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El Carpio de Tajo - Toledo

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España > Toledo > El Carpio de Tajo
24-07-10 19:01 #5785114
Por:kalmaera

VERSOS - CÓMO MATE A DON HERMÓGENES (relato)

Después de pasarme toda la vida pensando el porqué de matar a don Hermógenes, he llegado a la conclusión de que lo hice por mor de mi corta edad en aquel momento y estoy seguro que ahora no lo haría.
Don Hermógenes era mi profesor de gramática cuando estaba estudiando y era un muy buen profesor, lo confieso, pero era un déspota y nos trataba con una severidad desacostumbrada; esto lo pensábamos todos sus alumnos y nos era extremadamente antipático. No nos pasaba una sola falta de ortografía y cuando nos sacaba a leer en la clase, temblábamos de miedo, pues teníamos el deber de leer tal como estaba escrito el texto, con la entonación precisa, haciendo breve pausa en las comas y superior en el punto y seguido y no digamos en el punto y aparte. Lo tenía tan en cuenta, que nos hacía repetir la lectura, hasta que salía perfecta a su parecer.
Si en tres lecturas no salía con la perfección que esperaba, nos vituperaba con una dureza digna de sargento chusquero en la mili y no se quedaba ahí el castigo, pues después de darnos un par de collejas, nos castigaba sin recreo varios días.
Todos los alumnos, sin excepción, estábamos hasta el gorro de este señor, aunque nuestros familiares disentían de nosotros, pero eso nos importaba un pimiento.
Para mi desgracia, yo era uno de los más castigados, supongo que porque leería peor que la mayoría y por mi parte pensaba que la tenía tomada conmigo, sabe Dios por qué; llegué a pensar que algo tendría que ver que este señor era un furibundo del Real Madrid, mientras que yo era también furibundo, pero del equipo contrario (del Atleti, no del Barcelona, que a éste lo tengo sólo como suplente). Luego descarté tal cosa por absurda, aunque quién sabe, pues los hinchas del Real Madrid son como son.
Comoquiera, yo le odiaba cada vez más y en mi cerebro daba vueltas la idea de una venganza terrible y tantas veces pensé en ello, que finalmente encontré la manera de llevarla a cabo.
Era muy purista y al leer lo hacía con una entonación tan perfecta, que parecía ser quien había escrito el texto; no se apartaba un ápice de la vocalización de las letras y las pausas necesarias para entender con exactitud el contenido. Gracias a eso, pude consumar mi venganza, pues maquiné hacer un texto sin ningún signo de puntuación, de modo que tuviese que leer prácticamente sin respirar, hasta que cayese al suelo por quedarse sin aire en los pulmones; esto le enseñaría a ser un poco más comprensivo con nosotros.
Así lo hice y se lo llevé a su mesa, diciéndole que lo había encontrado en un cuaderno antiguo que tenía mi abuelo y que, al parecer, pertenecía a una obra de Cervantes que no llegó a publicarse, pero que mi abuelo aseguraba que era una verdadera joya de la literatura universal y lo que decía mi abuelo, iba a misa, aunque no sé si lo hacía él.
Seguramente pensó que para él sería un grandísimo honor leernos el supuesto escrito de Cervantes y así nos lo hizo saber. Se puso tan contento, que hasta me pasó la mano por la cabeza con una suavidad digna de una madre; eso me conmovió tanto, que estuve a punto de descubrirle mi estratagema, pero me contuve al temer un tremendo castigo. Además, todos estábamos de acuerdo en llevar a cabo la operación “Don Hermógenes”, como habíamos bautizado a la felonía que iba a tener lugar.
Nos mandó guardar silencio, cosa que se podía haber ahorrado, pues estábamos expectantes antes los hechos que sucederían enseguida.
Don Hermógenes se levantó de su sillón, hizo un ademán de que estuviésemos quietos y callados y se aprestó a leer el escrito que le entregué.
Estaba deseando pasar los ojos por esa maravilla de escrito que Cervantes había escrito siglos atrás, presumo que pensando que sería, quizá, de las muy poquitas personas que lo habían hecho antes.
Como ya habíamos previsto, comenzó con su voz engolada a leer y como también era de esperar, fiel a sus principios, lo hizo tal como estaba escrito, esto es, sin pausa alguna, al no tener ningún signo de puntuación.
No le dio tiempo a llegar hasta el final, pues yo había alargado, en previsión, el mentado escrito, pues le faltó el aire necesario para continuar y cayó (y calló) como un muñeco al suelo, ya fiambre.
No quiero continuar relatando lo que sucedió después, para que no se investiguen las causas de la muerte de este hombre tan purista y tan buen profesor, al que Dios seguramente acogió por su extrema bondad (de los dos, la de Dios siempre se dice así y la de Don Hermógenes también, que fuera de lo que dije más arriba, era un señor que no se metía con nadie, que ni hasta español parecía).
Cuando me acuerdo, rezo por su alma un par de Avemarías y va que chuta.

Cristino Vidal Benavente.
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