Versos - El jubilado Conocí a un jubilado que muy triste me contaba lo mal que se lo pasaba; jamás como había pensado. Al principio sí gozó con infinita alegría, pues ya trabajo no hacía desde que se jubiló, pero el tiempo iba pasando y llegó el aburrimiento, hasta que llegó el momento de preguntarse hasta cuándo era capaz de aguantar el vivir de esa manera, sin que otra cosa tuviera y se pudiera escapar de este gran y triste tedio, encontrándose dispuesto, por sentirse tan molesto, a aplicar cualquier remedio. Me comentaba con pena que su vida había cambiado tanto, que ya había pasado a terminar en condena, pues condena era vivir haciendo lo que no quieres, pues al no tener quehaceres ni forma de competir, hasta la ilusión se acaba y todo te da lo mismo, sumiéndote en un abismo que con el tiempo se agrava. Se acordaba del trabajo, que aunque a veces le cansaba, también a veces le daba satisfacción a destajo. Echa en falta a cada rato el ubicuo ordenador, que traía cumplidor al momento cualquier dato de aquello que le pidiese, donde quiera que estuviera, muy adentro o muy afuera y por difícil que fuese. Que en el trabajo tenía su inteligencia despierta, ya que siempre estaba alerta como el negocio pedía. Además ejercitaba su bien poblada cabeza, resolviendo con destreza los problemas y no acaba solucionando el primero cuando ya otro le venía y si los dos resolvía se metía con el tercero. Y cuando no había problemas algo le estaba faltando y acababa buceando en cualesquiera otros temas. Notaba tal deterioro, que incluso a veces me creo si no sentiera el deseo de marcharse por el foro. Probaba con el Imserso a realizar los viajes a playas y otros paisajes, creyendo que estaría inmerso en fiestas, bailes y juegos y así poder alegrarse, de las penas olvidarse y aferrarse a esos apegos. Mas todo resultó inútil, pues cuando acabó el viaje le subió tanto el coraje que el resultado fue fútil. Además, con aquel verso que el monitor recitaba, enorme gana le daba de hacer el camino inverso y terminar el martirio de tener que soportar y encima callado estar ante aquel inmenso cirio que largaba aquel fulano sobre un viejo que sufría, porque su hijo tenía algo ligera la mano y a la madre la pegó y entonces le dijo el padre que había pegado a la madre ¡la madre que le parió! También a todos llevaron gratis en el autobús a ver hacer chupa chups, que incluso les regalaron. Otra vez también se fueron a una fábrica de mantas y a todos vendieron tantas que cuando luego volvieron se vieron y desearon para poderlas llevar, incluso hubo que apartar algunas que allí quedaron. Y hubiera sido mejor no haber comprado ninguna, ya que no hacia falta alguna por el intenso calor. Además, lo que faltaba, los que se creían graciosos se pusieron muy ansiosos a ver si se les dejaba contar sus chistes sin gracia, que el micrófono agarraban y al chofer casi tapaban y aunque no hubo una desgracia estuvieron muy a punto de sufrirla alguna vez, cuando decía una memez algún bobo sin asunto, que la volvía a repetir entre el cabreo general y al chofer sentó tan mal que hasta se quiso dormir. El tiempo trajo el reúma, las rodillas le fallaban, las manos se le encorvaban y va aumentando la suma de sus malditas dolencias. La garrota se le olvida y así sufre una caída de fatales consecuencias. Se le ha roto una cadera y aunque le duele bastante, para ponerle el implante le dieron lista de espera y tras un año esperando tiro lejos las muletas y diciendo “a hacer puñetas” se terminó suicidando. Aquí termina la historia de este pobre jubilado, que pronto será olvidado y que Dios tenga en Su gloria. Cristino Vidal Benavente. |