La Puebla de Montalbán - Toledo

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¿Qué puede realmente perder el hombre cuando se encuentra así en su propio mundo? Todo está en nosotros. ¿Se preocupa el hombre entonces del cabello que cae de su cabeza? ¿Por qué lucha para esclavizarse, cuando podría ser un dios? "Tú estás destinado a la soledad, amigo mío", me decía también Adamas por aquella época; "serás como la grulla abandonada por sus compañeras en la mala estación, mientras van a buscar la primavera en países lejanos".
Y eso, mis pobres amigos, es lo que hace que hasta en el seno de la opulencia seamos pobres, porque nos es imposible vivir solos, porque el amor persiste en nosotros mientras somos de este mundo. ¡Devolvedme a mi Adamas y venid con los que me pertenecen, para que este viejo mundo, con las bellezas que contiene, se renueve en nosotros, y nos juntemos y unamos en los brazos de nuestra divinidad, la Naturaleza! De ese modo, no conoceré la miseria.
Pero, os lo suplico: que nadie diga que el Destino nos separa. Somos nosotros, ¿lo oís?, nosotros los que gustamos un verdadero placer lanzándonos a las tinieblas de lo desconocido, afrontando la frialdad de los extraños de otro mundo. Si fuese posible, hasta dejaríamos las regiones que alumbra el sol, para precipitarnos más allá de los límites a que llegan los cometas. ¡Ah!, no hay patria capaz de retener al hombre que lleva en sí el salvaje deseo de las peregrinaciones. Lo mismo que los rayos del sol secan las plantas terrestres que hicieron crecer, el hombre aniquila las tiernas flores que su corazón hizo crecer: los goces del parentesco y del amor.