¿Cuánta razón! Aunque me duela, he de confesar que el señor Forges está cargadito de razón. Escribe Forges: Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los nuestros. Mediocre es un país que se preocupa más por el fútbol que por la política. Hemos visto las calles llenas de televisiones y montones de personas absortas viendo como unos pobres millonarios dan patadas a un balón, algo que no nos traerá progreso alguno, y gritamos ante un gol como adolescentes enfervorizados. Antes los hombres, ahora también las mujeres, claro, esto es integración, ..... ¿integración, igualdad? Dijo Gandhi: si los hombres prestasen tanta atención a la política como al futbol, otro gallo nos cantaría. Somos mediocres. Somos mediocres porque hay un principio que dice que la unión hace la fuerza, y en España cada individuo está añorando un Estado para él solito. Porque cada español se siente más listo, más inteligente, más culto, mas trabajador, más rico, menos pobre, con más ideas que su vecino. Y esto es un error de dimensiones enormes. ¿Y por qué? Pues porque tenemos unos políticos periféricos que no ven más allá de sus narices, (bueno, de sus sillones). Claro está, disponen para ello de un pueblo sumiso, fácil de meter en el redil, por inculto políticamente a más no poder. Cuidado cuando estás leyendo esto, cuidado contigo. Veamos: la izquierda no se sale de sus ideas por las historias que le han malcontado, la derecha porque cree demasiado en sus raíces, pero en ningún caso las fronteras se muestran tan claras. En definitiva necesitamos políticos que formen al pueblo con amplitud de miras y no con visión de sillón (o de poltrona) ¡Que fácil nos manipulan! Los políticos de izquierdas, cuantos más descamisados atraigan, más posibilidades de votos tienen, desgraciadamente es así. Los de derechas estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia. Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que emite principalmente basura. Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente capaz de expresarse en inglés o de atesorar unos conocimientos mínimos sobre política internacional. Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo. Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas y que ha logrado situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir. Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas. Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelos, la creatividad es marginada (cuando no robada impunemente) y la independencia sancionada. Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por miles de jóvenes que aspiran a ocupar la próxima plaza disponible en el concurso Gran Hermano. Por políticos que insultan sin aportar ideas, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad, y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza. Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: o marcharse, o bien, como decimos, dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad. |