VERSOS - LA ASTUCIA DEL ANTICUARIO JUDÍO Conocí a un anticuario que cerca de mí vivía, era de raza judía y el rico del vecindario. Era tan listo aquel tío, que como nadie vendía y el cliente que venía a la tienda del judío, pronto en sus redes caía, pues tanto le engatusaba que mercancía compraba y con ella se salía. Era el tipo tan astuto que para mejor vender pergeñaba con placer historias en un minuto. Las “Cuatro Estaciones” tiene, pero nadie las compraba y eso le desesperaba ya que vender le conviene. Una vez alguien entró y viendo aquella belleza cogió en su mano una pieza y atento la contempló. Dijo que la compraría si una fuese nada más, dejándose las demás ya que todas no podía. Al judío no le gustaba que se llevara una sola, pero se tocó la chola y finalmente aceptaba. “Si eran las “Cuatro estaciones” cuando hubo cuatro figuras, ahora son tres hermosuras y “Las tres gracias” las pones”, se dijo muy convencido y al llevarse otro cliente otra, le vino a la mente otro nombre y apellido. Quedando dos nada más las puso “Marta y María” y de ellas una vendía y se dijo “ahora estás también con necesidad. El nombre lo cambiaré y por lógica pondré este otro: Soledad”. De esta manera, su astucia le hizo siempre estar al día, pues a las piezas ponía su nombre con gran argucia. Se puede salir de todo por muy difícil que sea, sobre todo si se emplea el correspondiente modo de hacer saltar la cadena que nos ata con firmeza a una habitual pereza que a veces nos enajena. Así hizo el judío del cuento de una manera oportuna, por lo que vendió una a una, insensible al desaliento, aquellas cuatro beldades, cambiando en cada ocasión el nombre en la exposición y “estaciones”, “soledades”, “gracias”, “martas” y “marías” a las obras se pusieron y por eso se vendieron estas raras mercancías. Como pasó Rubicones, el judío consiguió aquello que pretendió: vender “las cuatro estaciones” aunque no en una vez sola, pues se dio el hombre el gustazo de que iba haciendo el cambiazo sin echar ninguna trola. Cristino Vidal Benavente.
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