Nuestra evolución en la necesidad del cambio. Nuestra necesidad para poder cambiar, crecer como personas, madurar, para mantener un equilibrio emocional que nos permita responder a las exigencias de nuestro entorno, van marcadas por el hecho y la acción de saber cambiar permanentemente. No podemos quedarnos estancados ni sentenciar “soy así, qué le vamos a hacer”, si sabemos o intuimos que un cambio nos permitiría ser más coherentes, más eficaces y más felices. Nuestra historia personal demuestra que como seres pensantes y sensibles que somos, cambiamos y evolucionamos cada día, y esa es una de las emociones que nos depara la vida: comprobar cómo nos vamos adaptando, cómo vamos interactuando con el entorno, sobre todo que cada nueva situación exige una respuesta específica que sacamos de nuestro interior tras remover, intuitiva o premeditadamente, nuestra experiencia y nuestra manera de pensar tras recibir la influencia de quienes nos quieren y nos rodean. La mejor manera de reforzar nuestra identidad, de crear una personalidad dinámica y fuerte es permanecer abiertos a las señales del exterior y de nuestro interior, respondiendo en cada momento del modo más adecuado, pero para ello debemos de saber tomar el timón de nuestro barco, de pilotarlo hacia donde queremos y podemos, y no hacia donde nos lleva la corriente o un mapa caduco que no incluye la información necesaria para una navegación óptima. Para ello hemos de saber distinguir bien lo que queremos cambiar, con las tendencias profundas de la personalidad, con los sistemas de valores muy interiorizados, con los hábitos muy arraigados, hemos de mostrar un especial cuidado, porque modificarlos puede sumirnos en una crisis de identidad nada deseable, y para evitar este error está la reflexión, con nosotros mismos. Pero por donde deberíamos empezar, bien, muchos de nosotros ya tenemos identificados los hábitos y actitudes más claramente mejorables, en la medida que nos causan problemas de convivencia, no nos resultan útiles, no nos satisfacen o son incoherentes con nuestra manera de pensar y de ver la vida. Deberíamos por empezar a trabajar, en un ambiente de mejora, porque es el que más satisfacción nos va a dar., ya sé que no es fácil, porque son muchas y muy variadas las razones que nos han llevado a ser como somos. En nuestra reflexión, no debe importarnos la edad, ya que nunca es tarde si el cambio nos permite interactuar mejor con el entorno o hacer las cosas tal y como creemos que debemos hacerlas, pero si, por temor a lo desconocido o a equivocarnos, demoramos una decisión que sabemos acertada y necesaria nos estamos negando la posibilidad de madurar, nos estamos haciendo mucho daño, al frenar una evolución del todo conveniente. Aplicar la receta de siempre ante exigencias nuevas o repetir errores del pasado ante situaciones ya conocidas, resulta en principio lo más cómodo y sencillo, pero nos conduce inexorablemente al estancamiento, y nos aparta de nuestra dinámica inherente, al hecho de vivir en una evolución que cambia. También nos puede ocurrir que el freno al cambio no provenga de nuestros hábitos, miedos o incertidumbres, sino del exterior: la pareja, los hijos, los amigos, el trabajo, las convenciones sociales. Ya sabemos que no todos evolucionamos al mismo ritmo, pero cada uno debe intentar eliminar las carencias de su propia evolución, y adoptar siempre las decisiones que consideremos esenciales para nuestro progreso como ser humano, y sobre todo el saber marcar nuestra propia evolución en la necesidad del cambio. Gracias por leerme luismgon |