La Puebla de Montalbán - Toledo

"Cuando miro un niño, y pienso que llegará el día en que lleve un yugo ignominioso y funesto, en que será desgraciado, como nosotros, y buscará hombres, como nosotros, para conocer lo verdadero y lo bello, y vivirá estérilmente, como nosotros, porque se hallará igualmente solo, y... ¡Pero no! Arrancad a vuestros hijos de su cuna y arrojadlos al río, para sustraerlos al menos a vuestra vergüenza".
"Pero, Alabanda", le dije, "eso cambiará, seguramente cambiará".
"¿Cómo ha de cambiar?", preguntó. "Los héroes han perdido su renombre y los sabios sus discípulos. Cuando las grandes acciones no son comprendidas por una nación noble, son sólo estocadas al aire, y las grandes palabras, cuando no encuentran eco en corazones grandes, son comparables a las hojas secas que crujen en el polvo y las inmundicias del camino. ¿Qué más puedo decirte?"
"Yo tomaré una pala", le dije, "y echaré las inmundicias a un foso. Un pueblo en el que la grandeza y el espíritu no engendran ya ni grandeza ni espíritu nada tiene de común con las otras naciones donde hay todavía hombres: ha abdicado todos sus derechos; y no es más que una absurda farsa, una superstición, pretender todavía honrar cadáveres sin voluntad, como si un corazón de romano latiera en su pecho. ¡Lejos de nosotros esas gentes! Es preciso que el árbol podrido no permanezca más tiempo donde está. Roba el aire y la luz a las plantas jóvenes que maduran para un mundo nuevo".

"¿Cómo? ¿Habría el dios de obedecer a una lombriz? El dios que está en nosotros, ante el cual se abre el camino del infinito, ¿tendría que detenerse hasta que el gusano se aparte de su camino? ¡No! ¡No! ¡No se os pregunta si queréis, lacayos y bárbaros! ¡De sobra sabemos que no queréis! ¡Ya no se trata de haceros mejores, puesto que toda tentativa sería vana! Se trata sólo de que no seáis un obstáculo en la marcha triunfal de la humanidad.

Tengo confianza en el porvenir. Gracias a Dios, mi fin no se parecerá en nada al del común de los mortales. Ser feliz significa, en boca de los lacayos, dejarse vivir. ¡Ser feliz! Pero, cuando me habláis de ser feliz, me parece tener la boca llena de agua tibia y de papilla. ¡Ah, qué estúpidas y marchitas son todas esas cosas a las que sacrificáis vuestros laureles y vuestra inmortalidad!

Oh luz sagrada, cuyos efectos se hacen sentir perpetuamente en tu imperio sin límites, que flotas en lo alto sobre nosotros, por tus rayos comunicas tu alma a la mía y haces que tu felicidad sea la mía!
Los hijos del Sol se nutren de sus acciones; viven de la victoria; se alientan mutuamente con su propio espíritu, y en su fuerza está su alegría!"

"¡Cielo y Tierra!", exclamé. "¡Qué alegría! Estos son otros tiempos, y esta voz no es la de mi siglo pueril, y este suelo no es tampoco aquél en que el hombre jadea bajo el látigo de su guardián".