La vida y la nada ¿Qué es el hombre?, me preguntaba. ¿Cómo es que un ser semejante existe en este mundo, y cómo una masa de cosas informes fermenta y se descompone, se pudre como un árbol viejo y no llega nunca a su madurez? ¿Cómo la naturaleza puede sufrir semejante agraz entre sus dulces uvas? Él dice dirigiéndose a las plantas: yo, antes, fui también como vosotras; y a los astros puros: quiero ser como vosotros, en otro mundo. Y mientras espera, él es el que se hace pedazos, el que de tiempo en tiempo se entrega a experiencias de toda especie y a prácticas ingeniosas, imaginando que en el momento de la disolución final será capaz de poner en pie a los muertos, como se levanta un muro; pero nada de lo que emprende sale de sus manos mejorado; sin embargo, no por eso se subleva, puesto que de todos modos queda entendido que cuanto hace pasará siempre por el colmo de la habilidad. ¡Ah!, pobres desgraciados, los que tenéis conciencia de todo esto, que no gustáis de hablar del destino humano y que os sentís también trastornados por esa nada que nos domina, firmemente convencidos de que hemos nacido para nada, de que nos aplicamos a naderías, sin creer en nada, sin emplear nustras fuerzas en nada, para ir poco a poco a parar en la nada... ¿Es culpa mía si, después de haber reflexionado seriamente sobre esas cosas, sentís que vuestras piernas tiemblan y se doblegan? ¿No me he sumido yo acaso muchas veces en esas mismas reflexiones, exclamando: por qué, espíritu cruel, por qué llevas el hacha a las raíces que me retienen en la vida? Y con todo, aún estoy aquí. Antes, ¡oh queridos hermanos!, antes ¡qué diferente era todo! Por encima de nosotros y ante nosotros reinaban la alegría y la belleza; y de esos mismos corazones desbordaba la alegría a la vista de lejanos fantasmas, que prometían felicidad, y nuestros espíritus se lanzaban hacia adelante llenos de audacia y de animación y forzaban la barrera; pero, cuando miraron en torno de ellos, ¡oh decepción!, no vieron sino la inmensidad del vacío. Si en vuestro jardín las flores crecen tan abundantemente, ¿por qué su perfume no es también un goce para mí? ¡Si estáis tan llenos de divinidad, podríais darme algo de ella con que apagar mi sed! Hay fiestas para todo el mundo, hasta para los más pobres. Pero entre vosotros no hay fiesta sino para la Muerte. Vuestros amos se llaman la necesidad, la angustia, y la noche. Ellos son los que os distínguen, y los que, golpeándoos, os empujan los unos hacia los otros. El hambre es lo que llamáis amor, y allí donde ya no discernís nada colocáis vuestros dioses. ¿Dioses y Amor? ¡Qué razón tienen los poetas! Nada hay tan pequeño y tan insignificante que no pueda entusiasmar. |