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El Carpio de Tajo - Toledo

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España > Toledo > El Carpio de Tajo
23-07-09 13:02 #2774447
Por:mistika

LA SIESTA
LA SIESTA

Bajo el agua caliente de la ducha, mis pezones continuaban erectos; sensibles y aún latían en ellos la codicia, los besos y la intensidad de los mordiscos de Carlos.
En mi pubis el calor era todavía más intenso y voluptuoso. Los abultados labios resentían las horas continuadas de placer, los besos, las lamidas, el mordisqueo enloquecedoramente despacioso y profundo, el roce del hirsuto vello de mi amante sobre y contra su hinchada tersura, las embestidas hondas, la continua delicia de un orgasmo tras otro.
Del mismo modo percibía la delicia del agua deslizarse sobre la dureza de mi clítoris y entre los repliegues todavía abiertos del culo que enjaboné con delicadeza un largo rato, dejándome llevar por la calidez del chorro para limpiar el aceite y la saliva.
Mi cuello, mis hombros, los lóbulos de mis orejas se erizaban en una rara mezcla de ternura y sensibilidad extrema que se incrementaba con el líquido que bajaba desde mi cabello hasta los pies, dejando en su recorrido un espumoso rastro de blancura entre mis muslos y en mis senos.
Me sentía plena y ardiente después de haber hecho el amor, cansada y reanimada, feliz y, principalmente, muy caliente. Me lavé el cabello, me llené de burbujas el sexo libre de rizos, me relajé en la regadera mientras recordaba los instantes de goce con Carlos, que seguía en la cama de nuestra alcoba, seguramente dormitando ante la segunda película erótica que pusimos y cuyas imágenes redoblaron nuestra excitación tanto como los gemidos de las mujeres espléndidas y de los hombres vigorosos y enhiestos que en ellas participaban.
Salí de la ducha con una renovada sensación de frescura, y reanimada me sequé el pelo que inmediatamente comencé a cepillar. Limpié el vaho que empañaba el espejo para contemplar mi cuerpo satisfecho y deseante.
Ahí estaba yo, plácida, con las aureolas endurecidas, con mi sexo dulce y visiblemente inflamado, con algunas marcas en el cuello, en los senos, y en los muslos, resultantes del hambre de los besos y los mordiscos.
Mi cono continuaba humedecido y su calor ascendía por toda mi piel, iluminándola entre las gotas que resbalaban como brillantes
temblorosos que buscaban inundar cada pliegue de mi cuerpo.
Me unté crema y la distribuí por mis piernas, por mis rodillas, entre las nalgas y las ingles, y regresé al cuarto. La película había terminado y Carlos dormía profundamente, boca arriba. Su respiración era profunda y pausada.
Admiré su cuerpo, el rostro sereno, los labios gruesos que escondían una lengua voraz y experta que conocía la forma de llevarme a la lenta cúspide del deseo; su pecho amplio en el que me sabía protegida, sus brazos velludos; su miembro en reposo aunque semi erecto, recubierto aún por mi almíbar y el suyo; sus manos pródigas en caricias que lo mismo podían desesperarme de goce, que volverse de suave terciopelo. La luz filtrada por la cortina y el resplandor de la sábana le conferían un aspecto de profunda belleza y ternura que me excitaba, que paladeaba con mis ojos y me hacía cuidar de hacer cualquier ruido o movimiento que pudiera despertarlo de su necesario descanso.
Me senté frente a la cama para observar su cuerpo, para contemplar esa placidez en la que permanecía sumido y que contrastaba con la vigorosa potencia de unos pocos minutos atrás, cuando me hizo el amor con fuerza y ternura, poniéndome al final en cuatro patas para hundirme la verga muy dentro, aferrándose a mis senos al momento de llenarme con chorros espesos y calientes que se deslizaron entre mis muslos al bañarme. Era hermoso, y el acto de mirarlo, el placer de recorrerlo con el calor de mis ojos, volvió a enardecerme.
Abrí las piernas por instinto, separaré mis labios humedecidos, y comencé a masturbarme con un dedo resbaloso mientras fijaba mi vista en ese miembro estupendamente grueso y largo que palpitaba levemente sobre la mata del vello. Me resistí al impulso de besarlo y de mamar esa verga nacarada y espléndida que había tenido en mi boca, en la tersura de mi cono, en el sorprendente calor de mi culo. La excitación subió a mis mejillas cuando, en lo más hondo de
su sueno, Carlos se acomodó boca abajo al tiempo que su respiración se volvía más pesada.
Sus espaldas eran anchas; sus nalgas, dos montículos de carne bronceada y dura que me fascinaba morder y pellizcar cuando menos lo esperaba, haciéndolo reír a carcajadas. De entre ellas sobresalía el vello rizado cuya abundancia ocultaba el remolino que tanto me gustaba lamer.
Su culo me recordaba el de Amarilis, aunque el vello igualmente profuso de mi amiga era pelirrojo, como un bosque de otoño. Recordé que cuando le conté a Carlos el maravilloso aspecto de Amarilis, después de que ella y yo hicimos el amor por vez primera, me animó a escribir un cuento al que titulé La hoguera, y que cuando lo tuve listo me pidió comerle la verga mientras lo leía en voz alta, con un acento que adquiría gravedad a medida que avanzaba en la lectura, disfrutando de las imágenes de mi cuerpo desnudo junto al de mi amiga, de mi boca hundida en la selva de su sexo cuando en aquella primera oportunidad la chupé de la forma muy distinta a como lo hacía con Carlos, que derramó su leche mi garganta, antes de llegar al punto final.
Tienes que presentármela, me dijo entonces; me encantaría hacerle el amor junto contigo. Habían pasado meses desde aquella petición de mi hombre que dormía boca abajo, dándome el espectáculo de sus nalgas, excitándome sin darse cuenta de mi estado febril.
Mi calentura iba en aumento y mis dedos se sumergían con urgencia en mi calor jugoso, deslizándose suavemente pero con rapidez. Me detuve para sostener mi cono en el pórtico de otro orgasmo, y me acerqué al borde de la cama. Le separé las nalgas y hundí entre mi lengua, y lamí la tersura de su culo. El no despertó y, si acaso lo hizo, fue por un mínimo instante y no se movió. Tembló levemente y se dejó hacer, me permitió lamerlo, sumir la punta de la lengua,
paladear su rugosidad.
Yo no podía más. Mi sexo ardía y palpitaba con más fuerza, necesitaba explotar y volví a mi silla, a mirarlo, a acariciarme. En ese momento llamaron a la puerta e interrumpieron mi delicado trabajo, pero no el sueno de mi amante, que continuaba boca abajo en su abandono.
Salí de la habitación y fui a la puerta. Por el visillo me asomé. Era Amarilis. Le abrí y al entrar me besó largamente al tiempo que se apretaba a mi cuerpo, sujetándose de mis nalgas con firmeza. Le desabotoné el vestido y emergió su cuerpo en plenitud turgente, su vello espeso, sus grandes y rosáceos pezones ataviados con un percing cada uno, y su sonrisa se hizo más amplia en la complicidad de nuestra desnudez.
Me estaba acariciando cuando llegaste, le dije, y lo hacía contemplando a Carlos, que duerme una siesta. Quiero verlo, me dijo al oído, quiero holgar con él, contigo, con los dos; también estoy excitada y traje conmigo mis dos vibradores. La llevé de la mano a la alcoba y la senté en la silla, a mi lado.
Míralo, le dije en voz baja, es maravilloso y me tiene muy caliente verlo así, indefenso, deseable y satisfecho. Cuando se dé la vuelta lo mamaremos entre las dos y te sentarás sobre su boca, en cuclillas, como la última vez que lo hicimos con él. Los ojos de Amarilis brillaron al recordar aquel sesenta y nueve que duró toda una noche y que a las dos nos hizo jadear y gritar de puro placer incontables veces.
Volví a abrir las piernas. Amarilis se hincó frente a mi, retiró mi mano de entre mis muslos y comenzó a comerme el clítoris, a mover la lengua en mi interior mojado. Lo hacía con exquisita avidez, mientras mis manos acariciaban su senos y los míos. Mis ojos se iban cerrando, dejando tras ellos la imagen desnuda de mi pareja, boca abajo, ausente, lejano, cálido, pleno, delicioso, profundo, endurecido, lento.
Puntos:
23-07-09 13:33 #2774782 -> 2774447
Por:Fellini

RE: LA SIESTA
¿Carlos es de Carpio? Lo digo, por lo de la siesta, como está
instituída ya.
Literariamente tienes poco futuro, pero, como tocajones vales.
Puntos:

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