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El Carpio de Tajo - Toledo

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España > Toledo > El Carpio de Tajo
28-02-11 16:57 #7170501
Por:kalmaera

Versos - La pantasma (relato)

No sé por qué, ese día no tenía mucho sueño y salí de mi casa dispuesto a dar un paseo, a ver si me entraba cuando caminase un rato, cosa que me sucedía de vez en cuando. Iba absorto en mis pensamientos y no me daba cuenta de que había emprendido el camino del cementerio y cuando estaba casi a la altura de la puerta me percaté del lugar al que había ido a parar y me recorrió un escalofrío por el cuello, pero me repuse enseguida y continué mi camino, pues la noche estaba agradable.
Al llegar al esquinazo del cementerio, en su parte nueva, percibí unos susurros y pensé que a algunas personas más les sucedía lo que a mí y me fui a tratar de ver quiénes eran, para charlas un rato con ellas. Pensé darles una broma y me acerqué con mucho sigilo, para evitar que me viesen y así darles un susto morrocotudo, dada la hora y el lugar, a lo que había que sumar el factor sorpresa.
Conforme me iba acercando, las voces se iban agrandando, aunque no mucho, pero si lo suficiente como para darme cuenta de que correspondían a un hombre y dos mujeres, cosa que me intrigó, pues no hubiese pasado jamás por mi cabeza encontrar a nadie en ese lugar y menos a dos mujeres.
Cuando llegué muy cerca de ellos, pude ver tres figuras envueltas en sendas sábanas blancas, sentadas en el suelo y hablando animadamente, aunque tuve que acercarme aún más para enterarme de su conversación, que giraba en torno a tiempos pasados.
El hombre llevaba algo a las espaldas que me pareció un saco y en ese momento hablaba con voz quejumbrosa, diciendo: ¿lo veis?, completamente vacío, pues los niños se burlan de uno y no hacen caso, además de que sus padres y mayores ya no me mientan a mí, es decir, al hombre del saco, el que siempre había sido el “Garrampayo”, conocido también por el “tío Grillera” y en estas circunstancias no tengo nada que hacer en este pueblo y si no me inscribo en el paro es porque no hay nada legislado sobre los hombres del saco.
Yo pensé que era una broma, que me habían visto antes y se habían prestado a esta pantomima, para burlarse de mí, pero deseché esta idea por ser absurda, pues ¿cómo iba a pensar en que tres personas, encima dos mujeres entre ellas, se encontrasen en sitio semejante para gastar bromas?.
A la terminación del hombre del saco, según acababa de autoproclamarse, habló una de las mujeres, diciendo, también en tono que no daba lugar a dudas: pues yo no tengo mejor suerte que tú, ya que de la Magdalena de los pozos no se acuerda ya nadie y menos por los pocos y estrechos que son, aunque sean muy hondos. En esta clase de agujeros, las Magdalenas seríamos como tenias, imposible de ser rollizas como antes, aunque yo no me puedo quejar en particular por la figura, pues sigo en un pozo de los convencionales, pero es el único que queda en el pueblo. Además, ya no se asoma ningún niño a ver qué hay allá abajo, aunque agua bien poca y no creo que tarden en cegarle, para más inri. Tendré que irme al mar y ya me contaréis qué hace una Magdalena en un espacio tan grande, lleno de peces de todas clases.
Terminada su perorata, dio paso a que se explicase la otra mujer, que no era otra que la “Pantasma”, según se explicó, asegurando que ya nadie creía en ella y que en las noches la gente seguía saliendo a la calle, pero ya iba todo el mundo en coche o en moto y cómo se iba a aparecer una “Pantasma” a nadie que no iba caminando por la calle como antes, despacio y con miedo de encontrase con ella. Además, ya las calles estaban muy bien iluminadas y la obscuridad de antes no se veía ya, precisamente por eso.
Parecerá mentira, pero me dio una pena tremenda de los tres personajes al escuchar sus desdichas, aunque bien poco podía yo hacer por solucionarles su problema.
Sin darme cuenta, me pareció haber pasado de un mundo a otro, pues no hacía mucho rato me hubiese reído de pensar que estos tres personajes hubieran existido y, sin embargo, ahora estaba convencido que ni era un sueño ni era una enajenación lo que estaba viviendo
Pensé en presentarme a ellos, pero decidí hacerlo de una manera que no fuera violenta y así me alejé un poco y comencé a silbar y toser, al tiempo que me acercaba al lugar donde estaban. No les dio tiempo a alejarse y así pude darles las buenas noches, tratando de entablar conversación con ellos, para lo cual les ofrecí un cigarrillo, pero fue rechazado, alegando que ninguno de los tres fumaba.
Si tengo que decir la verdad, diré entonces que no me recibieron batiendo palmas precisamente, antes al contrario, les observé que no les agradó que me presentase tan de repente, sin darles tiempo a escapar de ser observados con sus atuendos habituales.
El hombre del saco, como ya he dicho antes, llevaba un saco grande, que le daba el nombre, sobre sus hombros, a la manera que lo llevan los que hacen de Papá Noel en las fiestas navideñas, para regocijo de los pequeños, pero su rostro, en lugar de coloradote, mofletudo y afable a la que nos tienen acostumbrados estos imitadores, era lívido, enjuto y mal encarado.
En cuanto a la Magdalena, tenía unos ojos muy grandes, al igual que su melena, que la llegaba hasta la cintura y la “Pantasma” llevaba una especie de antifaz y un capuchón, que la hacía misteriosa en extremo.
Suavicé mis maneras lo más que pude, para que no se asustasen de mí y les pregunté por sus cuitas y si con mi concurso podrían paliarlas.
Volvieron a contarme lo que ya había escuchado, pero no les interrumpí, para que no se sintieran incómodos y a medida que iban desembuchando sus problemas iban serenándose y su voz se hacía cada vez más cálida y creo que hasta me miraban con simpatía y tal vez como su tabla de salvación, pues era tal mi seriedad escuchándoles que tal vez llegaron a pensar que mientras lo hacía iba madurando alguna idea que les sirviera para poner fin a sus calamidades.
El hombre del saco tomó de nuevo la palabra y me hizo saber que en un principio se llamaba en este pueblo el “tío Grillera” y también el “Garrampayo”, pero que después devino en su nombre actual, aunque le gustaba más cualquiera de los dos anteriores, si bien se lo cambiaron porque una gente que vino de Madrid a vivir a El Carpio dijo que eso de Grillera o “Garrampayo”, no quería decir nada y que hombre del saco era más apropiado. Ya sabemos cómo son los de la capital de mandones y sabiondos, aunque eran descendientes de carpeños, pero éstos son peores que los autóctonos y que los foráneos, pues tienen las mismas reacciones que los conversos, así que se quedó con el nombre apuntado.
No era la primera vez que se reunían para ver si se les ocurría alguna idea a cualquiera de ellos para salir del marasmo en el que se encontraban.
Yo no sabía cómo, pero me ofrecí a echarles una mano en lo que pudiese para que siguieran haciendo lo que habían hecho siempre, que era como volverles a la vida.
Quedamos en que iba a estrujarme el magín, a ver qué se me ocurría y en un mes más nos encontraríamos de nuevo en el mismo lugar y a la misma hora.
Iba a darles las buenas noches como despedida, cuando me di cuenta de que ya habían desaparecido, no sin antes hacer un pequeño ruido al rozarse sus sábanas entre sí, al extenderse para salir volando hacia el mundo de los fantasmas.
Yo me regresé a casa, con una preocupación a agregar a las que ya tenía y cuando llegué, con las emociones me dormí enseguida.
Al día siguiente, dudaba si había tenido un sueño o si era cierto lo que había sucedido la noche anterior y cuando estuve bien despierto no dudé de que todo aconteció como he relatado anteriormente.
Ni que decir tiene que no iba a revelar a nadie mi aventura, entre otras cosas porque nadie se la iba a creer. Quizá más adelante, mostrando cosas tangibles sería más digno de crédito, pero tenía que esperar a ver cómo iban desarrollándose los acontecimientos para que no ofreciese ninguna duda mi posterior exposición de los mismos.
Yo indagaba sobre los tres personajes en el pueblo y casi todo el mundo había oído hablar de ellos, pero no eran muchos los que estaban convencidos de que existían realmente. Algunos reconocían que habían crecido con ellos, pues cuando eran niños les habían mentado muchas veces al “tío Grillera” o “Garrampayo”, luego tío del saco, cuando eran revoltosos y no querían dormirse o lloraban sin ton ni son y también les habían amenazado con que la Magdalena les iba a llevar hasta el fondo si se acercaban a mirar aupándose al brocal del pozo. No digamos cuando ya eran un poco más mayores y entre ellos hablaban de una “Pantasma” que andaba por las noches recorriendo el pueblo, a veces con unas cadenas que arrastraba y algunos muchachos decían que era alguien que había cometido un hecho execrable y estaba condenado a purgar su pecado de esa manera.
Sea como quiera, llegué a la conclusión de que algo había de cierto a los ojos de la gente, sin haberlo visto, de lo que deduje que a poco que presentase alguna prueba, aunque no fuese en exceso fehaciente de que existía ese algo, estoy convencido de que los tres personajes en cuestión tomarían carta de naturaleza viviendo entre nosotros.
Lo sorprendente fue cuando me di una vuelta por los pueblos aledaños, hablando de ellos, a ver si allí tenían más certeza de su existencia, pero no di con nadie que hubiese oído hablar ni lo más mínimo de tales personajes, ni juntos ni por separado y de eso a llegar al convencimiento de que eran exclusivamente nuestros, no había más que un paso.
Cada día que pasaba me devanaba los sesos tratando de encontrar una solución que hiciese felices a los tres personajes carpeños que se sentían negativamente discriminados, sin poder hacer los trabajos para los que habían sido creados. Por más esfuerzos que hacía, no se me ocurría nada para paliar sus desdichas y así pasaba un día tras otro, hasta que, repentinamente, creí dar con la solución y me quedé más tranquilo, pues ya podía presentarles un plan aceptable, así lo pensaba yo.
Al mes exacto de nuestra primera entrevista y a la hora convenida, me presenté en las tapias del cementerio con la idea que se me había ocurrido, a ver qué tal les parecía y sin más preámbulos, me puse a explicar lo que ya traía bien digerido, entre otras cosas porque era corto y sencillo.
Comencé diciendo que, en principio, había pensado que podían optar por la política, pues hombres del saco hay a montones en esa profesión, aunque cambien el saco por la cartera, “Pantasmas”, o sea, fantasmas, los hay a porrillo y llorones, como la Magdalena, ahí tenemos a los políticos regionales, conocidos por nacionalistas. No desentonarían, pero estaba el problema de la apariencia externa y de la indumentaria, que difería mucho de la usada por los políticos y como es un axioma que todos son iguales, se vería claramente que nuestros tres paisanos no lo eran de ningún modo.
Por todo ello, había decidido que lo que mejor les cuadraba era que se constituyesen en grupo musical, que lo podían hacer con extremada facilidad, sobre todo si era de los de música más heavy , pues lo que se dice de música, música, no saben nada y en cuanto a la apariencia los hay que la tienen más distante de lo considerado como normal que la que tienen el “hombre del saco”, la Magdalena y la “Pantasma”.
Mis tres acompañantes, protestaron al principio, alegando que ellos ni sabían nada de música, ni tenían instrumentos para ejecutarla, ni sabían cantar, pero desistieron de llevarme la contraria ante la defensa tan tenaz y por otra parte acertada de mis argumentos, expuestos más arriba, quedando, únicamente, pendiente el asunto de los instrumentos musicales, pero quedó solventado finalmente cuando les ofrecía conseguírselos y ya me los pagarían con el producto de su trabajo.
Como les quedaba todavía una duda sobre si actuarían acertadamente, les demostré con hechos que no había lugar para el miedo (¡precisamente a ellos les iba a dar miedo!) y como venía preparado para la ocasión, porque me imaginaba que algo parecido se iba a suscitar, saqué de un macuto un aparato reproductor de DVD portátil, puse un disco y se lo enseñé acto seguido, pudiendo comprobar que sus frentes se tornaban lisas, desapareciendo de ellas su fruncimiento. En el tal disco, aparecía un trío de lo más estrafalario en su vestimenta, hasta el extremo de que a mis tres interlocutores les dio pena contemplarlo y en cuanto a las canciones que interpretaban más parecían berridos que palabras coherentes y los sonidos que arrancaban a sus instrumentos era una sarta de ruidos monocordes, sin ton ni son, acompañados por grandes gritos y saltos en el escenario. Lo que más les gustó a mis acompañantes fueron los aplausos conseguidos por la exhibición.
Así las cosas y ya vencida su última duda, quedamos en vernos a la semana siguiente, en la que les haría entrega de los instrumentos.
Sigilosamente, me fui a Talavera y les conseguí un guitarra, una batería completa y un piano de segunda mano. lo cual cargué y me lo llevé hasta casa y cuando llegué ni lo desembalé, para llevarlo la noche acordada tal como venía.
Como me quedaban todavía algunos días para la cita, indagué acerca de algún representante de grupos musicales y hallé uno en Madrid que me ofreció un concurso en
la cárcel de Carabanchel, en Madrid, para dos semanas después. Era un concierto, me dijo, que no quería dar ningún grupo por el lugar donde se daba y por el que Instituciones Penitenciarias pagaba un buen dinero. Además, me aseguró, si mis representados eran del gusto de los reclusos, lo más probable era que los contratasen para dar conciertos en todas las cárceles españolas, tanto en las de hombres como en las de mujeres. Como hay tantas, el trabajo estaba asegurado y quién sabe si entremedias podría conseguir otros conciertos en lugares de muchas campanillas, pues el éxito estaba prácticamente asegurado, dado que se supone que tocarían rematadamente mal y si a esto se agrega una indumentaria y aspecto tan peripatético como el que lucían mis amigos (ya los consideraba así, al darme cuenta de lo mucho que me iba a servir de ellos), miel sobre hojuelas.
Firmamos el correspondiente contrato y me regresé al pueblo más alegre que unas castañuelas, pues se veía a las claras que estaba a punto de conseguir un muy buen negocio, ya que lo único que querían mis amigos accidentales era salir del tedio en que estaban condenados por falta de trabajo, mientras el dinero ganado con los conciertos me lo quedaría yo, que ellos no lo necesitaban. Los sueños, como prácticamente todo, se agranda con la conveniencia y así empecé a fabricarme una realidad soñada, en la que mi grupo alcanzaba las cotas más altas de popularidad y el número de discos de platino que conseguirían sería inconmensurable, como nadie había obtenido hasta la fecha, ni siquiera juntando a los Beatles, Frank Sinatra, Steen y Manolo Escobar juntos.
Como nombre, había pensado en que fuese “LA PANTASMA”, pues el “tío Grillera” u “hombre del saco” y la Magdalena no me parecía que tuviesen tirón y ya se sabe que el contar con un nombre que calase entre la gente era elemental para poner los primeros escalones en la escalera que conduce al éxito. Además, era un nombre autóctono muy sonoro y esotérico y estaba seguro que la gente se preguntaría de dónde vendría ese nombre tan curioso, que recordaba a fantasma y que además ponía el artículo en femenino, cosa que aumentaría el misterio.
El día señalado, me fui en el coche al cementerio y allí me encontré a los tres componentes del grupo LA PATASMA, que ya me estaban esperando con impaciencia, pues se les veía a la legua que estaban muy ilusionados. Les dejé los instrumentos y les pedí ensayasen un poco, a ver qué efecto me causaba su actuación. Como niños con zapatos nuevos, se pusieron a berrear y hacer cabriolas, acompañándose con los sonidos que proferían los recién estrenados instrumentos y todo me pareció fenomenal y más a ellos, que seguían actuando como si fuese para un concurso de “operación triunfo”, por las caras de complacencia que ponían.
Me costó convencerles que debían dar por terminado el ensayo, que había sido altamente positivo y que, además, qué pensaría la gente si por casualidad le diera a alguien por pasar cerca del cementerio y oír esos ruidos estridentes en el mismo y no digamos si se acercase a ver lo que estaba sucediendo, que quizá hubiese terminado con el invento.
Ante argumento tan contundente, pararon no sin cierto rictus de pesadumbre en sus rostros y quedamos en que pasaría a recogerles la noche anterior al concierto en Carabanchel y ya veríamos cómo hacíamos en lo sucesivo.
Llegado el día, les recogí, nos fuimos a Madrid, en donde pasamos la noche y al día siguiente, a la hora convenida, nos llegamos hasta la cárcel de Carabanchel y allí nos presentaron a un nutrido grupo de presos, que aclamaron al grupo incluso antes de su actuación.
Para hacer la tarde más amena, actuó en primer lugar un cantante de boleros de voz muy melodiosa y bien timbrada, con un traje gris marengo y corbata a tono, bien pulcro y repeinado, que cantó como los propios ángeles, pero que fue despedido con silbidos incomprensiblemente.
Después llegó la esperada actuación de LA PANTASMA, que no defraudó lo más mínimo, antes al contrario, pues cada canción era despedida con más aplausos que la anterior y la de despedida con paroxismo inusitado en el lugar, al decir de los celadores que también asistieron al acto.
Costó lo que no está en los escritos salir de allí, pues la insistencia en que repitiesen canciones no tenía fin y algo tuvieron que repetir, ante el éxito alcanzado. Yo creo que nos costó más salir a nosotros que a cualquiera de los presos si lo hubiese intentado.
Después tuvimos otro concierto en Alcalá Meco, con igual aceptación y hasta a Mario Conde se le hacían chiribitas los ojos y lo pasó tan en grande como cuando campaba a sus anchas por el panorama financiero del país.
Todo iba sobre ruedas, el éxito musical era enorme y la felicidad que reflejaban en sus rostros mis representados no tenía parigual.
No sólo dieron conciertos en las muchas cárceles que hay en el país, sino que también los contrataban en fiestas y saraos puntuales, como en el cumpleaños o aniversario de cualquier clase de algún influyente político o financiero, hasta el extremo de que era extenuante el ritmo al que vivían y como su fama iba en aumento, todos los personajes pudientes querían disponer de su concurso para apabullar a sus contrincantes.
Pero el éxito, cuando es mucho, demasiado, como en este caso, produce enajenación y vuelve tarumba a quien lo disfruta y así los componentes de LA PANTASMA comenzaron a desvariar y creerse lo que no eran, chicos de este mundo, que podrían hacer lo que les viniese en gana, como hacen todos los que, como ellos, alcanzan el éxito en una actividad.
Era tal la cantidad de parabienes que recibían en sus actuaciones que no pudieron digerirlos y finalmente su trato dejó mucho que desear, metiéndose en problemas que nunca sospeché, debido a su naturaleza.
Una noche que estaban actuando en una enorme casona de La Moraleja, propiedad de un personaje de la alta sociedad, se reunió allí lo más granado del “todo Madrid”, terminando por desviar la atención desde la música a la orgía más pura y dura y los del grupo LA PANTASMA, participaron también en tan aborrecible evento, pues no eran de los más comedidos precisamente. Como el dueño de la casa coqueteaba abiertamente con una hija de uno de los invitados, sobrepasándose ya sin contemplaciones, su esposa no quiso ser menos y en un descanso de la fiesta se arrimó al “Tío grillera” con la pretensión de echarle el guante para sus deseos de venganza. Éste no hizo ningún asco a la invitación de la señora, que lo llevó a un lugar oscuro del jardín y sólo Dios sabe lo que allí pasó, que no sería nada malo, porque la señora se dejó ver después con una cara de felicidad indisimulada.
La Magdalena, por su parte, rebosaba de alegría cada vez que se acercaba a ella un gordinflón banquero, que la tiraba de la cabellera como jugando y también se la llevó a otro rincón del enorme jardín, cerca del seto del mismo. Cuando apareció a la fiesta, lo hacía tartaleando, como midiendo la vereda a lo ancho, entre grandes risotadas, llevando entre sus dedos la larga cabellera de la Magdalena, que iba acompañando a su ocasional galán en sus movimientos, muy a su pesar.
La “Pantasma” no tuvo tanta suerte y nadie le dijo quítame allá esas pajas, por lo que estaba mohína y con cara de pocos amigos.
La fiesta fue un éxito, al decir de los invitados y tuvo su continuación una semana más tarde en casa de otro anfitrión de los de tronío, que quiso superarla y para ello se le ocurrió contratar, además del trío LA PANTASMA, a los TRES TENORES, es decir, Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, que se esforzaron y en atención al dueño de la casa, al que buen dinero sacarían con su actuación, invitaron por su cuenta a Montserrat Caballé y todos pusieron lo mejor de sí mismos para agradar a tan distinguida concurrencia.
No sé si fueron celos, pero cuando la Caballé estaba en medio del aria, “sempre libera”, de La Traviatta, el trío LA PANTASMA comenzó a tocar desaforadamente uno de sus números más ruidosos, interrumpiendo a la soprano, que prorrumpió en un llanto inconsolable, mientras el exquisito público invitado aplaudía con denuedo inusitado a nuestros paisanos. Siguió ya la fiesta por esos derroteros, marchándose cabizbajos los componentes del trío LOS TRES TENORES y Montserrat Caballé, despedidos con algunos aplausos de cortesía.
Parece que la gente estaba deseando se marcharan, pues acto seguido comenzó un escándalo impresionante, con música de LOS PANTASMAS, bebiendo a lo loco y hasta en la piscina cayó más de uno, aunque lo celebraba con risotadas similares a las que soltaban los que no habían tenido aún la mala suerte de imitarles en tan lamentable situación.
Las claras del día se vislumbraban por oriente cuando comenzó la gente a despedirse, no sin antes dedicar sus más encendidos elogios al arte de LOS PANTASMAS, cuyos componentes no paraban de agradecer tanto cumplimiento.
Esto duró todo el verano y no hubo un hombre importante que no sintiera la necesidad de contratar a nuestro trío, para no quedar a la zaga de sus allegados.
Tal fue la fama alcanzada por nuestros protagonistas, que el presidente de los Estados Unidos, George Bush, se puso al habla con su embajador en Madrid, para que tratase de conseguir el concurso de LOS PANTASMAS en una fiesta que preparaba en su rancho de Texas, donde quería agasajar a los presidentes de Gobierno y Jefes de Estado de los principales países del mundo.
Cuando me llamaron de la embajada de los Estados Unidos me llevé una gran sorpresa, pues no sospechaba se tratase de un acontecimiento de tal calibre y respondí en el acto que diera por hecho el deseo de su presidente.
Nos preparamos para el viaje y no se me quitaba de la cabeza la enorme cantidad de dólares que me habían ofrecido por el concierto; casi me vuelvo loco.
Tenía un problema, pero lo resolví pronto, aunque me costó mucho dinero, pues era nada menos que conseguir un pasaporte para poder viajar a los Estados Unidos, pero no voy a decir cómo lo hice, aunque con dinero se puede conseguir casi todo.
Nos presentamos en el aeropuerto con el equipaje indispensable y a la hora prevista despegamos con destino a Miami, donde haríamos conexión en otro vuelo a Houston, estado de Texas, desde donde continuaríamos en el avión privado de George Bush, padre, hasta la finca que posee y en donde se celebraría el macroconcierto.
Poco antes de sobrevolar el Caribe, las turbulencias se hicieron notar con violencia y el avión comenzó a dar tumbos, por más grande que era, un Jumbo 747, pero con todo y eso parecía mecerse en el aire, lo cual nos dio pánico, pues al parecer estábamos atravesando una tormenta de las clásicas en la zona. No había transcurrido media hora del comienzo del bamboleo del avión, cuando una de las puertas de acceso a la aeronave se desprendió haciendo un ruido terrible, seguramente por la violenta entrada del aire de afuera al aparato. Este hecho ocasionó un pánico terrible entre la tripulación y el pasaje, aunque aquélla logró hacerse con la situación, dando órdenes por los altavoces, avisándonos que nos acopláramos las mascarillas que pendían del techo hacia los asientos lo antes posible.
Lo que había sucedido era una despresurización del cuerpo central de la nave, donde estábamos los pasajeros, sin llegar a afectar a la cabina de los pilotos, por estar cerrada su comunicación con la parte del avión destinado a los pasajeros.
Yo me apresuré a cumplir las instrucciones que nos estaban recomendando y cuando miré a la fila de atrás, donde ocupaban su asiento los del trío LOS PANTASMAS, me quedé helado, pues iban perdiendo volumen a un ritmo acelerado y apenas en unos segundos quedaban hechos una piltrafa, hasta que finalmente desaparecieron como por ensalmo, quedando en su lugar su muy generosa indumentaria, flotando como capas de fantasmas.
Enseguida me acordé de su naturaleza, que no era humana y me recorrió un escalofrío por la columna vertebral que hizo que se me helase la sangre en las venas, pues quedaba bien palpable la desaparición de los tres personajes y el culpable, en cierto modo, había sido yo, por no pensar en esta posibilidad.
Mucho se ha hablado de la desaparición de tres personas en un vuelo de Madrid a Miami y hay versiones para todos los gustos. Unos dicen que la CIA se deshizo de ellos, por algún motivo que se desconoce, probablemente por haberlos considerado sicarios de Bin Laden, otros que quien los ordenó eliminar fue, precisamente, Bin Laden, sin especificar el porqué. Hasta los hay que dicen que, para evitar una gran tormenta, el capitán de la aeronave había decidido alterar en algo la ruta prevista, yendo un poco más al norte, atravesando el triángulo de las Bermudas y en lugar de desaparecer el avión completo sólo habían sido absorbidos los 3 pasajeros. Todo ello no son más que especulaciones y la verdadera causa de la desaparición de los tres mentados pasajeros sólo la conozco yo.
Nunca he hablado para nada de la personalidad de los paisanos de LOS PANTASMAS, así que nadie sabe quiénes eran y lo siento por ellos, aunque también lo siento por el pueblo, que se queda sin 3 de los personajes más antiguos y famosos, aunque, la verdad, ya se había quedado prácticamente sin ellos, por no tenerlos en cuenta.

Cristino Vidal Benavente.
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