Cosas del pueblo - asÍ se hacÍa la matanza Era la matanza antaño una cosa harto importante por conseguir el apaño para salir adelante, que los tiempos no eran buenos en lo tocante a comida y ahora quien más y quien menos del hambre aquél no se olvida. Al cerdo se le criaba con mimo durante meses y con buen pienso engordaba para nuestros intereses, pues cuanto más grande fuera más carne nos iba a dar y más chacina se hiciera para poderla guardar. Y todo un año duraba empleándola con tino, pues con todo se mezclaba desde el chorizo al tocino. Antes de matar el guarro, calabaza con cebolla si es que yo en eso no marro se cocía en una olla y la ponían a la puerta para que el agua soltaran y que de manera cierta a propósito quedaran. Se mataba muy temprano y el matarife venía dispuesto a meterle mano con los trastos que traía al desdichado marrano, que en un tiempo no comía ni siquiera un solo grano porque así se le impedía. Le echan el gancho en la jeta y tiran con fuerza de él y la cuadrilla completa tiran todos en tropel. Lo suben a duras penas en una pequeña mesa y con cuerdas cual cadenas de las patas se le apresa. Al cerdo, ya de costado, la cabeza se le inclina y el matarife le ha dado la puñalada asesina. El cerdo gruñe tan fuerte que da miedo el escucharle, pues ve que su mala suerte se empeñó en sacrificarle. Tanta sangre está saliendo, que hasta salpica los pies y que la van recogiendo para emplearla después. Una vez que ha muerto el cerdo se le echaba agua caliente y todo el mundo de acuerdo, rapa el pelo diligente. Y tan limpio le han dejado, que todos sus manos pasan por uno y por otro lado y comentan que se engrasan. Más tarde a una viga le atan con una cuerda muy fuerte y la faena rematan dejando ya al cerdo inerte. El matarife demanda que le traigan una cesta y la mano se le agranda y dice : “que sea como ésta, para los sesos coger, que en cualquier parte no caben que el cerdo suele tener sesos grandes, como saben”. Esta broma es repetida casi siempre en la matanza ya que siempre se le olvida a todos, pese a su usanza. Le rajan de arriba abajo y luego emplean su maña clavándole cual rancajo entre patas una caña. Y cuando pasa la noche y el cerdo se encuentra oreado, el matador pone el broche y lo deja ya estrazado. Los cachos se clasifican pues no conviene mezclarlos y después sólo se pican a los que luego hay que echarlos, para morcillas hacer con cebolla y calabazas que muy ricas de comer serán, según son sus trazas. Otra al chorizo le viene tan bien como anillo al dedo y es la que más magro tiene y luego sabrá de miedo. La carne y sus comistrajos se mezclaban con gran arte, orégano, pimentón, ajos y otros que hacen buen encarte. Consiguen dar un sabor, que nunca vas a encontrarte que ninguno esté mejor por ahí por ninguna parte. También lomo y las costillas, asaduras y hasta el rabo, sumando las paletillas y ni siquiera aquí acabo, que jamones y careta hay que agregar todavía y con esto se completa lo que el guarro disponía. Un trocito de asadura llevan al veterinario y también de carne dura, pues resulta muy palmario que lo debe examinar, para saber si está sano y así poder destinar su carne al consumo humano. Mas cuando llega el informe de cómo estaba ese guarro, ya habían comido un enorme y apetitoso somarro. Merodeaban los muchachos por allí dando la lata tratando de coger cachos de carne para la gata, que la tienen por amiga y sobre todo agarrar de aquel guarro la vejiga para luego encenizar que cuando ya se secaba después de mucho golpearla, con la boca se la inflaba y se iban para jugarla y si luego se rompía no importaba a los muchachos, pues después se emplearía de zambomba, ya hecha cachos. Por siempre ha sido la estrella de todo el largo proceso la mondonguera y es ella la que siempre llevó el peso de cómo se hacían las cosas, pues dependía de su gusto que salieran bien sabrosas y con el proceso justo, pues si en algo no atinaba la matanza se iba a pique y todo se estropeaba sin que nadie se lo explique. Cuando su dedo metía para degustar la masa ya sabía que gustaría a los dueños de la casa. Son las morcillas de humero esas de sabor sin par, las que se hacían lo primero y en la chimenea colgar. Y después las otras vienen que me atrevería a jurar que del sabor que ellas tienen nunca he podido olvidar. No digamos del chorizo, que nunca jamás probé otro igual al que se hizo, porque nunca lo encontré. Las tres cosas se embuchaban en máquina muy curiosa, se casaban y colgaban en las cañas y a otra cosa. Esa máquina en cuestión era un instrumento rudo que se daba un apretón y salía por un embudo y a la tripa iba a parar, que las mujeres ataban y luego tras de apretar con alfileres pinchaban. La máquina de embutir la manejaba un muchacho que lograba resistir y así se creía muy macho, pues más que nada el chorizo sacarlo por el embudo, al muchacho primerizo se le hacía bastante crudo. “A bailarlas”, se decía, las dos clases de morcillas, cosa que nunca veía y me quedaba en mantillas. Lomo y costillas hacían un maravilloso adobo y más tarde se comían con incontenible arrobo. Otros huesos se salaban para utilizarlos luego, que con legumbres se usaban porque hacían con ellas juego. De las trébedes me acuerdo de los morillos, caldera, de los gruñidos del cerdo de la artesa y mondonguera. De lo bien que se pasaba a la lumbre con las ascuas y del cacho que se asaba comiendo como en las Pascuas. Aquellos tiempos se fueron y quedarían olvidados si gentes que los vivieron no los dejaran contados. Eso es lo que haciendo estoy para los que no vivieron aquella época y soy de los que matanza hicieron. Y es que mirando muy lejos, se ve allá por lontananza que en aquellos tiempos viejos así se hacía la matanza. Cristino Vidal Benavente. |