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Ontígola - Toledo

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España > Toledo > Ontígola
26-08-11 23:01 #8620357
Por:zarzeño54

OH AMOR
"Ve y dile a mi Pueblo que le amo. Israel vuelve. Vuelve a mí, Israel. Soy tu Padre. ¿No me reconoces? ¿Por qué te escondes? Te necesito. Si supieras cuánto te amo. Si conocieras mi amor por ti. Si conocieras mis entrañas de misericordia. Quiero que todos mis hijos experimenten mi amor. No quiero que me falte ninguno de mis hijos, los amo a todos y quiero que todos estén conmigo. Igual que una madre, por muchos hijos que tenga, echa de menos si le falta uno solo, así también Yo le añoraría aunque sólo me faltase uno. Añoro a cada hijo que no está conmigo, os añoro en cada instante que no estáis en mi presencia.

Vuelve a mí, Pueblo mío, vuelve. No te preocupes por tus pecados, Yo te los perdono. Pero mi corazón sufre por el mal que produce el pecado en tu vida, por como te hiere, por como te hace daño. Ven a mí y Yo te consolaré. Ven a mí y Yo te curaré.

No te escondas, Israel, no me tengas miedo que te amo. Deja tus ídolos, ellos te engañan y te exigen sacrificios humanos. Yo te ofrezco mi misericordia, mi ternura.

Dile a mi Pueblo que le amo. No lo sabe. Abrázale. Hazle sentir la ternura de mi corazón. Dile a mi Pueblo que le amo."

Asís, 6 de Marzo de 1992.
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26-08-11 23:06 #8620384 -> 8620357
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
Hoy quiero compartir con vosotros una profecía. Esta profecía fue proclamada en un encuentro en Asís, hace ahora 15 años, sin embargo, sigue de actualidad. Este regalo de Dios nos recuerda su Amor de Padre que cuida de nosotros continuamente, en cada momento, a cada paso, Él permanece siempre a nuestro lado. ¿Quién no se siente identificado con Israel? ... Hagamos nuestro el envío final, seamos cauces del Amor de Dios Padre para nuestros hermanos, es urgente, necesitan saber que Dios los ama profundamente. ¿Cuántos hermanos nuestros se están muriendo (física y espiritualmente) sin conocer el Amor de Dios? Es urgente. "Ve y dile a mi pueblo que le amo".
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26-08-11 23:13 #8620421 -> 8620384
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
Imagínatelo... Has conocido a la mujer de tu vida. Es increíble, lo tiene todo, nada le falta, ¡cuánto tiempo habías esperado este momento! ¿Dónde estaba hasta ahora? Por fin llena tu vida por completo, todo es nuevo, todo se vuelve de color rosa, todo es maravilloso, podrías pasar la eternidad abrazado a ella sin percibir el paso del tiempo. Nadie lo sabe, pero eres el hombre más feliz del mundo y deseas que todos lo sepan, pero no te comprenden... Ay, si supieran, respiras por y para ella, tu corazón no late sin su permiso.
El tiempo pasa... Ella ya no es tan maravillosa. Ya no es todo tan rosa, muchas veces se vuelve gris y hasta te cuesta abrazarla, ya no suspiras por ella y tu corazón late cuando le da la gana. ¿Qué ha pasado? Ya no le dices lo que sientes por ella porque no lo sientes, no siempre te agrada, te cuesta soportarla a veces...
Pues sí, es la vida misma, aunque parezco el abuelo Cebolleta contando historias, la verdad es que puedo imaginarlo. Se llama olvidar el primer amor, dejar enfriar el amor, olvidar qué es el amor, vivir de sentimientos.
Con Dios nos pasa lo mismo, igualito. El Señor nos educa en el Amor, nos llama a vivir de Amor y no de sentimientos, fortalece nuestra fe, nos ayuda a crecer firmes y seguros, pero a veces olvidamos que el Buen Dios nos ama como nadie lo hace, que nos conoce mejor que nosotros mismos, que no se cae un pelo de nuestra cabeza sin su consentimiento...
Señor, que vivamos siempre abandonados a tu Amor, confiados en Ti, amando tu Voluntad por encima de la nuestra y que así un día te veamos cara a cara.
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27-08-11 12:50 #8622189 -> 8620421
Por:ZARZEÑO54

RE: OH AMOR
NO SOMOS DUEÑOS


Uno de los problemas que tiene la Iglesia es que, con frecuencia, es percibida y juzgada bajo las mismas categorías de otras instituciones seculares con las que convive. Sin embargo, la naturaleza de la Iglesia es tan específica y singular -por motivo de tener su origen en Jesucristo- que su realidad es fácilmente distorsionada, cuando se pretende entender desde parámetros ajenos a ella:
¿Por qué la Iglesia no cambia muchas cosas de su vida interna? ¿No sería más práctico que se adaptase al momento presente, subiéndose al tren de los cambios culturales? Así como los ciudadanos eligen en cada momento el marco político que consideran más adecuado a la coyuntura y a las circunstancias, ¿por qué no puede la Iglesia también cambiar su marco estructural y ser más “semejante” al resto de la sociedad?

Sin embargo, sabemos que la Iglesia no se reconoce como “dueña” de lo que lleva entre manos desde hace veinte siglos, sino como “depositaria” de la Revelación divina, culminada en Jesucristo. El dueño no tiene problema en cambiar las cosas conforme a su criterio, mientras que la Iglesia tiene como primer cometido custodiar este depósito de la Revelación que Cristo le ha confiado, para cumplir su misión de transmitirlo fielmente al hombre de nuestros días. Por aquello de que, es mejor un ejemplo que mil teorías, me refiero a dos casos muy concretos que recientemente han ocupado los medios de comunicación:

1. ¿Bautizar con otra fórmula?

El 29 de febrero la Congregación para la Doctrina de la Fe hacía pública la respuesta a dos preguntas que le habían sido formuladas, en referencia a la práctica bautismal irregular registrada en alguna parroquia inglesa:

“Primera pregunta: ¿Es válido el Bautismo conferido con las formulas «Yo te bautizo en el nombre del Creador, y del Redentor y del Santificador», y «Yo te bautizo en el nombre del Creador, y del Liberador y del Sustentador». RESPUESTA: Negativo.

Segunda pregunta: ¿Deben ser bautizadas en forma absoluta las personas que han sido bautizadas con estas fórmulas? RESPUESTA: Afirmativo”.

En consecuencia, la Iglesia no se considera capacitada para cambiar una fórmula sacramental que tiene su origen en el mismo Jesucristo: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19).

Las presiones de la llamada “teología feminista” denunciaban que el lenguaje bíblico es “machista”, por referirse a Dios como el Padre y el Hijo, y buscaban unos términos asexuados. La respuesta de la Iglesia, supone la convicción de que no está para contemplar las ideologías del momento, sino para predicar una mensaje que trasciende tiempos y lugares.

2. Comunión de los celíacos

La Diócesis de Huesca presentaba públicamente, el Martes Santo, un documento sobre el modo de administrar la Sagrada Comunión a los celíacos, alérgicos al gluten del pan de trigo. En efecto, una madre cuyo niño se prepara para la Primera Comunión, había manifestado el deseo de que su hijo pudiese recibir la Comunión con pan de maíz. Ante la negativa a tal petición, algunos medios de comunicación lanzaron titulares como éstos: “Un niño celíaco sin primera comunión”, “Familia denuncia a la Iglesia por no dejar comulgar a su hijo celíaco”…

También en este caso la Iglesia se consideraba sin autoridad para modificar una fórmula sacramental, que tiene su origen en el mismo Jesucristo, quien celebró la Última Cena con pan de trigo y vino de uva, y que se ha transmitido de ese modo en la tradición de la Iglesia, hasta nuestros días. Por lo tanto, las formas de pan especiales que carecen absolutamente de gluten, son materia inválida para la Eucaristía, es decir, no se pueden consagrar. En el documento se explicita que los celíacos pueden comulgar de dos formas: bajo la especie de pan, utilizando formas especiales que contienen una pequeña cantidad de gluten de trigo, con lo que la materia empleada es válida para la Consagración Eucarística, sin que perjudique la salud de los celíacos; y también bajo la especie de vino.

Estos dos ejemplos se refieren a cuestiones muy concretas, pero son significativos y nos ayudan a entender mejor que no estamos capacitados para juzgar adecuadamente el proceder de la Iglesia, cuando partimos de una incomprensión de su carácter sobrenatural y de su estructura apostólica. La Iglesia está llamada a buscar nuevas fórmulas de evangelización, con capacidad de presentar el Evangelio al hombre y a la mujer de nuestros días, pero sin traicionar lo más mínimo el depósito de Cristo, del cual no es dueña, sino depositaria.

Si algunos concluyen que esta misión y naturaleza sobrenatural de la Iglesia, dificulta nuestra adaptación a los patrones culturales del momento presente, sería también justo añadir que nos preserva de muchos tópicos y de modas pasajeras. Como decía el genial Chesterton: «El catolicismo libera al hombre de la degradante esclavitud de ser un hijo de nuestro tiempo».
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27-08-11 13:21 #8622327 -> 8622189
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
Don Marcelo, un sabio
Dicen que en España hay un seminario mayor que brilla con luz propia: Toledo. Hace algunos años, Toledo era la diócesis con mayor número de seminaristas por habitante y probablemente siga manteniendo ese honor. También se dice que esto no es casual y que es el resultado del buen hacer de Don Marcelo González, cardenal y arzobispo de Toledo que falleció en 2004.

Cuando Don Marcelo llegó a Toledo dejó el seminario vacío, echó a todos los seminaristas y luego aceptó a algunos tras reunirse personalmente con ellos. Digamos que limpió el seminario. Aún hoy se ven los frutos de la obra de Don Marcelo, varios obispos españoles se formaron en aquel seminario y Toledo sigue siendo diócesis de referencia.

Como yo no sé mucho de Don Marcelo, aún no estaba ni en la mente de mis padres cuando él modelaba el seminario, voy a pasar a comentar lo que me parece interesante últimamente en relación con él… menuda introducción.

Pues el caso es que Don Marcelo fue uno de los pocos obispos que en 1978 se opuso a la Constitución Española que se iba a firmar, hay una carta pastoral que aún no he podido encontrar hablando sobre este tema. ¿Y qué decía? ¿Por qué le desagradaba? Destacaré tres puntos, según he podido entender:


1.No menciona a Dios, existe una ideología agnóstica de fondo.
2.No protege los valores familiares.
3.No garantiza la libertad de enseñanza y deja la puerta abierta a las manipulaciones de estilo marxista.


Esto en 1978, en una dictadura que todavía no está muy claro cómo termina puede parecer alarmista o catastrofista. Pero a día de hoy, en 2007, 29 años después, creo que Don Marcelo no se equivocaba.

En 2007 nuestra sociedad, bajo el amparo de la Constitución se ha convertido en un lugar en el que mencionar a Dios resulta ridículo y de mentes débiles, influenciables o retrógradas; el aborto se ha cobrado más de un millón de víctimas; el matrimonio ya no lo contraen hombre y mujer y los hijos ya no son de padre y madre, sino de progenitor A y progenitor B; puedes elegir tu sexo, da igual que tus cromosomas indiquen lo contrario, si quieres ser hombre o mujer es decisión tuya; las ayudas a las familias están a la cola de Europa; y por último el colofón… educación para la ciudadanía.

Se nos dijo que no se podía imponer la enseñanza de la religión a todos los niños, cuando en realidad no se imponía ya que era optativa y un 80% de los padres la elegían para sus hijos, incluido el presidente del gobierno, Sr. Zapatero. Para solucionarlo, el gobierno, el del talante que gobernaría para todos los españoles, ideó una asignatura que llamó Educación para la ciudadanía. Así han introducido toda su ideología en una asignatura que adoctrinará a los niños españoles, sí o sí, porque esta sí que es obligatoria.

Si hoy en día yo tuviera hijos, dos opciones: objeción de conciencia y si no es posible, dada la situación actual, me mudo a Portugal. Pero a mis hijos no le meten ese veneno, simplemente, porque es un derecho y deber de los padres la educación de sus hijos.

¿Y ahora qué? Don Marcelo, ¿un reaccionario o un sabio?
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28-08-11 01:06 #8625401 -> 8622327
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
Reflexiones sobre nuestra gratuidad

Recuerdo aún cuando, de pequeño, iba con mi madre a sacar la bula de la Santa
Cruzada. Nos presentábamos, una vez al año, delante de D. Félix, el párroco de San
Tirso, en Sahagún de Campos, para que la Iglesia nos otorgara su misericordia. A
cambio de dos o tres pesetas, D. Félix nos concedía la bula de los pobres, que nos
eximía de ciertas obligaciones sobre todo en el ayuno y la abstinencia. Otras bulas
eran más caras y dispensaban de más cosas. Yo sé que a mi madre le costaba dar ese
dinero porque era la comida de sus hijos. Aún me sigue doliendo su cara al hacerlo.
Sin embargo, por nada del mundo omitiría ella tal acción porque más que
exonerarnos de ciertas obligaciones se trataba de dar nuestro granito de arena para el
sostenimiento de la Iglesia.

Estoy hablando de los años cuarenta, muy al principio de la década, tiempos de
posguerra en la que casi todo el mundo era pobre y sufría escasez y hambre. Pese a su
pobreza, los creyentes no protestaban. Esta fórmula de sostenimiento y financiación
eclesial venía ya de lejos. A lo largo de los siglos no todos acataron con la misma
docilidad de mi madre esta obligación de sostener a la Iglesia. Lutero, por ejemplo, se
rebeló contra lo que él llamaba la compraventa de la gracia, la cual se ejercía a través
de bulas, indulgencias, privilegios y jubileos. Los adinerados podían pasar la vida en
crápula continua y, al final, por una gran cantidad de dinero lucrarse la vida eterna
con una indulgencia plenaria.

Lutero no solo criticó sino que fue a buscar remedio al fondo de la teología. Su
tesis es que nadie se salva mediante obras, méritos, esfuerzos, sacrificios,
indulgencias ni jubileos sino que estamos salvados gratuitamente por Cristo. Ahondó
hasta la perforación en la carta a los Romanos, lugar donde Pablo trata este tema con
la mayor sabiduría. Es la fe en Cristo Jesús la que nos otorga la justificación y
ninguna obra buena podrá sustituir esta fe salvadora. Lutero tenía razón pero se pasó
un gran trecho dejando la acción de la gracia demasiado en la periferia del hombre.

Mientras el desacuerdo se mantuvo dentro de los límites de la teología pudo ser
fructífero; cuando se politizó y entraron en el debate los Estados se convirtió en
guerra, división y desastre. Lutero acertó en la perspectiva de la gratuidad; sin embargo, cuando la utilizó para rebajar el valor del mérito y de los sacramentos como
mediaciones semi inútiles, hubo en él soberbia y ganas de ser distinto. Pensó que la
estructura sacramental era creación de la Iglesia, una obra puramente humana. Era un
genio pero no debía tener gran experiencia de la gracia santificante en su vida. Por
eso la soslayó y con ella los sacramentos que la alimentan, pensando que no
trasmitían gratuidad sino despotismo eclesiástico. Con ello hizo mucho daño a sus
fieles privándolos de la comunión, confesión y de la cercanía de María. De esa forma,
la salvación gratuita de Lutero se devaluó haciéndose barata y extrínseca, como la de
un bombero en un incendio. El Concilio de Trento puso en su lugar estos
despropósitos luteranos. Para los católicos la salvación se nos da gratuitamente en
Cristo Jesús y se va realizando en el interior del hombre a lo largo de la vida
mediante la acción de la gracia santificante para lo cual los sacramentos son
esenciales. Esta gracia santificante no crece por esfuerzo o industria humana sino que
es gratuidad y don de Dios.

*****

La realidad es que Lutero fue rechazado de plano por los católicos, en especial
en el tema en el que acertó, que es el de la gratuidad de la salvación. Contra él surgió
un movimiento de Contrarreforma que, por evitar sus desvíos, cayó en otros también
muy dañinos. La pastoral contrarreformista insistía en el crecimiento de la gracia
santificante mediante las buenas obras y los méritos personales. Con ello el nivel de
exigencias subió y también el nivel de protagonismo del ser humano en su salvación.
Todo el mundo llegó a pensar que, el ir al cielo era efecto del buen comportamiento.
Con lo cual la bondad se constituyó en título y derecho que le podíamos exigir a
Dios. La vida eterna consistiría en una oposición en la que se accede al puesto por simple concurso de méritos. Se seguían utilizando palabras sagradas como fe,
esperanza y caridad; surgían devociones como la del Sagrado Corazón de Jesús que
hablaban de misericordia pero el peso de la salvación seguía recayendo en las obras
buenas y meritorias. Estas serían las que verdaderamente nos salvarían. En definitiva,
o me salvo yo con mi comportamiento o me voy al infierno.
Con esta praxis, Dios pasa a ser un objeto temido, la obra de Jesucristo queda
hibernada, la acción del Espíritu es sustituida por los proyectos humanos, la de la
gracia por la fuerza de voluntad y el don por el modelo pero, eso sí, ningún dogma se
resiente, la estructura de la Iglesia no está en peligro, ningún fundamento se
desmorona. La vida se muere pero las estructuras permanecen y la moral crece y se
hace omnipresente y rectora. En la vida de un convento siguen funcionado las
constituciones, el rezo y la vida común pero se muere el carisma, la Palabra de Dios,
el amor mutuo y la dimensión sobrenatural. En la relación con Dios y con los
hermanos se ahoga la caridad y no se percibe por ninguna parte la obra viva del
Espíritu Santo. Este pasa a ser un desconocido, siendo sustituido en primer lugar por
duros radicalismos morales que sostienen el edificio y, en segundo lugar, por una
tupida floración de devociones que cultivan una interioridad muy sentimental y poco
teologal. La devoción al Sagrado Corazón y a la Divina Misericordia son parches
devocionales nacidos de la carencia de una auténtica teología y vivencia de gratuidad
Yo he vivido muchos años en conventos, parroquias y grupos que funcionaban
así. Toda la gente de mi edad conoce por experiencia este tipo de fenomenología
religiosa. La hemos disfrutado y sufrido. Nos ha proporcionado a veces, alegrías
humanas pero la calidad religiosa y carismática de nuestra entrega ha dejado mucho
que desear. Nos hemos relacionado con Dios sin una experiencia viva de su Palabra,
no hemos descubierto a un Jesús vivo y resucitado que nos da su Espíritu Santo.
Nuestra teología no ha sido capaz de descubrir la gratuidad de nuestra salvación, por
lo que nuestra alabanza y recitaciones corales no brotaban de un corazón agradecido
sino del cumplimiento de un deber. Nos ha fallado la relación personal con Cristo, no
le hemos descubierto como un tú, lo hemos camuflado bajo la denominación genérica
y racional de Dios. Hemos envejecido porque el corazón sin el Espíritu envejece con
rapidez
Hoy en día cunde la alarma porque algunos cimientos se resquebrajan. La gente,
cansada de exigencias, se aleja de las iglesias. Está hastiada de que la religión sea
solo un estricto examen de moral. No quieren soportar más al “Deus ex maquina”1
que le hemos predicado. Ya nos trae la vida presente suficientes problemas y
quebraderos de cabeza como para añadir los del más allá. La impiedad y el
desconcierto se adueñan de las masas mientras que el descrédito y el rechazo a la
religión se hace cultura. Los chicos del colegio tienen a gala despreciar lo religioso
sin que hayan tenido tiempo de saber vitalmente de qué se trata. Reaccionan así
porque nacen en una cultura así. ¿Está todo perdido? Evidentemente, no; alguna
renovación será posible. El caos, desde el primer versículo de la Biblia, es teologal.
Al Espíritu Santo le gusta trabajar sobre él.

*****

Pienso que descubrir y adentrarse en el tema de la gratuidad es importante para
que se dé un cambio en nuestra fe y, por tanto, en nuestra acción sobre el mundo. Lo
veo como imprescindible para superar el planteamiento ético en el que está encerrada
hoy la vida cristiana. En mí sucedió ese cambio. El hecho de que yo entendiera algo
de la gratuidad pasó por entrar en la Renovación carismática en el año 1976. Hasta
1 Es un término filosófico que se refiere a un dios que crea el universo sin corazón, de una manera fría y determinista,
como si fuera una máquina. Ese momento yo era ajeno totalmente a esa realidad, es más, era ajeno a cualquier
experiencia de Espíritu Santo. Pocos meses después de llegar a Maranatha2 pude ya
percibir los primeros soplos de ese Espíritu en vivencias personales conscientes. Era
otra forma de entender muy emocionante. Dejó de ser un concepto, una idea o tesis y
comenzó a ser una fuerza, un poder, una realidad que me habitaba. Me era fácil
dialogar con él porque sabía que era una persona y me podía escuchar. La oración del
grupo me ayudaba enormemente. El hecho de vivir la experiencia en comunidad, con
otras muchas personas que sentían lo mismo, me aseguraba también el no haber
perdido pie. Al contrario, el gozo común nos fortalecía y nos animaba a seguir
profundizando en dicha experiencia.
Yo era un hombre docto en la materia y conocía bien toda la teoría sobre el
Espíritu Santo y sus dones por mis licenciados y doctorados, pero a nivel de
experiencia era un doctrino más de los que componíamos el grupo de Maranatha. Es
más, respetaba como privilegiados y más sabios a los que habían llegado antes que
yo. Necesitaba aprender de ellos y los testimonios que oía me deslumbraban. Sin
saberlo, supe ser niño ante una experiencia que me era gran novedad, pese a que ya
llevaba quince años de sacerdote y ocupaba cargos importantes. Nunca había sido un
hombre muy piadoso y, no obstante, me sentía muy motivado por un atractivo interior
que me fascinaba.
El descubrimiento más determinante y la gran revelación de los primeros años en
Maranatha para mí fue el Espíritu Santo, su acción en mi interior, sus dones y frutos.
Los carismas tardé más en comprenderlos. Sentía que el Espíritu trabajaba en mi
interior con lo cual iba chupando gratuidad sin tener todavía el concepto claro.
Percibía muy real su acción y continuamente sucedían cosas en mí, sobre todo con
iluminaciones que reblandecían mi rígida formación teológica. Pronto comprendí que
el Espíritu no acepta sucedáneos: necesita mucha docilidad y sencillez para penetrar
en un alma. Llegué en un momento a dudar de que toda mi formación teológica
hubiera valido para algo. La resentía como un estorbo.
En el orden práctico dos cosas se me hicieron claras: en primer lugar que mi vida
interior le pertenecía al Espíritu Santo. Todos mis esfuerzos para ser bueno y santo,
mi aspirar a la perfección, mi lucha para ser un buen religioso y sacerdote, ya no
estaban en mi mano. Solo me quedaba mi sí y mi asentimiento y el compromiso que
esta entrega conlleva. No obstante, se me quitó un peso y una carga muy grande de
encima, pero tampoco sabía bien cómo sustituir los esfuerzos anteriores. Mi bondad y
mi salvación tendrían que ser un regalo pero esta gratuidad ¿cómo la podía encajar en
mi anterior teología? Todo es obra de Dios, todo es gratuidad, pero ¿es que no hay
Maranatha es un grupo de oración de Madrid en el que conocí la Renovación carismática. ¿No hay que hacer nada?
La otra cosa que se me hizo clara es que todo es gracia. Esta experiencia
elevada a la categoría de principio universal arrumbaba en el baúl de los recuerdos mi
anterior concepción del cristianismo y con ello la orientación básica de mi formación.
Por una parte me daba miedo llegar a estos pensamientos pero, por otra, la
experiencia me urgía a un radicalismo en este sentido. Miraba a la gente sencilla de
Maranatha y veía que disfrutaban como locos. Todos se sentían liberados. Nadie se
daba cuenta de que nos estábamos cargando concepciones de siglos. La moral nos
seguía amartillando porque de hecho no éramos mejores que antes pero su fuerza
coactiva no nos inyectaba los miedos y escrúpulos de antes.
Íbamos cambiando poco a poco el lenguaje. En cierto momento encontré una
definición de gratuidad que me hizo mucho bien. Se atribuye a San Agustín y dice: la
gracia es la acción de Dios que, a partir de su inescrutable sabiduría, visita a los
hombres con independencia de sus esfuerzos y los impulsa amorosamente a escoger y
obrar el bien. Santo Tomás de Aquino se pregunta si es posible merecer la gracia y
responde: o, porque la gracia es el principio de todo merecimiento. Queda claro que
la iniciativa tiene que venir de arriba. Hay que aceptar esta pobreza. Ninguna de
nuestras obras merece la gracia y la salvación; por la vía del obrar no hay salida.
Todo nuestro esfuerzo es baldío. Ahora bien, si la salvación no está en nuestras
manos, ¿podemos confiar en Dios? Sí, la Palabra nos dice: Dios nos ama y desea que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. La iniciativa de
Dios está asegurada. Dios nos ama y lo hace sin condiciones. La cara crucificada de Cristote está diciendo que ninguna de tus obras, por mala que sea, es capaz de evitar
que él te ame.
Solo una cosa impide a Dios obrar tu salvación: tu libre albedrío. Contra tu
libertad Dios no puede nada. Decidió desde el principio hacerte libre. Lo cual
significa que tú puedes rechazar no solo su salvación sino a él mismo. Este es un
misterio tremendo que alimenta continuamente en nosotros el santo temor de Dios,
que no es miedo a Dios sino a nosotros mismos. Este rechazo solo es posible desde
un endurecimiento prolongado y muy consciente. Los pecados de debilidad no llegan
a esta categoría. Tienen que ser muy largamente consentidos para que se trasformen
en una postura metafísica que es la única en la que es posible el rechazo a Dios.
Puede haber muchas prostitutas, ciertamente pecadoras, pero que no rechazan a Dios.
La cultura atea que hoy se vive infiltrada en el subconsciente del individuo puede
más fácilmente alcanzar ese nivel metafísico. Es bueno, por tanto, respetarse y tener
miedo de uno mismo y no fiarse sin más de una gratuidad barata que no sería otra
cosa que reírse del amor de Dios.




*****
Poco a poco, a lo largo de los años, se me fue haciendo claro el concepto de
gratuidad y los grandes compromisos que conlleva. Lo bueno es que lo percibía como
obra del Espíritu y, por tanto, debía aprender a dejarme llevar para ir descubriendo y
viviendo más cosas. Es una obra suya y él la llevaría a feliz término. Los grandes
maestros de Maranatha siempre nos predicaron una gratuidad no solo libre del temor
y del peso de la culpa sino fructífera en el orden del conocimiento y unión con Dios.
Conocer la gratuidad era ver a Dios de distinta manera, ponerle otra cara, estrenar una
confianza que nunca habíamos sentido. Empecé a vivirla como un signo de salvación.
Sentía que si era fiel al grupo donde se me reveló podría disfrutarla a tope sin miedo a
equivocarme. El propio Espíritu Santo me daba testimonio de ello en mi interior. Con
ello se me fue haciendo también claro el hondo sentido de la comunidad como lugar
de revelación y presencia del Señor. De ahí que mis sentimientos los hiciera
extensibles a todos los miembros del grupo. Si eres perseverante y fiel y alabas a
Dios en el grupo, no necesitas buscar muchos signos más. La gratuidad y la alabanza
no pueden convivir con el miedo; se bloquearían. Cree en ellas y practícalas. No
necesitas ningún otro signo de predestinación que la fidelidad a Maranatha o al lugar
donde Dios te coloque. Confía a esta obediencia tu salvación y no serás confundido.
Dirás: “Esto mismo se puede decir de otros grupos de Iglesia”. Yo te contesto:
“Puede ser. No hago comparaciones. Ahora bien, el Cristo que se predica en
Maranatha, el kerigma que te alimenta, la tradición que te sustenta y los signos que
nos preceden son de altísima calidad espiritual. Por eso me atrevo a decirte que
confíes tu crecimiento y espiritualidad a esta obediencia y vívela como un regalo
único. Esta obediencia al grupo es un regalo que Dios te hace porque sin un
sometimiento semejante uno se pierde en sí mismo y no llega cerca de Cristo. En
Maranatha hay suficientes instrumentos de salvación y suficiente presencia viva de la
gracia para ser espiritualmente feliz. Por eso, acepta tu llamada, tu vocación a este
grupo, es el mismo Jesucristo ofreciéndote su amistad; sé tú un regalo para él, ya que
la amistad siempre es cosa de dos”.
Para poder experimentar esta seguridad es necesario dejar trabajar libremente al
Espíritu Santo. Lo que va a hacer ya lo sabemos, va a la búsqueda de tu amistad: para
eso te tiene que poner a su nivel. Para eso tiene que abrir hueco dentro de ti para que
quepa más gracia, para que valores más su gratuidad, para que el encuentro sea más
íntimo. El mar es más hondo donde más agua cabe. La esencia de un cántaro es su
vacío interior. Nosotros a este vaciamiento lo solemos llamar pobreza de espíritu.
Esta pobreza o hueco interior es un correlato de la gratuidad, es decir, siempre van
juntos, a mayor gratuidad más pobreza y viceversa. La gratuidad total solo es posible
en un vacío total.

*****
Otro, pues, de los grandes descubrimientos que hice fue el de la pobreza de
espíritu. En Maranatha se aprende que, para ir hacia arriba, tienes que ser despojado
de mucho lastre. Ese lastre es nuestro pecado, nuestras heridas, complejos, desgracias
y sufrimientos, que pululan en nuestra vida sin ser sanados. El Espíritu Santo tiene
que realizar esa sanación y lo hace, en primer lugar, iluminándonos sobre nuestra
situación real. Debe mostrarnos lo llenos que estamos de nosotros mismos. El pecado
ha trenzado miles de ramificaciones en nuestro interior en las que está preso nuestro
espíritu, que es lo que el Espíritu de Dios quiere activar. No solo cometemos pecados
sino que somos pecado. Por nosotros mismos no podemos salir de él. Tenemos que
ser trabajados e iluminados. La pobreza va en la línea de la iluminación para abrir
hueco a la gracia dentro de nosotros.
Hay un subconsciente personal y también comunitario que impide en nosotros
la obra del Espíritu y que está anegado de pecado, tanto del original como de los
personales. Ahora bien, cuando nuestro pecado es iluminado y lo entregamos deja de
ser un obstáculo y pasa a ser una pobreza sobre la que el Espíritu trabaja. Una
pobreza no iluminada es riqueza. Siempre te crees algo hasta que el Espíritu te cuenta
tu verdad. El crecimiento personal y el de Maranatha van en la línea de esa pobreza
iluminada. El pobre no es un ser perfecto, al contrario, es el que sabe que su
incapacidad solo la llena el Señor. Maranatha no es un club de perfectos sino de
mendigos que se sienten atendidos. Entrar en el abismo de la pobreza es invocar el de
la benevolencia y el derroche de gratuidad de Dios. Solo el pobre está capacitado para
recibir limosna.
Ser pobres de espíritu es, pues, un don maravilloso. Dichosos los pobres de
espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. La fuerza de Dios se realiza en
nuestra debilidad. El pecado del hombre, cuando está entregado, es un objeto especial
de amor de Dios. Somos amados en nuestro pecado, en nuestra debilidad, en nuestra
impotencia e incapacidad. Ahí es donde podemos captar al tú de Dios amándonos y
salvándonos. La pobreza no es un abstracto sino una realidad encarnada. Somos así.
El amor de Dios se hace concreto en nuestra realidad pobre, en aquello en lo que
tenemos que ser salvados. Es bonito, pues, ser pobre porque de esa forma dejamos
trabajar a Dios al cien por cien.
Esta pobreza mata todo idealismo. Para ser pobres no podemos tener ni siquiera
concepto de Dios ni es importante saber mucho de él. Solo nos interesa su acción en
nosotros, que es donde se realiza el encuentro: que me toque, que me quiera, que me
abrace, que me levante, como canta de continuo nuestra música. Es en la encarnación,
8
en la cruz, en la vida real donde se realiza la boda. En Maranatha hemos oído miles
de veces recomendar estas cosas. Por eso no predicamos virtudes, ni bondades, ni
méritos, ni perfecciones, ni fuerza de voluntad, ni vencimientos, ni eficacia; todas
estas cosas son riquezas que estorban a la acción del Espíritu. La mística de la
pobreza solo busca el encuentro porque de él brotará toda la fuerza, todo el amor,
todos los dones y carismas.
Hace poco estuve en Medjugorje y asistí a una aparición en casa de Marija, una
de las videntes. Mientras llegaba la hora de la aparición, rezamos el rosario. En un
momento dado, me sentí como invadido por el don de lenguas. Al rato cesó pero
seguí notando una acción interior que cavaba un pozo en mi interior. En ese pozo caía
mi raciocinio, mis dudas, mis expectativas, mis recuerdos e imágenes, todos mis
sentimientos. Tan fuerte era la vivencia que pensé: ¡A ver si se me aparece la Virgen!
No se me apareció pero supe que había sido llevado al lugar interior donde se
aparece. Creo que es la mayor experiencia de pobreza de espíritu que se me ha dado
en la vida.
Yo pienso que Maranatha y toda la Renovación que siente como ella tiene
vocación mística. Este mismo verano he oído decir varias veces al P. Cantalamessa
que la Renovación existe para reinstaurar en la Iglesia la gran experiencia de
gratuidad del principio, deteriorada por los siglos. Participo plenamente de esa
opinión. Para restaurar esa experiencia, el Señor tiene que suscitar algo o alguien que la viva profundamente. No puede ser cosa de un grupo de cantamañanas sino de
alguien que viva en anticipo lo que va a fermentar a todos mañana, y eso es la
mística. Vivir en anticipo significa conectar y beber de las fuentes de toda gratuidad
comenzando por el mismo acto de fe.

*****
En efecto, el Espíritu activa en el pobre toda la vida sobrenatural, comenzando
por el acto de fe. Este no es un acto humano de adhesión a unas verdades, ni un acto
de confianza, ni una entrega a Dios; no es un acto humano. Su entidad, su óntica, no
es humana sino sobrenatural. Solo se salva la gratuidad cuando pensamos que es Dios
el que activa en nuestro espíritu la fe que, vista desde nuestra ladera, es una respuesta.
El ser del acto de la fe es divino, no tiene origen ni en el deseo ni en el querer
humano sino en la donación de Dios. El hombre que cree funciona ya divinamente; el
Reino de los cielos ha comenzado a vivir en él.
Cuando me fui haciendo consciente de esto que digo me fui llenando de
alegría. Agradecí mis estudios de teología porque me estaban dando un lenguaje y
una estructura. Me hice mejor dominico porque descubrí que la gratuidad está en las
entrañas de mi Orden dominicana. Cada vez podía profundizar un poco más y, con
los años, se fueron desplegando delante de mí todos los elementos de la vida
sobrenatural. Además de la esperanza y caridad comencé a entender lo que eran los
dones y carismas. Nunca hubiera entendido yo nada de esto si no los hubiera visto
realizados en Maranatha. Sin una comunidad viva donde tales cosas suceden jamás
hubieran dejado de ser para mí unos conceptos abstractos. Me refiero incluso a los
que yo pudiera tener. Sin el espejo de la comunidad nunca hubiera tenido experiencia
de mis propias gracias. La comunidad da vida a los dones a la vez que estos nos
encarnan en la realidad.
El Espíritu regala a la comunidad el don de sabiduría con el que se aprende a
mirar a los hermanos, a la familia y al mundo entero con los ojos, la paciencia y el
ritmo de Dios, no con nuestras prisas y juicios. Con el don de inteligencia, activado
por el carisma de predicación, el pueblo de Maranatha ha entrado en el conocimiento
y experiencia del regalo de la gratuidad de nuestra salvación. Con el don de consejo
Maranatha se ha mantenido firme en su espiritualidad avalada por los frutos. El don
de ciencia nos ha enseñado a interpretar nuestra vida y todos los sucesos felices e
infelices de ella bajo el prisma del amor gratuito y trascendente. Nos ha regalado y
hecho tangible también el amor de la comunidad. El don de piedad, precioso en
Maranatha, nos hace sentirnos en casa en el grupo y nos da el estar a gusto hablando
ratos enteros de las cosas del Señor. La fortaleza, como don, engendra alegría en el
pueblo que va perseverando año tras año, comprometido y protegido por una fuerza
muy por encima de la humana. Finalmente el don de temor es el miedo que guarda la
viña, que hace a todos corresponsables de Maranatha. Cualquier cosa menos perder la
identidad y la fidelidad a lo que se nos ha dado.
También he podido hacerme consciente de los carismas. En estos días de verano
acude mucha gente de otros grupos a la oración de Maranatha, ya que en los suyos
han cerrado por vacaciones. Varias veces nos han dado las gracias por la acogida que
reciben. Yo les digo que deben sentirse en casa y unirse a todos con naturalidad ya
que Maranatha es un grupo madre que ha engendrado muchos hijos y todos caben en
ella. No es un grupo excluyente sino de acogida, un carisma que de no existir negaría
la gratuidad. Además de este carisma, Maranatha ha recibido gratuitamente, sin
mérito alguno, el carisma de la palabra hablada y escrita. Este carisma configura el
ser del grupo y salta por encima de sus fronteras, primero por los contenidos y en
segundo lugar por los medios técnicos en los que se distribuye. Ni Maranatha ni nadie
se lo puede apropiar pero es aquí donde primero resuena. Otro de los grandes
carismas del grupo es el de la alabanza, poderoso tanto en aclamación como en
lenguas. Es un don muy dependiente de la experiencia de gratuidad. Además de estos,
Maranatha disfruta de los grandes carismas propios de la Renovación carismática
como el de intercesión, sanación, etc.


La gratuidad del Espíritu Santo se derrama también entre nosotros en forma de
frutos. Aunque los reciban los individuos son frutos comunitarios porque el Señor
busca siempre la integración comunitaria de todo nuestro ser y hacer. Hace unos días
al salir de la oración fuimos un grupo a tomar algo. A mi lado se sentó una chica de
dieciséis años. Se llama Marta. Tiene cuerpo de joven pero carita aún de niña. En un
momento me preguntó:
-¿Qué es eso de la gratuidad?
Me quedé mirándola a los ojos.
-Sí, porque vengo oyendo desde hace tiempo esa palabra y no sé lo que es.
Le expliqué:
-Es que Dios, por ser hija suya, te ama y te salva. Simplemente, por ser tu
padre, te quiere estés como estés. Aunque hayas sido mala, si vuelves a casa, te
acoge sin más, sin que hagas méritos para ser acogida. ¿Lo entiendes?
-¿Y eso tiene algo que entender?, me replicó.
Le parecía tan natural que Dios fuera así que no veía ninguna dificultad.
Cualquier otra cosa le parecería horrible. Pensé ¡qué malo hacemos a Dios cuando le
imaginamos buscando cosas para castigarnos! El fruto de la gratuidad es pensar como
esta niña. Muchas personas de Maranatha a la hora de la muerte sentían lo mismo que
Marta.
¿Cómo se llega a esta experiencia de gratuidad? ¿Cómo se llega a la experiencia
del Espíritu? ¿Cómo se entra en contacto con esta vida sobrenatural? La respuesta
más obvia, la que la Iglesia siempre nos ha dado es que se llega mediante el
bautismo. Sin embargo hoy este lenguaje no es suficiente porque el bautismo, tal
como se administra en la actualidad, no produce experiencia sobrenatural.
Está
totalmente devaluado en el sentir de la gente. No fue así en otras épocas. Suele
decirse que antiguamente se bautizaba a los convertidos y ahora tenemos que
convertirnos los bautizados. La Renovación carismática sabe que es verdad que el
bautismo es la puerta de entrada a la experiencia viva de Dios. Por eso, a los que se
acercan a ella les impone las manos en comunidad, reza por ellos y en la mayoría de
los casos se obra el milagro. Es como si estuviéramos en los días de los Hechos de los
Apóstoles. Hoy sigue sucediendo Pentecostés en medio de nosotros. Todos estamos
invitados.
*****
Ya se va alargando esta carta y, sin embargo, aún no se ha pronunciado la palabra
clave en el misterio de la gratuidad: Jesucristo. Hoy se está poniendo de moda hablar
de gratuidad; es un término que gratifica a predicadores y gentes que les gusta
aparecer modernos. El problema es qué contenidos hay bajo esa expresión. Para
nosotros la palabra gratuidad se refiere a nuestra salvación. En Maranatha la
gratuidad consiste en que Cristo es nuestra justicia. Con otras palabras: estamos
gratuitamente salvados porque Cristo ha cargado con todos nuestros pecados. Esta
salvación no es futura, ya ha sido realizada y se activa desde el momento que la
acogemos. Es una experiencia escatológica pero ya sucede en esta vida. La salvación,
la entrada en el Reino de Dios, no es producto de ningún esfuerzo humano; es obra de
Dios realizada en Cristo, que carga con todo nuestro bagaje. Pero debemos tener
cuidado: no estamos hablando de conceptos sino de experiencia. El Señor en estos
casos nos dice en el Evangelio: El que pueda entender que entienda.
Los teólogos en los últimos decenios han utilizado mucho la frase: ya, pero
todavía no. Ya estamos salvados pero todavía no. A nivel de concepto se entiende la
frase. A nivel de experiencia, menos, ya que en la experiencia hay un cambio, un
toque, una mutación, incluso corporal. Al que experimenta la salvación le cambia la
vida. El que tiene experiencia de gratuidad procede ante la vida con un talante muy
distinto del que no se siente salvado y vive todavía bajo el peso de sus miserias y
pecados. Este cambio es efecto de la resurrección de Jesucristo que comunica su
victoria a los que le siguen.
Esto no lo perciben los que viven una simple religión de obras y por eso apenas
necesitan a Jesucristo. Con tal de ser moralmente intachables ya tienen solucionado el
problema religioso. En el pecado llevan la pena porque viven sobrecargados y con el
miedo en el alma. Lo mismo les sucede a los que viven del Espíritu sin haber
descubierto a Jesucristo: no saben qué hacer con su encarnación y con su dolor. Tanto
en una tendencia como en la otra se piensa en Cristo como modelo, como el máximo
representante, como la causa ejemplar de nuestra salvación. No pasan de ahí. Ahora
bien, Cristo no es un modelo, no nos salvamos a semejanza suya, no realiza siquiera
nuestra salvación, es nuestra salvación.
La óntica de nuestra salvación es sobrenatural y se llama Jesucristo. Si quieres
ser santo, ninguno de tus actos lo alcanzará; tu santidad es Jesucristo. Si quieres ser
bueno, con ningún ejercicio lo lograrás; tu bondad es Cristo. Si quieres salvarte, nada
te ayudará a conseguirlo, ni siquiera la gracia de Dios; tu salvación es Jesucristo.
Nadie que tenga la verdad la ha encontrado sino que ha sido encontrado por ella.
Ninguna de estas cosas está ahí para aupar al yo humano; acoge a Jesucristo en la
humildad de tu impotencia. Entonces dirás como San Bernardo: ¿Cantaré, acaso, mi
propia justicia? “Señor, narraré tu justicia, tuya entera”. Sin embargo, ella también
es mía pues tú has sido constituido mi justicia de parte de Dios3.
La esencia de la gratuidad se nos revela a través de la humanidad de Jesucristo.
En los primeros años de mi aprendizaje en la Renovación carismática pensé que con
disfrutar del Espíritu Santo y de sus dones y carismas, me bastaba. Estaba muy
equivocado. La labor fundamental del Espíritu es revelarnos a Jesucristo. Él no habla
de sí mismo ni nos cuenta su vida, nos habla de Jesucristo que es donde se realiza
nuestra salvación. Una Renovación que no descubriera a Jesucristo y éste crucificado,
es decir, humano, se convertiría en burbuja y en secta de alumbrados. Los
predicadores de Maranatha siempre nos han insistido en la humanidad de Jesucristo,
casi con la misma insistencia que Santa Teresa a sus monjas. Dice la santa de Ávila: Y
veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes
mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su
Majestad se deleita. Muy muy muchas veces lo he visto por experiencia. Hámelo
dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos
muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que vuestra merced, señor, no
quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de contemplación; por aquí va seguro.
Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes4. En Maranatha siempre
se nos ha hablado de esto aunque el lenguaje ha variado algo según las épocas. Pedro
Reyero nos comentaba con frecuencia el significado de la encarnación y nos decía
que todo lo que no pase por ella, es decir, por Jesucristo, es frivolidad. No se nos ha
disertado sobre los pobres, la solidaridad, la justicia en el mundo ni de otros grandes
conceptos por el estilo. No se nos ha inyectado mentalidad de salvadores ni
mesianismos proféticos de ninguna clase, se nos ha hablado de aceptación de la
propia humanidad y encarnación que se sanan y triunfan con Cristo en la
resurrección. Se ha abundado en la aceptación de la historia con toda su pobreza, no
desde el fatalismo, sino desde el poder de lo alto. Este lenguaje no viene de un
espiritualismo desencarnado sino comprometido con la realidad del hombre en toda la
extensión de su miseria. No hemos utilizado el análisis marxista de la sociedad para
renovar el mundo sino algo más parecido a la compasión que viene del corazón de
Cristo.
Hay muchas personas a las que la palabra gratuidad les incomoda y les genera
inquietud. Su argumento es: entonces, ¿no hay que hacer nada? Esta gente, de
momento, no entiende gran cosa, no ha recibido todavía el don aunque tal vez lleve
años. Su estancia en Maranatha se les hará bastante penosa, dándoles lo mismo asistir
3 San Bernardo. Comentarios al Cantar de los Cantares, Sermón 61.
4 Santa Teresa, Libro de la Vida, capítulo 2.
o no asistir, irse o no irse a otro lugar. Si se quedan, además de murmurar, suelen
tratar de cambiarlo todo, rebajándolo, es decir, haciendo entrar al propio yo mediante
actos ónticamente humanos en el proceso de salvación. El que tiene el don sabe que
este proceso es entitativamente sobrenatural y al hombre no le cabe otra respuesta que
el sí de María y el dejarse hacer.
Si alguien echa de menos dificultades que no tenga miedo que las tendrá. El sí a
la gratuidad de Dios le va a costar un precio muy alto porque si quiere llegar a algo, si
quiere ser fiel, tendrá que quemar las naves. La salvación es gratuita pero sucede en
nuestra carne, la cual no suele estar de acuerdo por lo que la fidelidad siempre está en
riesgo. Ni la gratuidad ni la salvación son cosa de un día. Cuando decimos ya estamos
salvados significa que entramos en un largo proceso de crecimiento y de santidad que
exige una fidelidad a veces dolorosa porque incluye lucha contra uno mismo. La
tónica de este proceso, sin embargo, es de alegría y gozo. Uno siente que ha
encontrado la perla y es muy feliz con ella. Ve cómo se renueva cada mañana la
misericordia de Dios con él. Maranatha es una comunidad pobre y pecadora, que
desfallece con frecuencia, pero feliz y contenta de su llamada. Incluso la vida humana
en Maranatha, sus relaciones interiores son, casi siempre, cálidas y con amistad de
alta calidad. Fuera de algunos momentos de tensiones se asemeja a una gran familia.
En efecto, una vez aceptado por la fe que Jesús es el Señor el Espíritu nos lleva a
entregarnos a ese señorío. El tirón interior con el que lo hacemos es también gracia,
es obra del Señor. Nos lleva en palabras de San Pablo a sepultarnos con Cristo para
resucitar con él. Sepultados con Cristo. No se trata de una muerte física sino de la
entrega de todas nuestras obras y de nuestro pecado para que mueran con Cristo y
formen parte de su resurrección. Pese a la gracia esta entrega es difícil porque
significa morir a nosotros mismos. Hay que tener en cuenta que el pecado da vida,
que la gente busca con ansia todo lo que le arraiga en sí mismo, nos queremos salvar en nuestra riqueza, en nuestra ciencia, en nuestra técnica, en nuestro progreso. El
mundo quiere arraigarse en sí mismo, encontrar la salvación en su propio esfuerzo.
La gratuidad es ajena al hombre de pecado que se ha separado de Dios.
En Maranatha no utilizamos la palabra ofrecer a Dios sino entregar. El que
ofrece parece que lo hace desde sí mismo, mientras que entregar tiene menos
connotaciones con el moralismo. Con la iluminación del Espíritu, los elegidos
entregan su pecado, sus heridas, sus taras y todo su peso a la cruz de Cristo para que
su sangre las trasforme. Al llegar aquí uno ya es suficientemente pobre para saber que
no está en su mano librarse del pecado, sanarse de algo o salvarse en sus méritos.
Uno está entregado a Cristo y comienza ese admirable intercambio en que Cristo nos
da la vida y la misericordia a cambio de nuestros pecados. Va naciendo una empatía y
un amor muy profundo. La boda se celebra en la cruz, la amistad con Cristo se hace
indispensable.
De ahí nace un amor, una seguridad, una esperanza y una perspectiva de vida
que compensa con creces las dificultades de la entrega. San Pablo lo apostilla: Si nos
hemos hecho una misma cosa con Cristo por una muerte como la suya también lo
seremos por una resurrección semejante a la suya, sabiendo que nuestro hombre
viejo ha sido crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y
cesáramos de ser esclavos de dicho pecado (Rm 6, 5-7). Todo eso, viviéndolo en
comunidad, escuchando los testimonios de los demás, viéndose cada uno reflejado en
la lucha de los otros hermanos, sintiéndose ungidos por el mismo poder, participando
de la misma alabanza, se puede considerar parte de un don y de una felicidad
inexpresable. El Espíritu alimenta la vivencia y hace suave la entrega de tal modo que
uno queda marcado para siempre.
Este es el sentido de la muerte de Cristo; así nos salva. Se trata del Cristo
hombre, de la humanidad de Jesucristo. Nos salvó según Pablo por medio de la
muerte en su cuerpo de carne (Col 1, 22). El Espíritu nos explica el designio de Dios
asumiendo la carne de un hombre, dotándolo de personalidad divina sin merma
alguna de su humanidad. Esto es maravilloso porque en esa humanidad Dios se hace
cercano. En efecto, de Dios no podemos formarnos concepto ni imagen alguna a no
ser analógica, sacada de las criaturas. Dios es el totalmente otro. Por la misma razón
tampoco podemos tener de él un conocimiento vivencial, nuestra empatía con Dios es
igualmente analógica. Conceptos analógicos sí se dan, vivencias analógicas referidas
a Dios también, como por ejemplo el amor, la misericordia, la benevolencia aunque
son imposibles de transferir a Dios sin Jesucristo. Por eso hoy algunos no pasan de Cristo.

Según San Pablo entregar nuestro pecado a Cristo significa morir con él. Ahora
bien, el que ha muerto queda liberado del pecado (Rm 6, 7). Y continúa: Así también
vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos en Cristo Jesús (Rm 6, 11). La
consecuencia de esta fe es la postura más valiente de toda la Biblia: El pecado ya no
tiene dominio sobre vosotros pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia (Rm 6,
14). ¿Quién se puede creer esto? Nuestra psicología no puede soportarlo. “Yo -puede
pensar uno- he entregado mis pecados a Cristo, ya no quiero vivir de mi ley, ya no
quiero vivir mi vida, lo he entregado todo pero ¿qué significa que el pecado no tiene
ya dominio sobre mí si sigo siendo débil y pecador como antes?”
Pues bien, en Maranatha se predica esto. El que quiera vivir en Cristo Jesús, el
que entregue cada día su pecado y no viva de él, está libre de su peso aunque lo
cometa. Esto sucede porque has cambiado de régimen: ya no estás bajo la ley sino
15
bajo la gracia. El que está bajo la gracia ya no comete pecados. La traducción
litúrgica española de estos textos es muy buena, dice: Ha sido cambiada tu
personalidad de pecador. Así como un árbol bueno no puede dar frutos malos, así el
pecado bajo la gracia cambia de signo, es decir, ya no es pecado sino miseria,
pobreza, impotencia pero no pecado, porque ya no quieres vivir de él, te resulta más
bien una cruz y un peso. Solo es pecado lo que pones en lugar de Cristo, lo que te da
vida fuera de Cristo o de su comunidad.
El que ha recibido el don entiende todo esto con facilidad en el corazón. El que
lo quiera entender sólo con conceptos no va bien encaminado. Lo devalúa y juega con
lo santo. Esto se siente, se presiente, se vive en el corazón. Los cálculos aquí no
valen. Uno debe darse cuenta hasta qué punto está jugando o hasta qué punto va en
serio. Es cuestión de amores: el de Cristo o el tuyo. En una situación dudosa
pregúntale a Cristo. Tú ya sabes de qué va esto, tú ya has hecho mucha oración, a ti te
ha hablado el Espíritu. Es cierto que hoy hay una devaluación del pecado y esto
puede confundir pero tú conoces la paz y sabes lo que hay detrás de ella. Si la has
perdido tienes que consultar y reencontrarte.
Sea como sea, el pecado ya no tiene sobre ti el mismo dominio que tenía antes.
Ha cambiado tu personalidad y la óntica del pecado. Este se define como aversión a
Dios y cuando estás bajo la gracia esta aversión no existe. La entidad del pecado ha
mutado. Esto se sabe bien en Maranatha. Algunas veces te parecerá que nada es
pecado y no sentirás urgencia de confesarte. Ya estás en otro régimen en el que no
predomina el lenguaje del castigo, de la condenación, ni te brota la culpabilidad sino
la compunción. Sabes lo fácil que es volver, sabes que el Señor te busca, que te
quiere tal como eres, no te espía, no es tu juez. Has saboreado la bondad del Señor y
eso no lo puedes olvidar. Es más que un amigo. Ha pasado por tus propias
debilidades. En el régimen de gracia la tónica de tu vida es la confianza, incluso en
algún momento podrás decir como Santa Teresa: Me espanta la libertad que Dios me
da. Ciertos tabúes moralistas, culturales y religiosos como la limpieza, la pureza, e l
silencio, la austeridad, las ropas, gestos, sacralizaciones de todo tipo dejan paso al
cariño, a la facilidad en el trato, a los signos de fraternidad, a la naturalidad en los
comportamientos y a lo que es equilibrio natural y racional. Ya no todo es pecado ni
mucho menos sino que es real lo que se llama libertad de los hijos de Dios.
La gran seguridad que nos invade no brota de mí porque la alianza nueva que
hace Dios con nosotros no se apoya en nuestro comportamiento ético o moral sino en
la sangre de Cristo. Ella es la que nos lava, nos limpia, nos purifica y nos justifica.
Entrar en la sangre de Cristo es salir de uno mismo y de sus obras. No es tu
comportamiento el que decide tu salvación, es la fe en la sangre de Cristo. Esto no es
laxitud sino un altísimo don. Por otra parte, la mejor salvaguarda de un buen
16
comportamiento y de unos buenos frutos, la única forma de guardar los preceptos del
Señor, no viene de ti ni de tu fuerza de voluntad sino de la sangre de Cristo que nos
merece la gracia. La sangre, las llagas, la humanidad de Jesucristo son el precio de
nuestra libertad y de la alegría y del gozo.
Esta es la gratuidad que se viene predicando en Maranatha desde hace más de
treinta años. A muchos les suena a protestantismo. Fuimos valientes al aceptar lo que
el Señor nos iba dando aun contracorriente. Sobre ese núcleo experimental se ha
construido una comunidad llena de vida, no sin discusiones e incomprensiones. El 1
de Noviembre de 1999 nos vino un inesperado refrendo oficial que nos indicaba que
en nuestro camino no estábamos solos sino que lo estaba recorriendo toda nuestra
Iglesia católica. Me refiero a la Declaración conjunta que la Iglesia católica y los
Luteranos firmaron sobre el tema de la justificación. En alemán no existe la palabra
gratuidad. Suena así: Solo por gracia, mediante la fe en Cristo Jesús y su obra
salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el
Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones, capacitándonos para las buenas
obras y llamándonos a ellas. Yo estaba en Alemania ese día. Cuando leí la noticia en
los periódicos fue tal la alegría que me perdí durante varias horas por las calles de
Münster. Mi único lamento era: “¡Lástima que Pedro Reyero5 no haya podido
disfrutar de esto!” Había muerto tres meses y medio antes.
*****
¿Qué es lo que ha cambiado? Nuestra imagen de Dios. No sabíamos que
éramos amados en Jesucristo de una forma tan total. Todo el peso cargaba sobre
nosotros, todo lo teníamos que alcanzar con nuestro propio esfuerzo y, aunque
lucháramos con toda el alma, nunca estábamos seguros de nada, nunca teníamos la
conciencia del todo tranquila, siempre teníamos detrás la imagen de un Dios frío,
impasible, dispuesto a juzgar y a condenar. Las imágenes que nuestra impotencia
proyectaba sobre Dios eran tétricas y, en el mejor de los casos, dependiendo de la
educación que te hubieran dado, podríamos atribuirle cierta benignidad, pero no para
llegar al nivel de la alabanza, de la acción de gracias y de la aclamación ruidosa como
se hace en Maranatha. Para alabar a Dios como se hace en nuestro grupo uno tiene
que sentir la acción salvadora y protectora de Dios, uno tiene que vivir en un nivel
asegurado de descanso y paz, uno tiene que sentir que ya está salvado a costa de
Jesucristo. La alabanza es la prueba de nuestra condición de hijos porque el Espíritu
es libre para gritar dentro de nosotros: Abba, Padre.
La culpabilidad, sin embargo, no se va tan fácilmente de nosotros. La conciencia
de nuestra pobreza milita contra la acción del Espíritu, creemos más a nuestros
5 Pedro Reyero O.P. es un gran predicador y teólogo de Maranatha ya difunto.
17
sentimientos que a la Palabra de Dios, nos cuesta mucho sentirnos salvados. Es
importante que te lo repitas muchas veces, que crees en ti hábitos buenos que te
ayuden a creer en la Palabra de Dios. Pronuncia tu nombre y di muchas veces:
“Antonio, Dios te quiere, Jesucristo es tu justicia”. Dilo en primera persona. Es una
bella oración. Necesitas subir tu autoestima delante de Dios para que te creas de
verdad amado. Imagínate una novia que siempre estuviera contándole al novio lo
indigna que es de él. ¡Qué aburrimiento de noviazgo!
En mi caso, como duermo regular, me suelo despertar antes de tiempo y
aprovecho para hacer un ejercicio de gratuidad. Tengo un crucifijo de casi una cuarta
encima de la mesilla, lo cojo y me lo pongo sobre el pecho para que me trasmita su
vibración, que es de gratuidad. A veces no quiero, mi carne no lo desea, me siento
indigno o culpable de algo, lo veo como inútil, pero por encima de mis sentimientos
lo pongo en mi pecho. Mi fe no puede depender de mis sentimientos, creo en Jesús,
sé que me salva, con lo que, al final, siempre termino contento y me siento liberado.
Lo haría aun en el caso de que tuviera un pecado grave, aunque después hubiera de
confesarme. Hay que aprender a mirar más a los ojos de misericordia de Jesús que a
nuestros sentimientos y a nuestro pecado. La gratuidad de Cristo está por encima de
mi pecado si de verdad no quiero vivir de él y se lo entrego. Como a Pablo, el Señor
no nos va a librar de todas nuestras pobrezas y miserias pues de lo contrario nos lo
apropiaríamos todo.
La carta a los Romanos dice que el pecado nos seduce y suscita en nosotros toda
clase de concupiscencias. Eso lo sabemos bien todos y no podemos olvidarlo nunca
en la vida. Pero en el que está viviendo a nivel de gratuidad el pecado ha perdido gran
parte de su hechizo y de su atractivo. El hombre viejo va decayendo por obra del
Espíritu. Su virulencia puede conturbarte en determinado momento pero ya juega en
campo ajeno. Los frutos de la carne que en otro tiempo te dieron vida se van trocando
en frutos del Espíritu que se salen de toda ley porque proceden del Espíritu. Lo
importante es creerse esto. Estamos inmersos en una cultura que no nos ayuda a fiarnos de lo sobrenatural. Nuestra psicología, que es terrena y pertenece a la carne,
nos está haciendo de continuo el juego contrario. En este terreno, la ciencia y la
sabiduría de las que alardeamos no nos dejan ser sencillos de corazón.
*****
Algunos, entre mis amigos, me dicen que soy un poco utópico al hablar de
Maranatha. Lo siento, pero es lo que tengo dentro y pienso que no viene de mí. Para
que esta gente se aclare les digo lo siguiente: Hay un artículo de la fe que dice: Creo
en la santa Iglesia católica. De manera semejante yo creo en Maranatha como obra
de Dios. Eso no quiere decir que crea o confíe en sus miembros actuales o futuros.
No creo en ellos y tampoco en mí, pero en el designio de Dios sobre este pueblo sí
que creo. Lo nuestro todavía es luchar por la perseverancia y la fidelidad. Finis
coronat opus, decían los latinos. Ojalá y todos llegáramos a esa corona final porque,
aunque no creamos en nosotros, sí nos amamos y nos deseamos lo mejor. Cualquier
desfallecimiento de un hermano duele un montón.
Es más, creo que la Renovación está llamada a aspirar a la más alta mística. Un
pueblo con experiencia de gratuidad necesita el lenguaje místico para expresarse. Es
cierto que la mística requiere mucha tribulación y noche oscura pero pienso que el
que persevera en Maranatha hasta el final, en obediencia a los diversos avatares por
los que pasa este pueblo, está capacitado para ello. Si el Espíritu nos revela la
humanidad de Jesucristo como lo está haciendo nos está empujando a esa plenitud de
amor con él. La mística cristiana genuina solo está capacitada para llegar al corazón
del hombre Jesús en el cual habita la plenitud de la divinidad. En ese corazón nos
encontramos con Dios.
En la mística tradicional la llegada a Dios a través de la humanidad de Jesús se
expresa de muchas maneras pero hay un tema recurrente que lo simboliza muy bien;
es el tema de las llagas. Las llagas o marcas de la pasión son el signo de identidad del
Cristo muerto y resucitado. Jesús se apareció a sus discípulos con sus llagas bien
visibles. El alma mística penetra a través de esas llagas en el interior de Jesús. Esa
penetración es de un amor infinito y fácilmente expresable porque es en la
humanidad. Entrando por ellas se accede al corazón de Cristo y ahí se encuentra uno
con la Trinidad. Ese corazón es la fuente del Espíritu Santo; por ahí pasa cuando lo
recibimos. No hay Espíritu que no pase por ese corazón. También brota de él la
gratuidad de Dios Padre regalada a través de Cristo; de ese corazón fluye la
compasión, la misericordia y el don. Maranatha es un pueblo que se sabe elevado al
nivel del don y por lo tanto puede entender este lenguaje que formula y acrecienta el
amor.
¿Cómo llegamos nosotros a ese corazón? Así como por las llagas de Jesús
(humanidad) entramos en su corazón, por las marcas de nuestra propia vida, por
nuestras llagas, podemos entrar en el nuestro, sanado ya por la fe en Cristo Jesús. Es
en nuestra propia vida donde se nos va a revelar el misterio, puesto que nadie
entiende nada más allá de su propia experiencia. Dios habita en nuestro interior.
Nuestro corazón, muerto con Cristo y resucitado con él, entiende por empatía e
identificación todo el secreto que se gesta en la mayor intimidad. Cristo sucede en
nosotros. Es la gran experiencia de salvación que el Espíritu efectúa en nosotros.
Todo es humanidad. La nuestra se salva mediante la humanidad de Cristo que sucede
en nosotros y nos reviste de sus sentimientos. Esa salvación consiste en descubrir que
en Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad. De esa forma en Cristo
entramos en la intimidad más profunda de Dios y en su mayor arcano, que es la vida
de las tres personas divinas.
Termino parafraseando a San Agustín: El que se renueva mediante el
conocimiento y la alabanza, el que va creciendo cada día en santidad y justicia…
cuando llegue el último día de su vida, si le sorprende en este progreso y desarrollo, siempre a través de la fe en el Mediador, será llevado ante el Dios al que honró y alcanzará una semejanza perfecta con él ya que su visión será completa, le verá tal
cual es
Puntos:
28-08-11 19:02 #8628180 -> 8625401
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
Esto de volver a casa, de recorrer las calles que nos han visto crecer siempre tiene algo de excepcional. Acostumbrado a gobernantes tristes, a poderes en la sombra, a medias verdades que son mentiras, el ver un Madrid juvenil y risueño es ya una novedad. Camisetas con anagramas por todas partes, risas abiertas, jocosas, sin el cariz de malas intenciones y sandeces que tantas veces oímos. La alegría de vivir que asoma desde la comisura de los labios hasta en la forma de mover las manos. El sacerdote cansado, agotado por el sol y el calor, pero rodeado de adolescentes que bromean con él. No. No es posible. He debido equivocarme de país. La España que yo conozco es triste. Gusta de hablar de la muerte, ya sea en forma de aborto o de eutanasia. En cambio esta juventud es “de verdad joven”. Es alegre. He debido equivocarme de aeropuerto y de carretera.

Pero definitivamente no. Lo que ocurre es que a los malvados se les ve mucho. La bondad es más recatada, hasta que explota en forma de joviales risotadas como ha pasado en estos días. Ahora ya no tengo dudas: por muy siniestros que sean determinados personajes, la verdad cristiana estará siempre entre nosotros. Basta mirar a nuestro alrededor. Se dibuja en la naturaleza y en cada bella y sana sonrisa de adolescente.

Su Santidad llegó y arrasó. Arrastró su santidad mientras la procesión de apóstatas arrastraba sus miserias y alguno de sus líderes quedaba hasta imputado por la justicia. Qué maravilla, hasta los tribunales empiezan a funcionar con normalidad.

Ahora los indignados se esfuerzan (menos mal) en dejar clara su distancia con el sacrilegio y la apostasía. Otra alegría más. Incluso es posible estrecharnos en un abrazo los indignados de la calle y los que hasta ahora permanecíamos en casa.

Y Madrid volvió a sonreír, aunque se escapara una lágrima al ver partir a nuestro Papa y amigo.

Todavía queda por ahí alguna mente “recalcitrante”. Pero eso ya no nos importa. Hemos sufrido, y seguiremos sufriendo, un duro acoso y la felicidad completa casi nunca existe. Algunos tienen el demonio en si mismo (no hace falta mirar muy lejos) y por supuesto, los medios de siempre (que son la mayoría de las televisiones y periódicos) van retorciendo la realidad cada día un poco más, intentando convencer a quienes desean ser convencidos, de que los agresores fueron los agredidos y de que los agredidos, realmente fueron agresores.

Pero que no, que nadie retorcerá nuestros corazones, ni amargará nuestras sonrisas.

¡Hasta siempre peregrinos!
¡Hasta siempre Benedicto!


Miguel Ángel Pavón Biedma.
Colaborador Cruz de San Andrés.
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29-08-11 23:19 #8635641 -> 8628180
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRÁ


Imagen original del lienzo

GUADALCANAL EN AMÉRICA 7


MARÍA RAMOS

En el año del Señor de 1578, María Ramos acompañada de su sobrino Francisco de Ribera Santa Ana, naturales de Guadalcanal (Sevilla), partieron hacia las Indias para reunirse esta con su marido Pedro de Santa Ana, igualmente vecino de esta villa y residente en Tunja (Colombia), donde había conseguido fortuna y una situación privilegiada.
Decepcionada por el recibimiento de su marido y por su alejamiento, posiblemente por haber encontrado este otros amores con las indígenas del lugar, María decidió ir a visitar a su cuñada Catalina García de Yros, viuda de Antonio de Santa Ana, a la ciudad Chiquinquirá, que distaba unas 14 leguas (70 Kms.) de Tunja.
Antonio de Santa Ana que en 1560 obtiene la encomienda de la región, construyendo entre otras edificaciones, una casa colonial dotada de numerosos aposentos y dependencias para la administración de los colonos, indígenas y esclavos, igualmente construyó una capilla para oficios religiosos.
Posteriormente llegó de España para hacerse cargo de la promulgación de la fe en aquella zona el fraile colaborador fray Andrés de Jadraque y ve la necesidad de dotar a la capilla de un lienzo o cuadro para identificar la devoción, así que encargó al pintor igualmente español Alonso de Narváez que residía en la ciudad de Tunja un cuadro de la Virgen del Rosario, protectora de la Orden Dominicana, a la que pertenecía dicho religioso.
Corría el año 1585, siendo María Ramos una gran devota de la Virgen, ferviente religiosa y deseosa de encontrar su desasosiego emocional, entregada en cuerpo y alma a la oración y el recogimiento, en una de sus numerosa visita a la pequeña capilla, encontró dicha pintura que estaba estampada sobre un lienzo de algodón indígena muy deteriorado, ya que la capilla era de paja y adobe y la humedad y el abandono habían dejado la obra casi irreconocible, sucio y desbaratado, se lo llevó a casa de su cuñada y junto con una de las criada, llamada esta Ana Domínguez, lo limpiaron cuidadosamente y lo colocaron en un bastidor de guadua (una especie de caña colombiana muy resistente), colgándolo nuevamente de la pared, pero la imagen estaba muy difusa y deteriorada.
Según las crónicas y la historia, María siguió venerando la imagen todos los días y le pedía que se le manifestara la imagen escondida y le diera una prueba de fe, hasta que un viernes, 26 de diciembre de 1589 a primera hora de la mañana, un hecho cambió su vida, saliendo del lugar después de sus oraciones diarias, se encontró en la puerta con una india nativa llamada Isabel y su pequeño hijo Miguel, gritándole a María “Mire, mire Señora”, señalándole ésta como la Virgen descendía del cuadro, que tiempo atrás cuidadosamente había restaurado y colocado María, desprendiendo una luminosidad cegadora y que iluminaba toda el contorno como si de un fuego cegador se tratase, posándose en el lugar que María Ramos utilizaba para sus oraciones, momentos después llegó su cuñada Catalina García y Ana Domínguez y le ayudaron a poner nuevamente el lienzo en su sitio, poco después, corrieron por toda la ciudad anunciando el milagro a todos los que se encontraban.
Todas las personas que habían conocido anteriormente la imagen, reconocieron que el lienzo estaba totalmente restaurado y sus colores brillaban como el primer día. Llegando hasta esta noticia hasta el arzobispo Luís Zapata de Cárdenas, envió una comisión compuesta por los padres Juan de Figueredo, de Suta, Jerónimo de Sandoval, de Leyva, y los funcionarios Andrés Rodríguez y Diego López de Castilblanco, que comprobaron el milagro y ratificaron los hechos el 10 de Enero de 1587, esta investigación siguió su proceso y finalmente, el 12 de septiembre del mismo año comenzó el culto a la que partir de aquella fecha se la conoce como la Virgen del Rosario de Chiquinquirá.
Los indios Coca reconstruyeron la capilla con paja y bahareque (palos entretejidos con cañas y barro), para cobijar la imagen. Aquel mismo año y viendo las constantes romerías y peregrinaciones al lugar, el arzobispo Luís Zapata de Cárdenas mandó construir un nuevo santuario para venerar a la Virgen. El 30 de Mayo de 1636, el santuario es entregado a los frailes dominicos, quienes construyeron un convento al lado y desde entonces vienen manteniendo el culto a la Santísima Virgen de Chiquinquirá y en 1643 el pintor Acero de la Cruz reprodujo la imagen que se encuentra en la nave lateral del templo que se utiliza en las procesiones.
El 9 de julio de 1919, las autoridades civiles y religiosas colombianas, Monseñor Herrera, Arzobispo de Bogotá y don Marco Fidel Suárez, Presidente de la República, coronaron solemnemente a nuestra señora de Chiquinquirá como Reina y Patrona de Colombia.

Este es un pequeño resumen de la vida de María Ramos, ignorada en su tierra natal y reconocida y recordada en Colombia a través de los siglos.
Fuentes.- Alberto E Ariza.- Apostillas a la Historia de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Editorial Kelly, 1969. Biblioteca Nacional de Colombia Luis Angel Arango. Arnaldo Fonseca.- Crónicas Marianas y autor.
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30-08-11 22:30 #8641735 -> 8628180
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
Hoy estarás conmigo en el Paraíso

Centralidad de Jesús en nuestra anticipación del cielo

Juan Manuel Martín-Moreno, S.I.

Hoy al amanecer estaba dando los últimos retoques a estas páginas, cuando en mi correo electrónico he recibido el siguiente texto que me envía un buen amigo desde Jerusalén. Él no sabía que yo estaba escribiendo este artículo. Ha sido un texto providencialmente llovido del cielo en este amanecer sobre Madrid nevado. Pura teología narrativa, como las parábolas del evangelio. En este cuentito está ya dicho todo lo que torpemente intentaré explicar después.

Un médico visitaba a un paciente terminal, y dejó a su perro fuera esperando a la puerta. Al despedirse, ya con la mano en el pomo de la puerta, el enfermo le preguntó:
––Doctor, dígame qué hay al otro lado de la muerte.
El médico respondió:
––No lo sé.
El enfermo insistió:
––¿Cómo es posible que Vd., un hombre cristiano, creyente, no sepa lo que hay al otro lado?
En ese momento se oían gruñidos y arañazos del otro lado de la puerta. El doctor la abrió y su perro entró moviendo la cola, haciendo fiestas, y saltando hacia él. El doctor le dijo al enfermo:
––Fíjese en mi perro. Él nunca había entrado en esta casa. No sabía nada de lo que se iba a encontrar al entrar en esta habitación. Sólo sabía que su amo estaba aquí dentro. Y por eso, al abrirse la puerta entró a mi encuentro sin temor. Pues bien, yo apenas sé nada de lo que hay al otro lado de la muerte. Solo sé una cosa. Mi Señor está allí y eso me basta.

1.- Jesús en persona es ya el Reino de Dios

Un ladrón suspendido en una cruz, el final de su vida delictiva, tampoco sabía nada de lo que había al otro lado de aquella horrible muerte. Pero su compañero de suplicio supo ganarse su confianza y le dijo simplemente: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). Para aquel ladrón el paraíso equivalía simplemente a estar con Jesús en su reino. Lapidariamente lo dice Durrwell en un precioso libro sobre escatología: “Jesús, el Hijo de Dios, es el cielo de los hombres” (F.-X. DURWELL, El más allá. Miradas cristianas, Sígueme, Salamanca 1997, p 127) Ya lo había dicho Orígenes anteriormente: “En los evangelios, Jesús en persona es ya el Reino de Dios” ( In Matth., tract. 14,7; PG 13,1197.) Esteban, el primer mártir cristiano al morir apedreado vio los cielos abiertos y a Jesús en pie a la diestra de Dios. Murió diciendo: “Señor, Jesús, recibe mi espíritu (Hch 7,59).

En los años setenta se convirtió en un best seller un libro de R. Moody que coleccionaba experiencias de personas que aparentemente habían muerto pero luego habían vuelto a la vida y pudieron contar lo que les sucedió en ese trance. El libro se titulaba: “Vida después de la vida” (R. A. Moody, Vida después de la vida, Edaf, Madrid 1977. Más adelante el mismo autor publicó una continuación a su primera obra: Reflexiones sobre ‘Vida después de la Vida’, Edaf, Madrid 1995) En sus entrevistas a estas personas de distintas culturas, creyentes, agnósticos, notó que había una serie de rasgos comunes en la manera de verbalizar lo que habían experimentado. Transcribo un breve párrafo en el que resume esta experiencia común. El difunto ve una especie de túnel y al otro lado distingue unas figuras que vienen hacia él: “Otros vienen a recibirle y ayudarle. Ve los espíritus de parientes y amigos que ya habían muerto y aparece ante él una especie de espíritu amoroso y cordial ––un ser luminoso–– que nunca había visto antes. Este ser, sin utilizar el lenguaje verbal, le hace una pregunta, para hacerle así evaluar su vida, y le ayuda a ello mostrándole una panorámica instantánea y retrospectiva de los acontecimientos más importantes de la misma […] Ve sin embargo que debe regresar a la tierra, que el momento de su muerte no ha llegado todavía. Se resiste […] Se reúne finalmente con su cuerpo físico y vive […] La experiencia por la que ha pasado afecta profundamente su existencia, sobre todo sus ideas sobre la muerte y la relación de ésta con la vida” (Ibid., p. 27)

Entre los rasgos comunes de las experiencias descritas suele estar siempre el encuentro con un Ser luminoso (Ibid., pp. 72-75) con una luz muy brillante, blanca, transparente, con un brillo indescriptible (cf. Hch 26,13; 9,3; 22,6). Pero no se trata de una energía impersonal, sino de un ser luminoso, aunque no se distinguen miembros ni figuras. Su identificación varía según las creencias de los individuos. Casi todos los cristianos lo identifican con Jesús, otros con un ángel, o sencillamente con “un ser luminoso”. Este ser se comunica con la persona que acaba de morir no con una lengua humana, sino con el pensamiento, sin palabras. Invita a una evaluación de la panorámica de la vida pasada y al final invita al difunto a regresar a la vida.

Obviamente uno no puede apoyarse demasiado en la evaluación que Moody hace sobre las experiencias que reseña. No se puede descartar que hayan sido inventadas, o maquilladas, o reinterpretadas según la ideología del autor o de los propios individuos que tuvieron la experiencia. Aun aceptando que las experiencias sean verdaderas, uno puede dudar de su objetividad, es decir, de si son o no son puras alucinaciones en la mente de las personas en esa situación terminal. Es más, se puede dudar de que estas personas realmente hubieran muerto realmente. No es fácil establecer la frontera entre muerte aparente, muerte clínica y muerte real. El hecho de que volvieran a la vida más bien insinúa que su muerte no había sido todavía irreversible.

Pero en cualquier caso, el interés que suscita en mí esta recopilación de experiencias es independiente del hecho de su objetividad. Aunque fueran alucinaciones o proyecciones subjetivas, son testimonio del paisaje espiritual de las personas que las tuvieron, del mundo de sus deseos, de sus temores, de sus fantasías. Podemos recordar al respecto lo que Jung dice sobre determinados arquetipos, que otros antropólogos llaman protosímbolos o radicales simbólicos que atraviesan y penetran las distintas culturas.

De cara a este artículo me interesa sobre todo subrayar que, para todas esas personas del libro de Moody, la idea de la felicidad después de la muerte está indisolublemente ligada al encuentro con las personas queridas, y al encuentro con este ser luminoso que acoge, que guía, que da seguridad, que ayuda a interpretar la vida. En la esperanza de un paraíso más allá de la muerte ocupa un lugar central este encuentro interpersonal no solo con familiares y amigos que murieron antes que nosotros, sino también con esta persona singular y única, que no puede identificarse sin más con Dios, porque reviste rasgos humanos.

2.- Junto al trono de Dios y del cordero

Un domingo, como este domingo nevado en el que escribo, el vidente de Patmos tuvo una visión, y vio los cielos abiertos. En la visión del cielo del Apocalipsis podemos ver mejor que en ningún otro libro del Nuevo Testamento la centralidad de Jesús en la experiencia del cielo. Junto al trono de Dios está el cordero que es el protagonista indiscutible. Lo que se está celebrando no es otra cosa que su banquete de bodas (Ap 19,7). Los bienaventurados son los que han tenido esta inmensa dicha de estar invitados (Ap 19,9). El río brillante del agua de la vida brota del trono de Dios y del cordero (Ap 22,1). De su seno de brotan los torrentes de agua viva (Jn 7,3Chulillo. En una exuberancia de imágenes abigarradas, el cordero es la a la vez la lámpara misma que ilumina toda la escena (Ap 21,24).

La alegría del cielo es la comunicación a los invitados de la propia alegría del novio. Ya nunca podrán hacer luto los amigos del novio porque el novio está con ellos (cf. Mt 9,15) y su alegría se la podrá quitar ya nadie (Jn 16,22). Por eso una idea machaconamente repetida es que el gozo del cielo no es una alegría, privada, individualista, sino una alegría compartida, la alegría de Jesús en nosotros. Al siervo bueno y fiel se le dice: “Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21). Se cumple con ello, no el deseo nuestro de gozar del cielo, sino el deseo de Jesús de que lo gocemos junto con él.

Este deseo lo ha expresado repetidamente Jesús en el evangelio de San Juan. “Padre, los que tú me has dado, quiero que estén siempre conmigo, para que contemplen mi gloria” (17,24); “que tengan en sí mi alegría colmada” (Jn 17,3). “Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría rebose” (Jn 15,11).


3.- “Siempre estaremos con el Señor”. La experiencia de Pablo

A esta luz podríamos repasar textos paulinos que hablan del cielo subrayando el encuentro con Jesús, precisamente el Jesús que ya una vez se le apareció a Pablo como “ser luminoso” en el camino de Damasco. En ese encuentro, aquel ser luminoso invitó a Pablo a reevaluar toda su vida, y le ordenó regresar a cumplir una misión, una tarea que es la que le daría sentido. A partir de entonces la meta de Pablo es llegar a un reencuentro con ese personaje más allá de la muerte.
“Continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí… Corriendo hacia la meta, al premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (Flp 3,12.14).

En la primera carta a los Tesalonicenses Pablo tiene que explicar algo sobre el misterio de la muerte. Acaba de recibir buenas noticias de esa comunidad, pero hay también alguna triste. Alguno de los hermanos de la comunidad ha fallecido en ese tiempo, y todos están perplejos ante esta muerte.

Pablo les tranquiliza diciendo que Jesús también llevará consigo a los cristianos que murieron antes de su segunda venida; resucitarán primero y luego se unirán a los que estén vivos todavía en ese momento, para ir todos juntos al encuentro del Señor. Centra su visión en el lugar preferente que ocupa en esta experiencia el encuentro con Jesús: “Seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires”. Pero sobre todo es importante la frase final: “Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts 4,17). La vida del cielo es ante todo la convivencia permanente con este ser luminoso que viene a nuestro encuentro, que “baja del cielo con clamor” (1 Ts 4,16).

Otro precioso testimonio en este mismo sentido es el de la carta a los Filipenses. Pablo la escribe desde la prisión, probablemente desde Éfeso. Está esperando una sentencia que podría ser de muerte. “Cristo será glorificado en mi cuerpo por mi vida o por mi muerte” (Flp 1,20). Pablo se plantea qué sería mejor para él, y no lo duda. Egoístamente hablando considera que lo mejor para él es la muerte: “Me siento apremiado por ambos extremos. Por un lado, mi deseo es partir y estar con Cristo, lo cual ciertamente es con mucho lo mejor” (Flp 1,23).

Pero por otra parte piensa que si consigue sobrevivir y salir vivo de la cárcel, podría seguir siendo de utilidad a los hermanos: “Si el vivir en el cuerpo significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger…” (1,22). “Quedarme en el cuerpo es más necesario para vosotros” (1,24).

Imaginemos a una persona a quien le están haciendo unas pruebas para saber si un tumor es maligno. El diagnóstico final puede ser de vida o de muerte. Normalmente el tiempo anterior al diagnóstico suele ser un tiempo de mucha ansiedad. Pablo está pasando por un trance semejante, pero en absoluto lo vive con ansiedad. La carta a los Filipenses solo trasluce alegría y consolación. Es sin duda la más luminosa de sus cartas.

El motivo de este gozo radiante es que “el Señor está cerca”. Por eso a Pablo no le causa ansiedad enfrentarse con la muerte que le ronda continuamente. Pero la muerte es una ganancia, sólo cuando la vida es Cristo (cf. 1,21). Si mi vida es Cristo, la perspectiva de encontrarme con él, el presentimiento de su cercanía, será la noticia más gozosa. La muerte como la vida son solo dos formas de estar con Cristo, pero la muerte es “una ganancia”, es “con mucho lo mejor”. ¿Solo retórica? Esto solo lo puede juzgar quien en algún momento de su vida ha tenido una experiencia de encuentro con el Cristo luminoso como la que tuvo Pablo en el camino de Damasco. Este encuentro nos lleva a pasar el resto de la vida a zaga de la huella de este rostro fugitivo.

"Mientras habitamos en el cuerpo vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe, no en la visión. Estamos llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para estar con el Señor" (2 Co 5,6-Chulillo. “Descubre tu presencia y mátenme tu vista y hermosura. Mira que la dolencia de amor ya no se cura sino con la presencia y la figura”. Una vez más aparece nuestro tema recurrente: el cielo es lisa y llanamente “estar con el Señor”, ya sin velos ni ambigüedades; ya no en fe sino en visión.

Por tanto, el deseo que Pablo tiene de estar siempre con el Señor surgió de un conmocionante encuentro con Jesús en el momento de su conversión. Pero Pablo siguió alimentando su añoranza de Cristo a través de un contacto vivo con el Resucitado a lo largo de toda su vida. "Vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, ––si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé; el Señor lo sabe. Fue arrebatado hasta el tercer cielo y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar" (2 Co 12,2-4). Sólo estas revelaciones pueden explicar la convicción profunda de Pablo, aun en medio de pruebas, su fogosidad para "correr hacia la meta" (Flp 3,14).

4.- Enriquecer nuestras experiencias teologales

El que muchos cristianos muestren poco deseo de encontrarse con el Señor tras la muerte, se debe en el fondo a la pobreza de su vida teologal y de su experiencia religiosa. Desgraciadamente el cielo para muchos solo resulta apetecible por comparación con su alternativa que es el infierno. Pocas personas tienen ganas o prisa por llegar al cielo. “Para eso ya habrá tiempo” repiten.

También es verdad que no resulta demasiada motivadora la idea de pasarse la eternidad sobre una nube tocando una cítara con una coronita en la cabeza. Muy pocos predicadores saben hablar sobre este tema y prefieren callar. Rehúyen hablar sobre el cielo porque su imaginario es bien pobre y desgraciadito. A lo largo de la historia los predicadores han sido mucho más elocuentes al hablar del infierno que del cielo. Sus infiernos dantescos inspiraban verdadero terror, mientras que sus cielos descoloridos apenas eran capaces de suscitar la más mínima apetencia.

Pero creo que el remedio a la mediocridad de nuestro lenguaje sobre el cielo no es únicamente mejorar las imágenes ni las metáforas, sino enriquecer nuestra vida teologal. Resulta difícil hablar de ellas, pero eso no impide que marquen una huella indeleble en nuestra vida.

En un libro de próxima publicación aludo a una bonita leyenda medieval que escuché por vez primera en el monasterio de Leyre en Navarra, aunque luego he oído versiones diferentes.

Un piadoso monje salió una mañana a pasear camino de una fuente no muy lejana. Al llegar a la fuente escuchó el maravilloso canto de un pájaro, y entró en éxtasis. Al despertar de su arrobamiento regresó al monasterio y quedó desconcertado.
El monasterio estaba habitado por otros monjes distintos entre los que no podía reconocer a ninguno de su comunidad. Los otros monjes también se extrañaron mucho al ver a aquel desconocido a quien nunca habían visto, pero que parecía conocer tan bien todos los recovecos del monasterio.
De repente, uno de los monjes se acordó de haber leído en la historia de la comunidad que hacía varios cientos de años un monje había desaparecido en el bosque cuando se paseaba hacia la fuente. Pronto quedó claro que se trataba de la misma persona. Aquel arrobamiento junto a la fuente que parecía haber durado unos segundos, en realidad había durado cientos de años.
«Ante el Señor un día es como mil años y mil años como un día» (2 Pe 3,Chulillo. En un momento intenso de oración uno pierde la noción del tiempo. Y eso es precisamente la eternidad: perder la noción del tiempo. Seguro que al monje de nuestra leyenda se le quitaría ya del todo el miedo de aburrirse en el cielo, pues había experimentado lo feliz que Dios puede hacerle a uno ya en esta vida.

5.- Vivir ya desde ahora en donde él vive

Solo tienen deseo de «estar siempre con el Señor» los que ya han empezado a estarlo en esta vida. Porque Jesús ya está entre nosotros, aunque no podamos verlo. La ascensión es un relato claramente mítico. Jesús no se ha ido a ninguna parte. Lo que quiere significar la ascensión es que Jesús ya no está visible ni localizable en ningún punto exclusivo de nuestras coordinadas espaciotemporales. Los cielos no son un espacio ubicable en el mapa de nuestras estrellas. No son un lugar cósmico, sino un lugar personalizado. Son un símbolo de la intimidad de Dios. Denotan la trascendencia divina más allá de todo espacio y de todo tiempo.

Pues bien, Jesús ahora participa de la ubicuidad de Dios no solo en su naturaleza divina, sino también en su corporalidad resucitada. Para hacerse presente en los miles de altares que hay en el mundo Jesús no tiene que “venir” de ninguna parte, ni “descender” de ningún punto en el cielo a millones de años luz. ¡Qué trajín!

La exaltación de Jesús no lo aparta del mundo, "sino que hace de él la plenitud del mundo, lo coloca en el corazón y en la cumbre hacia la que han sido creadas todas las cosas (cf. Col 1,16). De allí es de donde viene la presencia eucarística, de esa cumbre de plenitud, de esa ultima profundidad donde todo tiene su fundamento, de ese futuro que es el término de nuestra llamada a la comunión" (F.-X Durrwell, o. c., 49.)

En el lenguaje de Juan, Jesús se va, pero vuelve inmediatamente. Al hablar del retorno de Jesús, los textos joanneos no hablan primera y principalmente de la parusía al final de los tiempos, sino de la presencia de Jesús inmediatamente subsiguiente a la resurrección. "Volveré a vosotros, para que donde yo esté, estéis también conmigo". "Os conviene que yo me vaya" (Jn 16,7), porque ahora después de "irme" voy a estar siempre mucho más cerca de vosotros. Hay una tensión entre el "irse" y el "estar". Es el "irse" de Jesús el que posibilita su "estar" con los discípulos. Su ausencia visible es la que fundamenta su presencia continua.

La venida del Señor no se puede entender como un volver a nosotros, sino como un llevarnos a nosotros a él. "Cristo no viene reviniendo... viene haciendo llegar a él, atrayendo a la escatología. Lo mismo que una mañana pascual atrajo hacia la orilla desde la eternidad a Pedro y a los demás discípulos que pescaban en el lago, viene ahora a nuestro encuentro llamando a la comunión" (Ibid., 72.)

Los discípulos vuelven a encontrarse con Jesús, no porque él regrese a donde están ellos, sino porque les va a llevar a vivir a donde está él (Jn 14,3). “En casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn 14,2). ¿Dónde es esta morada donde vivirán juntos en adelante? No se trata de la morada del cielo después de nuestra muerte, sino de nuestra comunión íntima que empieza ya en esa vida. La palabra morada es de la misma raíz que el gran verbo joanneo “permanecer”. La morada es un lugar de permanencia, de intimidad permanente, como aquel primer lugar junto al Jordán donde empezó la convivencia y los dos primeros discípulos se quedaron ya para siempre con él (Jn 1,39). “Nos ha sentado ya en el cielo con Cristo Jesús” (Ef 2,5)

"Cristo no abandona esa cumbre profunda cuando se asoma a las realidades terrenas, cuando se celebra la eucaristía, porque es debido al movimiento mismo de su exaltación por lo que viene a este mundo" [...] "Así es la presencia eucarística. Es la venida final en nuestro tiempo, la plenitud futura que se asoma en la superficie del mundo actual. Ese pan es el escatológico, un alimento que sacia y que suscita el deseo." (Ibid., 49-50)

El ejemplo más hermoso es el del sol, que llega a nosotros sin abandonar su ubicación en el cielo. Efectivamente, el sol no baja a nosotros abandonando su lugar, sino que se expande hacia nosotros hasta tocarnos, hasta iluminarnos y vivificarnos. No hay solución de continuidad entre el sol y sus rayos. Son parte de una misma realidad. Así Jesús no abandona la intimidad del Padre al visitarnos. Sus rayos son permanentes, aun cuando las nubes nos lo oculten de nuestra vista.

Esta “morada” hay que entenderla ya en términos de ésta vida presente. La nueva convivencia con Jesús empieza aquí ya, ahora. La morada designa la intimidad con Jesús en la que es ya posible vivir por la gracia.

6.- El cielo como espacio comunitario

Al analizar las experiencias de los que se han encontrado en el umbral de la muerte, veíamos que junto con el encuentro con el “ser luminoso” se nos habla también del reencuentro con los seres queridos. Hay que recobrar también esta dimensión personalista y personalizante en nuestra busca de un lenguaje significativo acerca del cielo.

Junto con Jesús están los santos. Entre ellos de una manera muy singular la Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra a quien tantas veces hemos repetido a lo largo de la vida: “Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”, y también “Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. Y junto a ella los santos nuestros amigos especiales. Dice san Bernardo a este propósito: “El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos, es el de gozar de compañía tan deseable. Nos espera la Iglesia de los primogénitos y nosotros permanecemos indiferentes, desean los santos nuestra compañía y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos y nosotros no prestamos atención. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma” (SAN BERNARDO, “Sermón 2”, Opera omnia, edición cisterciense col. 5, 1968. Cf. Oficio de lectura de la fiesta de Todos los Santos)

Y entre estos santos hay que hacer especial mención del inmenso gozo que será el reencuentro con nuestros queridos difuntos. Frecuentemente se encuentra uno con viudos o viudas que fueron inmensamente felices en su matrimonio. La separación física fue un desgarro terriblemente doloroso que no ha impedido un tipo de comunicación nuevo con su cónyuge difunto, una comunicación no corporal ni visible, pero no por eso menos real. Cuando se acerca finalmente la hora de la muerte para el cónyuge viudo, uno de los pensamientos más consoladores es el de que por fin va a reunirse con el gran amor de su vida, que podrá comunicarse con él/ella ya sin velos ni ambigüedades, y sobre todo sin que ya nunca tengan que separarse jamás.

Es la experiencia también que vamos teniendo los célibes que no hemos tenido hijos. Hace casi dos años murió mi único hermano. Mi familia nuclear fue muy corta. Fuimos solo cuatro en aquel pequeño espacio donde aprendí a amar: mis padres y nosotros dos. De los cuatro ya solo quedo yo. Conforme avanzan los años las personas a quienes más quisimos en esta vida van estando todos en la otra orilla del mar.

Uno empieza a sentir que vive ya frente al océano en la primera línea de playa. Desde esa primera línea se enfrenta con la inmensidad de lo eterno. Antes estábamos en retaguardia, había una generación por delante. Pero ahora se ve uno ya a sí mismo como superviviente.

Dice el evangelio a otro respecto que “donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6,21). Nuestro corazón va estando ya más en el cielo que en la tierra. El cielo se va poblando de rostros queridos que nos esperan, que nos llaman, que nos invitan a reunirnos con ellos, que nos dicen: “Ya solo nos faltas tú”. Como le sucedía a Pablo, solo la conciencia de la misión que aún podemos realizar, nos retiene de correr junto a ellos.

El Dios bíblico es el “Dios de nuestros padres”. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (Ex 3,6.15.16), y también el Dios de Sara, de Rebeca, de Lía y de Raquel. Pero no es el Dios de nuestros padres muertos, sino el Dios de nuestros padres vivos que nos esperan. En el Antiguo Testamento no había todavía una idea clara de la vida eterna. Para los israelitas el acostarse con los antepasados se reducía al hecho de que al morir le enterraban a uno en la misma gruta donde estaban los huesos de los padres (1 Re 14,31; 15,8.24).

Pero Jesús nos ha hecho ver bien claro que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven para él (Lc 20,3Chulillo. No es meramente que los huesos de hijos y padres se junten en la misma sepultura. Se trata de un encuentro de una profunda calidad interpersonal. Por eso, el banquete en el que Jesús nos invita a sentarnos “para comer y beber a mi mesa en mi reino” (Lc 22,29), incluye como parte imprescindible el gozo de “ponernos también a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob” (Mt 8,11). Nunca podríamos pensar en un cielo que no fuera comunitario.

El reencuentro amoroso con los que ya murieron irá acompañado de una permanencia del amor hacia nuestros seres queridos que aún permanecen en la tierra. Tampoco en el cielo se romperá el vínculo de amor con ellos, ni nuestra solicitud para con ellos. Nuestra tarea de intercesión nos mantendrá siempre activos y solidarios, como los ángeles. Santa Teresita escribió en su diario el 17 de julio de 1897 a las dos de la madrugada, después de un nuevo vómito de sangre: “Sí, quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra. No es imposible, porque en el seno mismo de la visión beatífica los ángeles cuidan de nosotros. Yo no puedo disfrutar sin más de la fiesta, no quiero descansar, mientras haya almas que salvar” (SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, Derniers entretiens. J’entre dans la vie, Cerf, Paris 1973, p. 85.)

7.- El amor no acaba nunca

A la caída de la tarde seremos examinados en el amor. Es el único equipaje que podremos llevar con nosotros. Porque solo el amor no acaba nunca (1 Co 13,Chulillo. Cesarán las lenguas, las profecías, las actividades profesionales, los ministerios jerárquicos, los roles sociales. Cesará el conocimiento y la teología. Cesará la fe y la esperanza. ¿Podría acabar el amor que nos hemos tenido aquí en vida? Rotundamente, no. Por eso, aunque apenas sabemos nada de la eternidad, podemos estar seguros de una cosa, de que seguiremos amando, de que nos seguiremos queriendo, y que en toda una eternidad nunca nos aburriremos ni nos cansaremos de amar. “El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa” (SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor)

Cualquier otro bien acabaría cansando, pero la felicidad del cielo tiene su origen en la continua conjunción de las aspiraciones y su realización. La belleza del Amor es inagotable; se bebe sin perder la sed (SAN IRINEO, Adv. Haer., IV, 11,2) El Amor no tiene límites; podemos seguirlo buscando aun después de haberlo encontrado pero ya sin ansiedad (SAN AGUSTIN, In Joh . tract. 63,1) La posesión del cielo no apaga el deseo, sino que lo expande (SAN BERNARDO, In Cant. Sermo 84) Es la naturaleza propia de todo amor.

Parcial es nuestra ciencia, dice Pablo, relativizando la ciencia de la que estaban tan pagados los corintios (1 Co 13,9). En la otra vida todas nuestras teologías nos parecerán ridículamente burdas y primitivas comparadas con la realidad de Dios. En cambio el amor pasará bien la prueba, porque el amor de después no será radicalmente distinto del amor de ahora. Están ambos hechos de la misma sustancia.

Eso sí, nuestro amor tendrá una corporalidad distinta. El mismo Jesús nos previene frente a una imagen demasiado literal de esta corporalidad futura. El amor en esta vida es todavía un amor estrechado por los límites materiales de este cuerpo físico que, a la vez, posibilita y restringe nuestra comunicación. Por ahora nuestro amor no puede ser universal, sino que tiene que restringirse a unas pocas personas, por más que en ocasiones se estire increíblemente para abrazar a una familia más grande, a hijos espirituales, a los pobres, y hasta a los mismos enemigos.

Pero cuando pensemos en el cielo tenemos que ensanchar nuestra imaginación. El que concibe las relaciones futuras demasiado unívocamente, y las imagina como réplica literal de las relaciones actuales, cae en el absurdo de aquellos saduceos que no entendían cuál de las siete mujeres sería la verdadera esposa en la vida futura (cf. Lc 20,34-36).

Jesús dice que en la otra vida no habrá matrimonio (Mc 12,25). ¿Qué quiere decir? Que no se dará este tipo de relaciones familiares exclusivas de ahora. Pero no porque entonces vayamos a amar menos a nuestros seres queridos. Ciertamente les amaremos mucho más aún que ahora. Pero nuestro amor de entonces carecerá del exclusivismo que tiene hoy, por más difícil que nos resulte imaginar un amor que no sea exclusivo. Aunque hoy no podamos imaginarlo, la realidad es que en el cielo seremos capaces de amar a todos con igual intensidad.
Reconocemos que este imaginario del cielo es todavía demasiado humano, pero es mucho más personalista que ese cielo tan carnal y machista, del Islam réplica inflada de placeres corporales, lechos adornados con joyas, manjares, cincuenta «huríes de grandes ojos como esposas» (Corán, sura 78,31-34.) con las que uno podrá fornicar eternamente. Sin ironizar demasiado -cosa peligrosa en estos días de las viñetas -, habría que preguntar a las huríes si a ellas también les apetece ese cielo en el que serán objetos sexuales a disposición de los varones.

8.- La liturgia como anticipación del cielo
Jesús vuelve en el momento de las apariciones para introducir a los suyos en una unión permanente con él, que si bien se consumará cuando ellos mueran, es ya real en esta vida. Como hemos dicho, Jesús no regresa a vivir con los suyos donde éstos estaban. Les lleva a vivir a donde está él. Por eso la liturgia dice: "Sursum corda": ¡Arriba los corazones! La asamblea responde: "Los tenemos levantados hacia el Señor". No es que el Señor baje a nosotros, sino que nosotros subimos a donde está él.
Una de las experiencias que nos pueden ayudar a despertar el deseo del cielo es la experiencia de la liturgia. Me cuento entre los que disfrutan mucho en la liturgia. La idea de pasar la eternidad cantando me resulta muy sugerente. “Alabad al Señor, que la música es buena. Nuestro Dios merece una alabanza armoniosa” (Sal 147,1). Quizás quien más ha concebido el cielo en términos de alabanza ha sido San Agustín. “Allí cantaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos” (SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei, XXII, 30,5) Algunos que se aburren en la liturgia piensan que será pesado pasar la eternidad alabando a Dios. Quizás es que no han tenido la gracia de disfrutar en la liturgia los momentos más hermosos de la vida. En la Renovación carismática se cultiva esta sensibilidad al gozo en el canto y en la danza litúrgica. El que no lo ha experimentado no puede saber de qué estamos hablando. Decía un macarra que prefería estar en el infierno con los colegas de la discoteca que en el cielo con las beatas de la iglesia”.
Por eso san Agustín nos anima: “Estemos seguros, hermanos, no nos fatigará la alabanza de Dios, el amor de Dios. Si flaqueas en el amor, flaqueas en la alabanza. Pero, si el amor es eterno, porque aquella hermosura no nos puede saciar, esto es, que no cansa, no has de temer que no puedas alabar siempre al que siempre puedes amar” (SAN AGUSTIN, Enarra. in Ps, 83,8. BAC, Madrid, pp. 177-181)
La semana pasada me tocó presidir un funeral con la iglesia abarrotada de cristianos profundamente creyentes. Me sentí inspirado por ellos en la homilía. Toda la liturgia fue un momento de transfiguración. Escuché después testimonios de muchas personas sobrecogidas también por la belleza de lo que allí sucedió. Como el cielo se refleja en las aguas del lago, así también algo sobrenatural y eterno se reflejó en aquella comunidad que celebraba el triunfo de la vida de Jesús sobre la muerte. Repetidas experiencias como estas “iluminan los ojos del corazón para conocer cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, y cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los fieles (cf. Ef 1,1Chulillo.
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01-09-11 11:23 #8653072 -> 8628180
Por:Pipen

RE: OH AMOR
¡vete a tomar por el ojal!
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02-09-11 11:03 #8659630 -> 8628180
Por:ZARZEÑO54

RE: OH AMOR
Vale, me voy. pero dios te ama y te amarÁ por toda la eternidad. y digo con san pablo: "yo no me averguenzo de predicar el evangelio, fuerza de dios para la salvaciÓn del que cree"
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05-09-11 00:29 #8673703 -> 8628180
Por:BENJAMI1968

RE: OH AMOR
El carrito de la compra





Esta mañana fui al mercado muy contento. Acabo de comprar un carrito de la compra. Es precioso, de cuatro ruedas; lo empujas y te obedece con gran facilidad. Soy el cocinero de la casa, donde vivimos tres frailes y, casi todos los días, tengo que hacer la compra. Mis lumbares no me permiten cargar con peso y, aparte del dolor, la médica es tajante: “cuídate, si no quieres verte pronto en una silla de ruedas”. ¡Quién lo iba a pensar hace unos años! No podéis imaginar con qué cariño miro a todos los que van al mercado con un carrito de la compra. Les siento como colegas entrañables.
Mientras caminaba hacia el supermercado, mi mente filosofaba. La filosofía busca siempre definir las cosas por sus cuatro causas: causa eficiente: ¿quién ha hecho el carrito de la compra?; causa material: ¿de qué está hecho el carrito?; causa formal: ¿qué forma tiene?; causa final: ¿para qué esta hecho? Me detuve sobre todo en las dos últimas: formal y final. La forma de un carrito de la compra es muy importante. Puede ser de dos o de cuatro ruedas. Si es de dos, tienes que arrastrarlo contorsionado el cuerpo; si es de cuatro, lo llevas delante de ti con un leve impulso. Es un poco más caro, mas, puestos a salvar la salud, cualquier cosa... Al llegar a la causa final, no tuve más remedio que pensar en la caducidad del ser humano. Chus, ya no es Chus. ¡Con lo que era antes Chus! El motivo o el fin para el que está hecho el carrito de la compra es para ayudar a los que nos acercamos, poco a poco, a los setenta y padecemos, así lo llama mi médica, “lumbalgia crónica por degeneración artrítica”.
Sin embargo, todo tiene su compensación. Estoy convencido de que la década más feliz de mi vida lo está siendo la de los sesenta. Me siento firme y seguro como nunca, y lleno de vitalidad interior. A veces vienen personas y me dicen: “lo que más me gusta de ti es tu seguridad”. Cuando uno habla con seguridad, sobre todo de las cosas de Dios, suscita unas adhesiones que van más allá de la caducidad y de la lumbalgia. La gente necesita seguridad, algo inconmovible a lo que agarrarse, fe en algún absoluto. Pues bien, esa es la compensación. Los sesenta, por lo menos a mí, me han dado una identidad fabulosa, soy yo mismo, me siento a gusto dentro de mi propia piel, y no me cambiaría por nadie. Tengo que reconocer que cuando veo a algún joven haciendo trote por el campo y, viendo lo bien que mueven las lumbares, me digo: “lástima de trasplante”. Mas pronto vuelvo a aceptarme como soy.
Lo que más me ha ayudado en la vida ha sido la fe. No puedo entenderme a mí mismo sin fe. A veces, cierro los ojos, me miro por dentro y me pregunto: “Chus, ¿qué serías tú sin fe”? Trato de imaginarme sin fe y no veo más que una oquedad vacía, un algo oscuro y con pocos contenidos, y, los pocos que tengo, me interesan poco. Me emociona pensar que la fe, que parece sacarte de este mundo, es, en realidad, lo que más te hace ser tu mismo, es decir, más hombre, más capacitado para querer y respetar a todo ser viviente. Dios ha sabido organizar las cosas de tal manera que las criaturas encuentran su propia felicidad y fecundidad, acercándose a él mediante la fe y el amor.

******

Estos días estoy disfrutando con algo que ya sabía pero de lo que no tenía vivencia. Me he regocijado, esta es la palabra, con un gozo interior muy profundo, por la manera de ser de Dios. He visto, no sé con qué ojos, que Dios, que es absolutamente feliz en su misma Trinidad santa, no pudiendo aguantar tanta felicidad, se habló a sí mismo y se dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Entendí que Dios necesitó comunicar su felicidad con alguien. De ahí que el hombre exista por un exceso de felicidad en la familia trinitaria. Todo lo que ha sido hecho, lo ha sido, para que el hombre fuera feliz dentro de la familia de Dios.
El conocimiento que nos llega por vivencia es distinto del que viene por el discurso racional. Es muy íntimo, nos es dado, viene del don, no es obra de nuestro esfuerzo. Como afecta al corazón, activa los sentimientos amorosos y llena de alegría. No es fácil de traducirlo a palabras, ni se puede contar fácilmente a los demás. Sin embargo, el que lo recibe lo vive con plenitud y agradecimiento.
Camino del supermercado, sentía al universo como un don precioso de Dios. Me gozaba en cada una de sus cuatro causas. Su causa eficiente es Dios. ¿Quién pudo ser tan genial para crear unas manos como éstas con las que estoy escribiendo? El viejo Galileo ya decía que el mundo fue creado en lenguaje lógico-matemático. Sólo un ser infinitamente inteligente pudo hacerlo. La causa material se está estudiando con ahínco actualmente, llegándose a partículas infinitesimales de las que se compone la materia. La causa formal la vemos en los millones de soles, planetas y galaxias que lo componen. ¿La causa final? Quizás sea la más importante. Sin entrometernos en los eternos designios de Dios, sí podemos decir que, por lo que conocemos hasta ahora, el mundo fue creado para la felicidad del hombre que es el único ser conocido que pueda entenderlo y agradecerlo.
Ya sé que el pecado se ha interpuesto desbaratando este idilio de felicidad y que las cosas no se ven ahora nada claras. Es cierto, pero el afán de Dios, aun después de caer, es volvernos a introducir en el paraíso perdido. Quiere volver a pasear en el jardín con el hombre todas las tardes, a la hora de la brisa. El aliento de Dios, que es su Espíritu, no cesa de trabajar para que recobremos la imagen primitiva. Si la vas recobrando, mediante la fe, ves a Dios sonriendo, como yo lo veo estos días, alegrándose de que algunos hijos suyos se vayan dejando iluminar.
Alguien ha dicho que Dios es un “egoísta trascendental”, porque todo lo ha creado para su gloria. Nada de eso. Dios no es un menesteroso que necesite la gloria y alabanza de nadie, porque es absolutamente feliz en sí mismo. No nos ha creado por indigencia, sino por bondad y liberalidad, para hacernos partícipes de su rebosante felicidad. La gloria para Dios no consiste en regodearse en sí mismo ante el homenaje cósmico que le tributa la creación, sino en alegrarse de que sus hijos disfruten de todo lo que él ha creado. A Dios le pasa como a los padres de la tierra: se alegra cuando ve que sus hijos se quieren, son felices, sacan buenas notas y se divierten llenos de salud. En eso consiste la gloria de los padres de este mundo y la gloria de Dios.

******

Enterarse, a nivel de vivencia, de esto, es una gozada. Yo, estos días me siento alegre y orgulloso de haber sido creado, de ser una criatura en la que Dios ha pensado, de ser alguien destinado a consumar esta felicidad. No es sólo cuestión de entenderlo; lo más importante se da en la vivencia. Yo nunca he vivenciado a Dios tan padre como estos días; nunca le he sentido tan madre. Hoy, que estoy penetrado por esta unción, me parece imposible que haya alguien que no lo vea. Se me representa de tal manera claro, que me gustaría gritarlo a los cuatro vientos.
Me contaba una amiga hablándome de un viejo profesor suyo: “No sabes la impresión que me causaron algunas clases de filosofía de la ciencia. El profesor era un físico alemán, discípulo de Heisenberg. Durante la segunda guerra mundial estuvo en un campo de concentración por negarse a colaborar con el régimen nazi. Tenia parkinson muy avanzado y otras muchas secuelas de las torturas. En algunas clases, pasaba de las partículas elementales y de la física cuántica, a un estado increíble de contemplación intelectual, mística y estética, de la obra de Dios en la creación. Siempre recordaré lo que me dijo, al despedirme, un día que me había quedado a hablar con él: “Cuánto amor ha puesto Dios para prepararnos la casa a unas criaturas que hemos tardado miles de millones de años en aparecer y miles de años en comenzar a comprender las maravillas del universo. Su amor es amor de madre preparándolo todo con tanto cariño... es algo que nos desborda”. Su emoción, al contarme esto, hacía del momento, algo que nunca se olvida. En él, la ciencia había dejado paso a la vivencia mística”.
Este verano, cuando paseaba por los montes de mi tierra leonesa, contemplaba las grandes rocas y montañas calizas, pero también los cantos rodados del camino. A veces, cogía uno de ellos en la mano y lo miraba queriendo penetrar los largos siglos de evolución que han sido necesarios para que yo le pueda pisar al andar. Al mirarlo, quería llegar al corazón del misterio del universo y, desde allí, al propio corazón de Dios. Con qué mimo habrá cuidado Dios, a lo largo de tantos años, la casa en la que íbamos a habitar.
Sin embargo, no podía sentir más de lo que sentía. Se me daba un conocimiento muy tasado y medido. Con ello se me inflamaba el deseo y hacía una oración: “Señor, dame el don de ciencia, auméntamelo”. Con el don de ciencia, el Espíritu nos da el conocimiento sabroso de la creación y de cada uno de los acontecimientos de la vida. Con ese don, vemos a Dios en cada detalle, en cada suceso, aprendiendo a referirlo todo a su amor, sea el acontecimiento de la índole que sea. Con el don de sabiduría vemos el mundo con el corazón y los ojos de Dios, con el de ciencia, desde el mundo, vemos los ojos y el corazón de Dios.
Tengo otra amiga que, desde muy joven, viene cuidando a un niño pentapléjico. Del cuello para abajo no tiene movilidad y, además, necesita respirador. Es un auténtico despojo humano. Lo cuida con todo su amor. Su marido, un famoso investigador médico, le dice: “No entiendo cómo podéis ver vosotros a Dios en lo que, para mí, es la prueba más palpable de que no existe”. Es cuestión de ojos. Donde la razón se escandaliza, el don ve a Jesucristo y, con él, todo el amor de Dios derramado en nuestros corazones, a veces, rotos por la tragedia.

******

Pensando en todas estas cosas, llegué al supermercado con mi carrito de la compra. Fui derecho a la carnicería en busca de unas manitas de cerdo que, siguiendo una receta de mi madre, las hago riquísimas. ¿”Quien es la última”? Cinco había delante de mí. Quise seguir con mis elucubraciones, pero me fue imposible. El carnicero, que es de Ávila, estaba contando cómo había pasado el fin de semana en su tierra. Estuvo de caza, mas el frío y la nieve le habían devuelto al pueblo. Mirándome, dijo:

“Ya ve usted..., todo el domingo en el bar”.
“Pues podías haberte pasado un rato en Misa, ¿no?”, le respondí.
“Yo voy poco, me replicó; mi mujer, sí; ésa no se pierde una”.

No podéis imaginar qué guirigay se formó acerca de la práctica religiosa. Ni en el ágora de Atenas se discutía con tanto acaloramiento como delante de aquel mostrador. Sólo dos se confesaron practicantes; las otras dos, según ellas, creían pero no practicaban. Y para mi desgracia, después de tanto esfuerzo mental y lumbar, ya no quedaban manitas de cerdo.
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07-09-11 01:23 #8685795 -> 8628180
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
LOS FRUTOS DEL ESPIRTU SANTO.

PACIENCIA, saber que Dios no se retrasa.

Por Pilar DEL BARRIO.

No es nuestra época propicia a la paciencia. Más bien es la nuestra una generación ávida de goces inmediatos, esperamos respuestas rápidas a nuestros deseos, y frecuentemente en la vida espiritual manifestamos esta misma prisa, de tal manera que llegamos a quejarnos cuando el Señor no nos da aquello que pedimos en el momento. Y en esta realidad se nos invita a acoger como fruto del Espíritu precisamente la paciencia. ¿Pero, qué es?

La paciencia es una virtud sobrenatural que nos permite soportar con ecuanimidad, por amor a Dios y en unión de nuestro Señor, los sufrimientos físicos y morales.

Hace años, recién llegada a Lanzarote, me invitaron a dar un paseo por la isla, y dos imágenes se me grabaron en el alma de una manera especial. La primera fue la imagen de la tierra misma: auténticos chorros de lava, tierra requemada, cuya apariencia me resultó como una «bofetada de esterilidad». La segunda imagen fue la de una planta con flores bellísimas cuidada de la forma habitual en esa tierra: enterrada en un hoyo, protegida del viento por un pequeño parapeto de piedra, y tapadas sus raíces por una capa de arena volcánica que tiene la propiedad de evitar la evaporación. Y junto a estas dos imágenes una palabra del Señor: «Si eres capaz de no escandalizarte de la apariencia estéril de esta tierra, verás nacer la vida porque la vida está ahí». Pasado el tiempo, pude contemplar con asombro cómo aquella tierra, aparentemente estéril, se llenaba de verdor y daba frutos abundantes. Esa experiencia me marcó profundamente y, quizás por eso, no puedo resistirme a la tentación de evocarla al hablar de la paciencia. Me da pie para ello la palabra de Santiago: «Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Venida del Señor. Mirad; el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías» (Stg 5,7).

Cuando llega la hora del sufrimiento físico nos cuesta creer «que la vida está ahí», porque el dolor es aparentemente estéril. Solamente el Espíritu nos puede revelar a Jesucristo que vive en nosotros su pasión, configurándonos con Él y su misión redentora a través de la cruz.

Más aún, quizás, cuando el sufrimiento es moral. Tantas veces la visión de nuestra propia realidad de pecadores nos escandaliza, quisiéramos ocultarla y ocultárnosla, luchar contra ella, cambiarla... y es entonces cuando el Espíritu quiere darnos a entender que «el Señor no se retrasa en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (II Pedro 3.9). Tiene su ritmo, el adecuado a la realidad de cada uno de sus hijos. Espera, no se escandaliza de nosotros, porque Él sí sabe que la vida, su misma vida, está plantada por sus propias manos en nosotros. Tenemos prisa, queremos cambiar ya, en un abrir y cerrar de ojos, y sin embargo el Señor «como el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías». Entretanto, la semilla de la vida está ahí, aún cuando aparentemente no ocurre nada, el curso de la vida de Dios en nosotros sigue avanzando. Necesitamos de la paciencia que nos da el Espíritu para vivir estos tiempos de espera, tan importantes. Olvidamos con facilidad que el mismo Jesucristo vive como semilla enterrada durante treinta años, sin que, aparentemente, ocurra nada especial, pero «Entretanto el niño iba creciendo y fortaleciéndose, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en Él»; que Pablo, del que todos conocemos su conversión camino de Damasco, esperó catorce años hasta comenzar su misión. Hay largos tiempos en la vida espiritual, en los que aparentemente no ocurre nada especial, o no encontramos respuestas, parece ocultarse la luz que en otros momentos hemos visto. Es en estos momentos en los que la paciencia, fruto del Espíritu, nos permite «resistir», seguir creyendo que la vida de Dios en nosotros continúa desarrollándose, aún tras la apariencia de oscuridad, de desierto. Y a su hora, en el tiempo oportuno, cuando las lluvias tempranas y tardías han regado nuestra vida, el milagro se produce, y se convierte el desierto en vergel. «Si eres capaz de no escandalizarte de la apariencia estéril de esta tierra verás nacer la vida porque la vida está ahí».

Así, sintiéndonos fruto de este paciente amor de Dios, podremos «vivir con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándonos unos a otros por amor» (Ef. 4,2), no nos ocurra como al siervo sin entrañas de la parábola, que, imploró la paciencia de su rey y, perdonada la deuda que con éste tenía, no supo hacer lo mismo con su compañero (Cfr. Mt. 18,23-35).

Necesitamos, en fin, «paciencia en el sufrimiento, para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido», cuando llega la tribulación, cuando «todo va mal», cuando experimentamos que el Reino de Dios está aquí ya, pero todavía no, cuando se levanta la tempestad y tenemos miedo de zozobrar, cuando llega la persecución por el nombre del Señor... El Espíritu que habita en nosotros quiere en esos momentos concedernos que podamos, como Pablo, «gloriarnos en la tribulación, sabiendo que la tribulación engendra paciencia, la paciencia virtud probada, la virtud probada esperanza, y la esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom. 5,3-5).
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08-09-11 01:31 #8691848 -> 8628180
Por:ZARZEÑO54

RE: OH AMOR
No es difícil para un turista que pasea por la ciudad de Roma acabar, antes o después, en la plaza de Campo dei Fiori, la plaza del mercado. No es una plaza de las más hermosas, ni se la puede comparar con las vecinas plaza Farnese o la impresionante plaza Navona con su obelisco, sus fuentes de Bernini, la Iglesia de Santa Inés de Borromini, etc. Sin embargo, la plaza de Campo dei Fiori, a pesar de estar rodeada de casas más bien sobrias y de aspecto austero, es una de las más populares entre los romanos. Y ello, además del mercado al aire libre de flores y alimentación (que causaría horror a los inspectores españoles de sanidad), sobre todo por una estatua que se halla en medio de la plaza.
Se trata de un fraile encapuchado y lo curioso de dicha estatua es que fue erigida por el estado italiano laico en 1889, tras la conquista de Roma, por supuesto no por devoción a la vida religiosa y mucho menos a la Iglesia, sino todo lo contrario, precisamente como provocación a la Iglesia, como bien saben los romanos aún sin tener que leer las inscripción de la estatua en la que se rinde honor a dicho fraile “qui dove il rogo arse”, esto es, donde fue quemado por la inquisición. Y no es extraño ver de vez en cuando a los pies de la estatua coronas o ramos de flores de la gente que rinde homenaje al ajusticiado por la Iglesia.
El encapuchado que desde lo alto del monumento mira con cara arrogante hacia el Vaticano, como desafiando, es Giordano Bruno (1548-1600), considerado por muchos un mártir de la cerrazón eclesiástica, pero cuya vida tiene más entresijos de lo que a primera vista parece. Nacido en Nola, población no lejana a Nápoles, ingresó con 17 años en la orden dominicana, en Nápoles, donde años después el mismo escribió que la ciudad tenía en alta consideración a sus hermanos de religión, pero que en realidad eran “burros e ignorantes”. Abandonado el nombre mundano de Filippo, tomó el de Giordano y comenzó la formación religiosa hasta ser ordenado sacerdote en 1572.
Ya un tanto original en sus posturas teológicas durante los años de estudiante, no tardó nada más que cuatro años en ser acusado de herejía, por lo que, después de obetener en 1575 el título de doctor, en 1576 tuvo que viajar a Roma para defenderse de dicha acusación en el convento de Santa Maria sopra Minerva, sede del superior provincial, ante el cual no quiso ceder, por lo que dejó la ciudad y de paso también la orden de Santo Domingo. A partir de ese momento comenzó una peregrinación intelectual por varios países que no parece consiguió hacerle encontrar la paz.
Después de viajar por varias ciudades italianas, llegó en 1579 a Ginebra, ciudad en la que Calvino había instaurado una república protestante y a dicha doctrina se adhirió Bruno, pero con la cual también se pronunció en disconformidad. En una ocasión publicó y distribuyó un panfleto acusando a Calvino de cometer 20 errores en una lectura. Por este motivo fue hecho prisionero hasta que se retractó y abandonó el calvinismo bajo la acusación de coartar la libertad intelectual. Se trasladó a Francia donde, luego de varios tropiezos por la guerra religiosa, después de enseñar astronomía y filosofía en Lyon y Tolosa, fue aceptado por Enrique III como profesor de la Universidad de París en 1581.
Hombre de impresionante memoria, hizo famoso en París un método que nemotécnico que llamó “arte de la memoria”. Fascinado por el neoplatonismo y el gnosticismo, y parece ser que llegó a sostener teorías panteístas, afirmando que Dios y la creación fueran idénticas. En 1583 viajó a Inglaterra, tras ser nombrado Secretario del embajador francés Michel de Castelnau. Allí se convirtió en asiduo concurrente a las reuniones del poeta Philip Sydney. Enseñó en la Universidad de Oxford la nueva cosmología copernicana atacando las ideas tradicionales. Después de varias discusiones, fue invitado a abandonar Oxford, por lo que en 1585 regresó a París con el embajador, para luego dirigirse a Marburgo, donde dio a la prensa las obras escritas en Londres. En Marburgo retó a los seguidores del aristotelismo a un debate público en el College de Cambrai, donde fue ridiculizado, atacado físicamente y expulsado del país.
Durante los siguientes 5 años vivió en diversos países protestantes donde escribió muchos trabajos en latín sobre cosmología, física, magia y el arte de la memoria (siendo uno de los grandes representantes de la tradición hermética). Llegó a demostrar, aunque por métodos falaces, que el Sol es más grande que la Tierra. En 1586 expuso sus ideas en la Sorbona y en el Colegio de Cambray y enseñó Filosofía en la Universidad de Wittenberg, consiguiendo ser excomulgado por los luteranos.
Volvió este inquieto teólogo, expulsado de los calvinistas y excomulgado por los protestantes, en 1590 a Italia, a instancia de Giovanni Mocenigo, veneciano, que estaba muy interesado en su método nemotécnico. Pero no pudiendo conseguir dicho noble el secreto de labios de Bruno, lo denunció en 1591 a la Inquisición veneciana que lo juzgó y ante la que él se defendió diciendo que sus posibles errores eran filosóficos y no teológicos. Intervino en 1593 la Inquisición Romana, que pidió su extradición, y Giordano Bruno fue encarcelado en Roma, en Castel Sant’Angelo (que Clemente VIII había dedicado a cárcel inquisitorial), durante seis años, sin que los historiadores sepan explicarse bien porqué tardó tantos años en ser juzgado en Roma. Algunos historiadores dicen que se tardó tanto porque se quiso hacer las cosas con detalle y costó mucho tiempo el reunir el “corpus” de las obras de Bruno, No por ello deja de parecer mucho tiempo.
Después de tan larga espera, comenzó en 1599 el juicio romano, dirigido por San Roberto Belarmino, quien posteriormente llevaría el similar proceso contra Galileo, que concluyó de modo muy diferente. En 1599 se expusieron los cargos en contra de Bruno y en un primer momento el ex-dominico aceptó retractarse de algunas tesis suyas referentes a la humanidad de Cristo y a la virginidad de María, pero a la vez exigió al Papa Clemente que declarase herética la transubstanciación. Finalmente, sin que se tenga conocimiento del motivo, Giordano Bruno decidió reafirmarse en sus ideas y el 20 de enero de 1600 el papa Clemente VIII ordenó que fuera llevado ante las autoridades seculares. Desconocemos los detalles del proceso porque en 1808, cuando las tropas napoleónicas invadieron Roma, las actas fueron llevadas a París, pues el emperador quería reunir documentos para justificar su invasión de los estados pontificios. Desde entonces, dichas actas no han vuelto a aparecer.
Antes de la sentencia, se intentó en varias ocasiones hacerle entrar en razón, incluso se pidió a varios antiguos amigos suyos dominicos que le convencieran para aceptar la doctrina de la Iglesia, pero no hubo nada que hacer. El 8 de febrero fue leída la sentencia en donde se le declaraba herético, impenitente, pertinaz y obstinado, por lo que se le excomulgaba. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces: “Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla". Según la costumbre del tiempo -que hoy cuesta entender pero que no deberíamos juzgar con nuestros criterios actuales-, fue ejecutado el 17 de febrero de 1600 en la citada plaza de Campo dei Fiori.
Considerado hereje por católicos, luteranos y calvinistas, Giordano Bruno fue un hombre de gran altura intelectual y fuerte voluntad, incluso lo que algunos historiadores han calificado de “cabezonería”, a lo que se añadía una fuerte tendencia a la ironía que solía enfadar a sus contrincantes. Su muerte lo convirtió en héroe para muchos librepensadores y contrarios a la Iglesia, que en su ejecución vieron un acto cruel y despótico de la Iglesia, y que hoy todavía le rinden homenaje en el aniversario de su ejecución.
Puntos:
14-09-11 17:19 #8735445 -> 8628180
Por:la genara cacharel

RE: OH AMOR
Zarzeño-Benjamin, pelmazo, vuelve a tu redil y deja en paz a esta gente, tío castaña.
Puntos:
18-09-11 00:01 #8755305 -> 8628180
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
No me sale de ahÍ,
Puntos:
18-09-11 00:05 #8755318 -> 8628180
Por:zarzeño54

RE: OH AMOR
Desde 2009 las noticias sobre ataques a iglesias y símbolos cristianos empiezan a ser casi habituales.Desde el 2004 el PSOE y el Gobierno de Rodríguez Zapatero han venido sembrado las semillas de la división, del odio y de la intolerancia entre los españoles.
Semillas que ahora brotan en forma de ataques, cada vez más agresivos y violentos, contra los católicos.Estos son los auténticos brotes verdes del Sr. Rodríguez.
¿Por qué contra los católicos y la Iglesia? Por qué no se dan contra otras confesiones cristianas o contra el Islam? Sencillamente, porque la Iglesia Católica es la que con mayor firmeza está resistiendo el proyecto de ingeniería social del gobierno socialista, y es la que con mayor fuerza se resistirá a la continuidad de este proyecto en un previsible gobierno del Sr. Rajoy. Porque no lo duden, al menos yo no lo dudo. El Sr. Rajoy continuará, de manera atenuada, la línea de cambio experimental de la sociedad iniciada por el Sr. Zapatero.
Algunos –incluso dentro de la propia Iglesia- se sorprendieron de las palabras de Benedicto XVI, en el avión que lo llevaba a Santiago de Compostela, al referirse a esta situación como de una vuelta al pasado más oscuro, el de la II República. Pero, no, no es la vuelta a la II República, es la vuelta a la situación anterior a la II República que formó el caldo de cultivo para que sobreviniese aquel periodo oscuro de nuestra historia. Recordemos que los ataques a la Iglesia, a sus templos, a sus símbolos y a los católicos no empezaron el 14 de abril de 1931, sino que ya se sucedieron durante los años 1929 y 1930. Y las autoridades mirando hacia otro lado y el jefe del Estado –el rey- mirando hacia otro lado, así pasaron las cosas que pasaron y así pasan las cosas que están empezando a pasar.
Ya lo ha dicho Rodríguez Zapatero repetidamente desde 2004: su modelo es la II República y él, el PSOE y el resto de la izquierda pretenden una segunda transición que nos lleve regreso al pasado. Aquí se encuadra la movilización en la calle de ciertos sectores radicales, que ahora se autodenominan “indignados” pero que son los “gruesos batallones” de los que presumía Azaña para instaurar su masónica e izquierdista república. Igualmente tenemos bien vivas las agresiones que jóvenes peregrinos (de 12, 13, 14 años) sufrieron durante la JMJ.
Y ¿qué dice Rajoy y el PP a todo esto? ¿cuál es la actitud de este partido, que parece ser que será el encargado de gobernar España a partir de noviembre? Pues no dicen nada de nada, miran hacia otro lado. Sólo piensan en adaptarse a la segunda transición y prepararse para sobrevivir en el nuevo régimen al que vamos directos: regreso al pasado más oscuro. Y las autoridades mirando hacia otro lado y el jefe del Estado –el rey- mirando hacia otro lado- así pasaron las cosas que pasaron y así pasan las cosas que están empezando a pasar.
"En España ha nacido una laicidad, un secularismo fuerte y agresivo como se vio en la década de los años treinta". "Y ese enfrentamiento, disputa entre fe y modernidad, ocurre también hoy de manera muy vivaz" (Benedicto XVI, 6 de noviembre 2010)
Viene todo seguido un pequeño listado de los hechos más destacables:
- 2009-2010: se intentó quemar, por dos vecces, la parróquia de Santa Catalina de Majadahonda.
- Enero 2011: asalto a la capilla de la facultad de económicas de la Universidad de Barcelona. El 19 de enero las misas tuvieron que suspenderse.
- 11 de febrero 2011: sacrilegio y robo en la parróquia de Santa Catalina de Majadahonda.
- 10 de marzo 2011: 50 profanadores asaltan la capilla de la complutense en Somosaguas.
- 15 de marzo 2011: profanan la parroquia de la Ascensión del Señor en Carabanchel.
- 25 de marzo 2011: representantes políticos y culturales de la extrema izquierda (Gaspar Llamazares, Güili Toledo) participan en acto de apoyo a los asaltadores y profanadores de la capilla de la Complutense.
- 23-24 de marzo 2011: un grupo de encapuchados intenta quemar la iglesia de San Vicente de Sarriá en Barcelona.
- 1 de abril 2011: robo sacrílego en la parroquia de San Bernardo de Sevilla.
- Semana Santa 2011: procesión atea el Jueves Santo en Madrid, con pasos con nombres hirientes y blasfemos.
- 14 de abril 2011: asalto sacrílego con robo en la iglesia de Santa María Magdalena, en Ciempozuelos en Madrid
- 27 de abril 2011: decapitan dos estatuas de la fachada de la Iglesia de San Esteban en Burgos.
- 11 de septiembre 2011: intento de quemar la iglesia de San Andrés en Madrid.
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