendencia. Que es pendencia con el viento, acaso con la conciencia, o quizás con la prudencia y todo el conocimiento. Mas nunca dijo el sediento, puesta la jarra en la mano, que lo hallara más lozano la más sana sensatez, pues, acaso en su niñez, en su mal se muestra ufano. Y, si el vino es imprudente, no menos loco el amor, nos causa mayor dolor con su fuego incandescente. Por eso, si es inconsciente, donde la jarra vacía, quiero el vino y la osadía que otras veces vio bizarro que, levantado del barro, mostraba gran gallardía. 2013 © José Ramón Muñiz Álvarez |