2012, la destrucción del mundo Lawrence E. Joseph sabe exactamente lo que hará el 21 de diciembre de 2012. Por la mañana, recogerá a sus dos hijos y viajará con ellos a un lugar tranquilo. Allí esperará hasta que pasen once minutos de las once de la noche, estrechará la mano a sus retoños y contemplará en silencio la llegada del Apocalipsis. «Lo tengo todo pensado», asegura con gesto lúgubre mientras sorbe una copa de agua. «Si sufrimos una extinción como la de los dinosaurios, no me libraré. Pero si es sólo una extinción parcial de la especie, creo que sí». Joseph no es el único que predice algo semejante. Millones de personas de los cinco continentes están convencidas de que nuestra civilización se extinguirá dentro de un lustro. O, como poco, que deberemos despedirnos para siempre de nuestro actual modo de vida. Esa noche, el sistema solar se interpondrá entre la Tierra y el punto central de la Vía Láctea por primera vez en 26.000 años. Y, sobre todo, en ese preciso instante expirará el calendario confeccionado hace dos milenios por los astrónomos mayas, que profetizaron todo tipo de calamidades para esa malhadada fecha. Bola de fuego Pocas cosas entusiasman tanto a los seres humanos como un buen Armagedón. Parecemos obsesionados con redimir nuestros pecados en una bola de fuego. De ahí que, a cinco años del nuevo fin del mundo, se haya montado una fructífera industria alrededor de esta fecha. De los diez primeros resultados de Google, nueve contienen predicciones calamitosas para el ser humano y consejos para protegerse de la furia divina. El otro está dedicado a los Juegos Olímpicos de Londres. Mientras, Hollywood ya prepara dos superproducciones sobre el tema y las tiendas estadounidenses rebosan de libros que analizan el fenómeno. Uno de los más exitosos, «Apocalipsis 2012» (Ed. Hojas de luz), firmado por el propio Joseph, ha llegado esta semana a nuestro país.
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