Escalona - Toledo

Y de la nada, apareció un tiesto. Así gustaba comenzar todas las noches sus representaciones el gran Cagacirios. Como gran prestidigitador que era, solía prestar todos sus dedos excepto el de señalar, a los escasísimos seguidores que acudían a las reuniones para contemplar su espectáculo. La actuación duraba apenas una hora y tres cuartos, pero con el tiempo, sus seguidores comenzaron a darse cuenta de que el propio tiempo daba igual. Cagacirios aparecia con paso impar, mirada indiferente y juanete dolorido (jeje). Pero sobre todo salía capaz. A pesar de que su cuerpo estaba enfadado con él y lo llenaba de contratiempos, había sabido dejarse una bonita barba de tres días para parecerse a su vecino de usted. Cagacirios y su barba, prestidigitaban con suma habilidad, haciendo las delicias de los más exigentes en dicho mundo. Aquella noche tomó como voluntaria a un señora que no conocía y que incluso no se conocía a si misma. Cagacirios recogió sus dedos de entre sus seguidores, regalando los raros objetos que éste había conseguido sacar de ellos y se dirigió a su desconocida. ¡Esta noche, con todos ustedes, tendremos el número de la candidata perfecta! -dijo Cagacirios mientras se apartaba el sol de la cara-. La mujer, decidida y harta de anonimato, entró fugaz en la extraña máquina de hierro que en silencio, permanecía juguetona en el medio del escenario. Cagacirios lograba calmarla con ciertos canturreos a la altura del pestillo y unas palmaditas en el contenedor de líquido abrillantador. Sus seguidores, mientras, miraban espectantes el proceso mágico y casi industrial de la máquina. El artista no paraba de alimentarla con correos, boletines, artículos de opinión y alguna misa suelta, pero ella, hambrienta, quería más, teniendo que esperar varios meses para poder saciarla por completo. Tras cuatro años de actuación ininterrumpida, y veinte deserciones entre sus seguidores, por fín llegó el día del fatídico desenlace del número de la candidata perfecta. Cachava en mano, Cagacirios abrió la puerta de su oxidada máquina para estupor de sus seguidores que aún sobrevivían en las carcomidas butacas. Por fín, tras tres kilos de boletines atrasados, se abrió paso la candidata arrugada con mirada de sorpresa arrugada. Un sonoro aplauso se escuchó en el pueblo donde vivía Cagacirios que no cesó hasta su jubilación al año siguiente. Jamás reveló su truco, y la máquina fue destruida por si misma al día siguiente de la representación. Aún hoy se intenta desarrugar a la candidata arrugada con costosísimos experimentos y la ayuda de grandes entendidos en el tema, pero todos saben, que si Cagacirios quisiera, y sin tanto esfuerzo, podríamos disfrutar otra vez de uno de sus grandes números. El del gran 74 al 83.