Barcial de la Loma - Valladolid

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Venga, nota, no nos des más la brasa y acaba de una vez.

Una ayudita te pongo:

Si me olvidara ahora de los mensajeros y no les concediera también su necedad, me advertirían ellos mismos.
Los necios tienen que tener un mensajero, que lleve en la boca tan solo las cuatro palabras que conoce para reafirmarse en su necedad, que vaya metiéndose con todo el mundo, suavemente, para que los ofendidos no crujan, y que mire también que no se le confía hacer más de lo que se le encomienda. No sabe otra cosa ni conoce más palabras.
Es un mensajero, escueto. Vago.
Casi siempre duda y no sabe lo que debe hacer o se le ha ordenado, y se retrasa mucho tiempo en la contestación para salpicar a mucha gente. Es lo que realmente le importa y no lo que diga.
Procura escribir poco, ofender al escribir, y mirar tres horas las cartas de la ofensa, por si pudiera saber lo que dice. Pero no lo consigue.
Y lo poco que sabe, pronto lo cuenta. No deja de ser un necio, aún con el cargo de mensajero. Son petulantes y atacan sin piedad y sin conciencia. Sin razón y sin verdad.
Esos son los necios a los que me refiero. Corren tras la nave de la razón, sin encontrarla entre aquí y Aquisgrán. Pero deben tener la osadía de no olvidar la botellita, pues del correr y el mentir se les seca el hígado y los genitales.
Al igual que la nieve nos da refrigerio cuando la encontramos en el estío, el fiel mensajero reconforta al que le manda escribir o tira de los hilos. Y le llena la botella.
Digno es de piedad y olvido el mensajero que presto puede cumplir lo que se le encarga, escribiendo sin saber qué, cómo y a quien escribe o manda sus dardos. Solo cumple órdenes.
Es uno más de la conjura. Sin voz, ni mando. No merece la pena. Escoria alcoholizada. Animal de pesebre. Fiel y obediente pero sin conciencia.