Barcial de la Loma - Valladolid

AMANECE EN AGOSTO

Amanece a las siete treinta y cinco de la mañana.
Estamos a mitad de Agosto y recorro una de las eras al sur del pueblo.
El color pajizo de los rastrojos mimetiza el campo descafeinando el ocre de los barbechos. El sol, brota en la loma precedido de un resplandor de fuego. La luna abandona su vigilia y termina su turno. El campo, grande, inmenso, es perforado por lanzaderas de luz, provocando alargadas figuras en el suelo. Una sensación de frío recorre mi cuerpo ya experimentada en idénticas ocasiones. Mientras los perros saludan al rey y despiden a la reina de la noche, las torcaces siguen el mismo canto que al atardecer.
Las eras, otrora pobladas de vida, enmudecen al alba, y añoran el rítmico movimiento de las aventadoras, mientras, sus linderos perfilan los bordes, disminuyendo las sombras a media que el sol eleva su figura.
En mi cabeza percibo el antiguo traqueteo de los carros, transportando paja trillada, para alimentar los angostos bocarones y llenar los pajares. Faltan unos días para San Bartolo, pero el verano se adelantó.
El escenario es el mismo que hace años, pero faltan los actores. A estas horas, después de una noche de limpia, los hombres tomarían la parva tonificando sus cuerpos con aguardiente. Llenarían los arrabales de improvisados homenajes al cante y a la copla, y más tarde almorzarían torreznos o escabeches. Quizás sopas de ajo en sartén, calentitas y recién echas. Sobre las diez de la mañana dejarían la faena hasta la noche siguiente.
Los mudos campanarios permanecen estoicos como fedatarios del paso del tiempo. Casi todos han necesitado retoques en su estructura o tejado. Lástima que sus lenguas de metal estén calladas hace años. Ellos han formado la imagen de cada pueblo, configurando su identidad arquitectónica.
El sol desafiante aumenta su mole de fuego e inunda de claridad el contorno. En el oeste, arboledas y pagos se definen con nitidez.
Los perros siguen ladrando, las torcaces en su cú-cuú-cú-cú-cú dejan espacios quizás para la meditación. También el gallo justifica su existencia. Aún así, aquí el mundo sigue en “stan bay”.
Paseo por la era y el cegador destello del sol naciente hace que mis pasos tomen dirección poniente.
En próximos días la escarcha, atrapará el polvo que se desprende en cada una de mis pisadas en contacto con la hierba seca. Son ya las ocho y cuarto de la mañana y me acerco al pueblo.
A lo lejos, rugen vientres de fuego, que parecen tener prisa. Seguro, son jóvenes que buscan el descanso después de de una noche de fiesta.
Se presume un día espléndido de Agosto. La vida sigue.

Gracias, que bonito.
Se me han despertado los sentidos al leerlo,¡ necesito ver a mi Barcial!, yo este verano aún no he podido ir por circunstancias…
Te prometo que cuando vaya y pasee por las eras me acordaré de ti.
Gracias de nuevo, un fuerte abrazo.

A los que nos gusta el pueblo, siempre es reconfortante acudir a él.
Pero yo siento la nostalgia de aquellos años de juventud y plenitud de vida en el pueblo. Aunque no fueran mejores años, o quizá sí, siempre del pasado evocamos lo bueno y nos olvidamos de lo menos bueno. La mente puede que sea sabia ignorando lo que no nos aporta satistación.
Un fuerte abrazo.

Eco.

"El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos."
Henri Frederic Amiel (1821-1881), escritor suizo.

Quiero aurizar a Cristina para que publique en su revista si lo cree conveniente este pequeño relato.
También decirle que me honra con su atención.
Efectivamente en su día apareció sin firma.

Saludos Eco.