Alboraya - Valencia

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Joe Montana vive en Salamanca
Anna Montañana, ala pívot de Alboraya, cree que la selección española "puede ganar a cualquiera"


A Anna Montañana lo que realmente le gustaba de niña era el fútbol. Pero a su padre no le pareció oportuno. "Me lo prohibió porque era un deporte de chicos", recuerda, ahora sí, no tanto en su día, con una sonrisa. Al no poder darle patadas a un balón se puso a dar tumbos de una disciplina a otra. Yudo, natación, ballet... "Le pegaba a todo". Años más tarde, la pequeña Montañana acudía al colegio con la carpeta forrada de fotos de Michael Jordan. Y en su habitación, más de lo mismo, pósteres y más pósteres del 23 de los Bulls en las paredes.

El flechazo por el baloncesto se produjo cuando tenía 10 años. Y ya no lo dejó, pese a que siempre que podía competía con uno de sus dos hermanos, Joan, a lo que fuera. Ahora, a las puertas del verano de 2008, la ala pívot valenciana se prepara para acudir a sus primeros Juegos Olímpicos. Aunque la selección española tendrá que superar primero el preolímpico, que se celebrará en Madrid, donde 12 naciones lucharán por cinco plazas para Pekín.

Los Juegos Olímpicos asoman ya en el horizonte. "Es un sueño", afirma con cara de satisfacción esta joven de 186 centímetros de estatura que insiste en que, con los pies en el suelo, se puede soñar.

Estados Unidos, Australia y Rusia son la favoritas para completar la foto del podio olímpico. Pero no hay nada inalterable. "Ahora mismo no tenemos que envidiar nada a nadie, podemos derrotar a cualquiera", afirma esta jugadora que gana prestigio a la carrera. Ha dejado de ser una secundaria para convertirse en una de las mejores cuatro de Europa. Así lo atestiguan sus números en la Euroliga (15.1 puntos, 6.6 rebotes y 2.1 robos por partido).

No sólo ella. Todas las jugadoras españolas están más seguras de sí mismas desde el pasado verano, cuando la selección se colgó la medalla de plata en el Europeo. "Aquel éxito nos vino muy bien para creer más en nosotras. Pero no sólo como equipo sino también individualmente. Yo creo que nos faltaba creérnoslo un poco". La frase tiene mayor peso viniendo de quien viene, una jugadora que ha crecido en cada equipo por el que ha pasado.

Así ha sido desde que le salieron los dientes en el baloncesto, cuando aprendió a botar el balón en los Marianistas, su colegio en Alboraya, donde vivía con sus padres -Juan José y Teresa- y sus hermanos -Joan y Carles-. Después, ya con 12 años, dio el salto al Dorna Godella. En 2000 tuvo que dejar Valencia por primera vez. Se marchó a Salamanca, donde coincidió con un grupo extraordinario de jóvenes jugadoras españolas: Amaya Valdemoro, Nieves Llamas y Elisa Aguilar...

La actual capitana del Ros Casares resultó vital en su trayectoria deportiva. Elisa Aguilar había estado en la Universidad George Washington y gracias a ella, Montañana pudo ingresar en ese mismo centro para iniciar su aventura americana. La ala pívot maduró en todos los sentidos en Estados Unidos. En lo deportivo y en lo personal.

Aquello fue una aventura total. Fundamentalmente por dos aspectos. Anna cruzó el charco sin saber inglés para jugar al baloncesto en un país donde creen que este deporte empieza y acaba en Norteamérica. Pero la ala pívot de Alboraya caló hondo entre las Colonials. Al principio sufrió. Montañana es una chica muy extravertida que se volvía loca por no poder comunicarse.

Pero el tiempo le dio un nuevo idioma y riqueza baloncestística. Primero eligió un número. "Fue fácil. Me encanta el 21 y, además, los días previos no hacía más que ver este número. ¿Miraba el reloj? Las 21 horas... ¿Jugaba a las cartas? Sumaba 21... Y en la selección, el 12, el 21 al revés". Después Montañana se ganó el aprecio del cuerpo técnico de su equipo de la NCAA, donde dejó unos números insólitos para una europea. Anna superó los 1.000 puntos, 500 rebotes y 400 asistencias, algo que hasta entonces no lo había conseguido nunca una jugadora no estadounidense.

"El entrenador estaba enamorado de mí", bromea, con cariño, la jugadora antes de recordar, entre risas avergonzadas, una de las numerosas anécdotas que se trajo de la capital de Estados Unidos. Montañana se destapó en aquel equipo como una sensacional pasadora. Hasta tal punto que su entrenador, Joe McKeown, para elogiarla, jugó con su apellido y su habilidad para dar asistencias y comenzó a llamarla Joe Montana. Anna no tenía ni idea de quien era aquel Joe Montana -inolvidable quarterback de los San Francisco 49ers-. Desconocía que le estaban comparando, medio en broma, medio en serio, con una de las grandes leyendas de la historia del deporte estadounidense. Así que acabó preguntándole al técnico: "¿Y quién es Joe Montana?". Y McKeown le contestó: "Es la única persona que pasa mejor que tú".

El caso es que Montañana encajó perfectamente en los Colonials. Amy Backus, responsable de un rival, Yale, fue rotunda en su descripción de la valenciana. "Es la jugadora más peligrosa de la Liga porque es capaz de hacer de todo". Tras cuatro años en Washington ya era una jugadora hecha y derecha. Los últimos dos jugó con la cinta con la bandera de España que le regaló Valdemoro. "Como no podía llevar otros colores que los del equipo me la ponía en el brazo o en la pierna". La aventura llegó a su fin. Era el momento de volver a casa. Pero su paso por el Ros Casares fue calamitoso. "No jugaba mucho, pero cuando llegó Esteban Albert caí en picado. Pero ahí también crecí. Sufrí tanto que me hice una persona más fuerte. Aprendí a sobrevivir".

Su salto cualitativo llegó en la selección. Montañana inició su relación con el equipo nacional en 1992. Después de viajar a Barcelona para ver el Dream Team de sus adorados Michael Jordan y Magic Johnson salió por primera vez de España para jugar un Mundial oficioso en Puerto Rico. Se colgó el oro. Y en 2005 recibió la llamada de Mingo Díaz para la absoluta. "Él me inculcó el amor por la defensa y ahora me gusta tanto como atacar".