La educacion en España Que vuelva la cordura Una de las grandísimas cesiones de los dos grandes partidos nacionales a los nacionalistas fue la Educación. Los separatistas no querían dar conocimientos a sus ciudadanos, sino amaestrarlos. Tenían que hacerles habitantes de un país ilusorio, así que estaban obligados a crear nuevas fronteras, nuevas historias y nuevos idiomas. A eso se añadió que los presidentes de las comunidades autónomas de los dos grandes partidos nacionales vieron la posibilidad de eternizarse en el poder usando esas mismas armas y no dudaron ni un minuto en hacer suyos los libros de texto. ¿El resultado? España es el país que peor índices ostenta en materia educativa y los mayores de fracaso escolar. Para solucionar esto último, a Zeta se le ha ocurrido rebajar los niveles de exigencia académica hasta el punto de que está prohibido poner un cero a ningún alumno, aunque sea un desastre. Así ni se soluciona el fracaso escolar ni, mucho menos, se aumentan los niveles educativos. El pacto por la Educación es una de las cosas pendientes, pero está difícil. Zeta ha decidido hacer una política descaradamente permisiva hacia los jóvenes, como si así les comprara sus votos. Y no es posible educar sin saber dónde están los límites, pues lo malo de eso de estudiar es que hay que hincar los codos cada día y no hay otra fórmula para salir adelante. Pero ya sabemos que lo del esfuerzo y lo del trabajo bien hecho es incompatible con la mentalidad de un Zeta que llegó a donde llegó sin esforzarse demasiado. El problema de unos jóvenes con bajo nivel académico no es que sean tontos, pues es verdad que la Universidad también está en las calles: el asunto es que los incultos son fácilmente manipulables. Y no precisamente por el poder político democrático. “Debemos separar de una manera concluyente la esfera de la educación del ámbito político” Hanna Arent No será el ungüento amarillo, pero el “pacto educativo” que avanza de la mano de Ángel Gabilondo hará bien al sistema educativo español, dándole la estabilidad que tanta falta le hace. Un sistema que ha estado uncido a demasiada carga ideológica. Vaivenes políticos que se han llamado sucesivamente LOGSE, LOCE, LOE y cuyos resultados prácticos se resumen en una palabra: fracaso, como demuestran con tenaz contundencia los sucesivos informes PISA: fracaso escolar apabullante (el 30% de los alumnos de la ESO ni acaba esos estudios ni pasa a formación profesional), sólo el 27% de los alumnos de medias cursa enseñanzas técnicas etc. etc. Todo ello conduce, en primer lugar, al despilfarro (cada alumno de medias le cuesta al Estado 6000 euros anuales). Por no hablar de las 77 universidades españolas. Campus cuyo número pronto alcanzará al de las estaciones de RENFE sin que ninguna de esas universidades aparezca entre las 150 mejores del mundo. Unas universidades que vienen generando una enorme cantidad de graduados, multiplicando por más de tres al número de egresados en todas las formaciones profesionales y cuyo coste para el erario público por alumno matriculado es de 8000 euros anuales. Como es obvio, arreglar este entuerto exige parar la máquina legislativa para darle, al menos, un poco de tranquila estabilidad, lo cual implica un pacto de Estado que mantenga las cosas en paz durante, pongamos, veinte años. Para lograrlo, los dos grandes partidos tendrán que sacar de este campo de juego a los ideólogos de ambos lados más llenos de prejuicios que de eficacia. Gentes que hasta la fecha no han hecho sino daño a la educación a la que tanto dicen servir. Joaquín Leguina y Miguel Ángel Rodríguez, tan distintos y tan distantes, escriben sobre un mismo tema. Un duelo a primera sangre en el que diario abierto se limita a ofrecer ambas opiniones en el convencimiento de que todas las ideas enriquecen el debate y pueden y deben tener sus cauces de expresión, siempre en los límites del respeto y la tolerancia
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