Para tunez En penumbras sobre mi cama, desnuda, con los pies colgando, te invoco. Te invoco como se invoca a las brujas y a los fantasmas, a los espíritus y a los muertos. Como muerta estoy abierta, en la plancha tras la autopsia, abierta de brazos y piernas, sangrante, sangrante del pecho y con un hilo rojo que llega hasta mi sexo, para que bebas. Bebiendo te espero, bebiendo tus formas pero con los ojos abiertos porque de tanto pensarte se dibujó tu silueta sobre las paredes, sobre el techo, sobre las puertas. Abro tu puerta y puedo olerte, despacio y silente, empecinada por seguir la ruta que me lleve a tus dulces rincones, a tus sabores, para llegarme ansiosa y desesperada, loca, sobre el riel de tus senos y viajar en ti. En mi viaje encuentro tus pies dulces y lácteos, mojados por tus pasos y secados por mi boca. Mi boca recorre tus piernas ignotas y abruptas, reconocidas por mis manos que se enredan en remolinos tiernos que las impulsan para llegar hasta la tormenta de tu sexo, sexo que se moja, que avienta lluvia y se rocía dentro de mí. Rompo tu cuerpo en la memoria mía. Mía es la sal de tu piel y tuya la mía. Mía la savia de tus ganas y tuya la que te bebiste de mí. Mi ombligo es la mitad exacta de ti, donde te arropas, donde te refugias, donde apareces y luego desapareces, como duende. Duende de mis ganas conjura el deseo que me está matando, que me quema por dentro, que me asfixia y desgarra. Pon tus manos sobre mi cuello y ahoga el delirio del que soy presa por ausencia de tu presencia. Desgarra en mi presencia las promesas no cumplidas, agotadas, olvidadas, hechas con alevosía y ventaja, en la brevedad de un abrazo, cuando nuestras ganas crecían arremetiendo contra las piernas, saboreando cuellos y humedeciendo salivas. Sorbes mi rostro y rozas tu saliva, metes los dedos cómplices a mi boca mientras los lamo frenéticamente, casi al punto del delirio y pellizcas, pellizcas mis latentes pezones sobre mi pecho. Arrojas la marea de tu lengua y amarras la mía con la tuya. Tuya y mía, son dos bocas, que matan la ansiedad con asfixia, sin palabras. Escucho atenta los versos de tu mirada que se clava honda en la mía y te devuelvo con versos almidonados las caricias vertidas. Cuerpos que vierten sudor, liados por la humedad de tu axila, huelo y en ella muero. Mueren mis ganas y las tuyas con el espasmo de una victoria oculta. Oculto mi cuerpo en la oscuridad de la penumbra, sobre mi cama, y mi mano mojada me avisa, que esta vez, la victoria es sólo tuya. |