IN MEMORIAM
FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE,
CAUDILLO DE ESPAÑA
f 20 de noviembre de 1975
Al filo de una madrugada otoñal, cuando las estrellas comenzaban
a palidecer lentamente, inundadas por la claridad de la aurora, Francisco
Franco, nuestro invicto Caudillo, perdfa su primera y definitiva
batalla. La mano despiadada de la muerte nos arrebataba al hombre
que había construido una España nueva. Una España en orden y en
sosiego y con un prometedor futuro ante sí. Durante cuatro décadas
empuñó con singular maestría el timón de la nave del Estado español.
Durante cuatro décadas jamás vaciló, jamás perdió el rumbo, jamás
nos ofreció ni la más leve imagen de cansancio. No existe, por consiguiente,
ni un sólo testigo que pueda dar fe de haber observado que
el desánimo, en el curso de esas largas y nunca fáciles décadas del
ejercicio del Poder, prendiese en el corazón del insigne estadista. Era
distinto, único y excepcional en su quehacer político, en su perfil
humano y en su ejemplaridad de ser elegido por la mano de la Providencia.
Era, en verdad —y podemos subrayar la frase con el máximo
grado de dogmatismo que la vanidad nos permite—, un auténtico lujo
de España. Supo en todo momento lo que quería para su Patria y
nunca desaprovechó ocasión alguna para dictar, como un sabio y venerable
maestro, su lección de amor a España y a los españoles.
Cuando la emoción de los momentos presentes dejen de empañar,
por el incontenible fluir de las lágrimas, nuestra pupila y, consecuentemente,
observemos sin ambage alguno la auténtica realidad española
nos daremos cuenta, efectivamente, de la grandiosidad de su obra y,
sobre todo, de lo gigantesca que era su figura. Una figura que ganó
honra y crédito bajo la dramática intemperie de los campos de batalla
y que se mantuvo siempre enhiesta y en permanente guardia en las
vigilias de la paz. Pocos hombres, en el curso de la Historia de España,
pueden eclipsar su magnitud. Y, desde luego, a lo largo de
todo lo que va de nuestro siglo, aun ampliando la perspectiva al ámbito
internacional, no existe estadista alguno que haya estado en posesión
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de virtudes tan acrisoladas como las que, evidentemente, han adornaoo
a Francisco Franco en el amplio periplo de su paso por la tierra.
Cierto es, y está escrito, que la honra de una vida puede ganarse con
un bello morir, como quería el poeta florentino —también esta gracia
le fue concedida a nuestro Caudillo—, pero la cifra de una vocación
intelectual, política o castrense no se esclarece a la luz intermitente
de la ordenación de sus escritos o en el repaso sentimental de sus
itinerarios o en el recuento triunfal de las batallas ganadas. La característica
del genio —ha dejado dicho uno de los hombres que más
entrañablemente admiraron a Francisco Franco (nos estamos refiriendo
al desaparecido profesor Adolfo Muñoz Alonso)— reside en la efectiva
virtualidad: postuma' dé^su pfensáfriientó ejemplarizado; Todo lo que, ¡nvivible
o invisible, hoy, se puede leer o actuar en su autor mañana, el
autor lo dijo, aunque no lo hablará ó' escribiera con expresividad razonada.
La explicación es obvia: en las palabras de un pensador genial,
en la decisión de un político superviviente o en el quehacer de un
conductor de pueblos, late y alienta, velada por la inefabilidad, la visión
aguda y penetrante de lo que sólo superficialmente columbran sus
contertulios o sus camaradas (1). Por eso, pensamos, se inicia ahora
la más apasionante de to.das las. aventuras que los historiadores, limpios
de corazón y provistos de noble pluma, pueden emprender: tratar
de penetrar en la intimidad de la genialidad que avivó la firme, serena
y humana figura del Generalísimo Francisco Franco. . •
Por IQ pronto, permítasenos Ja exposición de esta tesis: nuestro insigne
estadista, como hombre rigurosamente .auténtico, cimentó la solidez
de su personalidad en dos puntos claves: ser dueño y señor de
un sistema filosófico-político esclarecedor de cualesquiera circunstancia
y, por supuesto, reservar una amplia parcela de su insobornable
personalidad, a modo. de recinto sagrado, para sí mismo. El Generalísimo
era poseedor, .quiérase o no, de muy fuertes convicciones personales.
Sabía, entre otras muchas cosas, que no es posible la institucionalización
de un régimen político, social y económico perfecto,
y que, en. modo alguno, resulta factible la realización de todos los
ideales que se fraguan en lo más profundo del corazón. Prefirió siempre,
y a través del contexto. de sus discursos tenemos claros e innegables
testimonios de la rigurosidad- de la filosofía política que profesaba,
actuar con la más delicada prudencia. Nunca prometió lo que,
en verdad, sabía, que no podía entregar. Fue, a su manera, un filósofo
práctico de la política —odiaba con todas sus fuerzas la teoría— que
vivió, siempre de realidades. Su .mirada profundizaba, y no, es exageración,
en la misma entraña de Jas cosas. Por eso, ha escrito uno de sus
biógrafos más objetivos —Brian Crozier (2)—, "con su habilidad y paciencia
contribuyó en gran medida a la victoria de los aliados. Un
triunfo republicano en la guerra ciyil española —o un triunfo naciona-
(1) Muñoz Alonso (Adolfo): Un pensador para.un pueblo, tercera edición, Ediciones
Almena,' Madrid, 1969, pág. 20. ,
(2) Crozier (Brian): Franco: historia y biografía, segunda edición, Novelas y
Cuentos, S. A., Madrid, 1970, volumen II, pág. 312.
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• • • • • IN MEMORUM
lista bajo una dirección menos hábil que la de Franco— habría sido
desastroso para el Occidente. Las democracias, por eso tienen una
profunda deuda de gratitud —aunque sea paradójicamente—-con el autoritario
e inicialménte tascistoide régimen de Franco. Esto da la medida
de su importancia en la historia contemporánea".
El Generalísimo Franco, por otra parte, no ha sido, como la generalidad
de sus biógrafos suelen reseñar con rarísima coincidencia, un
hombre frío, calculador y amante del Poder —así, en efecto, con mayúscula-—.
Muy significativa es al respecto la confianza que en él depositaron
sus compañeros de armas cuando, a los cuarenta y cuatro
•años, lo'designaron ¡efe único, paré un año más tarde refrendar el
acuerdo'con el grado excepcional de Generalísimo (3). Si "ello estaba
' avalado' por' los primeros resultados victoriosos de una guerra todavía
' incierta, no es menos cierto que sé había impuesto una personalidad
poderosa. ¿Había en" el precoz estadista ambiciones de poder? Dejemos
. la respuesta a Claude Martín, autor de una biografía sobre él Caudillo
realmente sugestiva (4): "Es preciso recordar que, hasta la guerra civil,
Franco se mantuvo apartado de la vida política, nó queriendo ser
más que un soldado. Las circunstancias le' habían obligado á apartarse
dé aquella actitud, forzándole a convertirse en un político. ¿Puede el
soldado que vela por lá seguridad exterior de una fortaleza dejar que
ésta se descomponga? El 18 de julio, incluso, Franco sólo pensaba
:>en conducir a la victoria al Ejército de Marruecos bajo la dirección
dé su antiguo jefe, el general Sanjurjo. Y fue la muerte de éste y el
vacío que su ausencia dejó en las filas nacionales los que condujeron
a Franco a ácíeptar unos poderes que él no había deseado hasta entonces".
Así comenzaba una ingente tarea...
Francisco Franco no fue, consecuentemente, un hombre frío, como
con estudiada audacia han querido presentárnoslo sus más empecinados
detractores. Muy por el contrario, y nos atrevernos a.afirmarlo categóricamente,
esa aparenté frialdad —frialdad qué no era otra cosa
que una objetivada serenidad con la que siempre pudo superar las más
críticas situaciones que se le plantearon á lo largo de su existencia—
era, en todo-caso, el frutó directo de saber que el hombre no tiene
otro alimento espiritual a mano más importante y trascendente que su
propia humanidad. Jamás se olvidó, porque lo aprendió desde las primeras
horas de su mocedad, que la vida del hombre no es otra que un
continúo diálogo con el dolor, con el mal y con la inquietud. Por eso,
se esforzó siempre, y en la resignación cristiana con la que afrontó
su última y decisiva batalla con la muerte tenemos el más elocuente
dé "sus testimonios, en procurar mantener firmemente su equilibrio espiritual,
en superar el dolor a través del amor y en alejar las amarguras
del engañó cbn la solidez de la lealtad.
No fue, como se dice con apasionada frivolidad, un hombre her-
(3) Equipo Cinco: Franco, diferente (Diez perfiles históricos), Sedmay Ediciones,
S. A., Madrid, 1975, pág. 112.
(4) Martín (Claude): Franco: soldado y estadista, Fermín Uriarte, editor, Madrid,
1965, págs. 251 y sigs.
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mético. Lo que ocurre, ya anteriormente hemos insinuado algún matiz,
es que, como hombre excepcional, vivió casi en perpetua soledad. Lo
explicaremos: Hay personas que, por mucha que sea la generosidad de
su esfuerzo para presentarse en la vida, retienen en sí y para sí una
zona sagrada, a la que es imposible acceder si no se descalza el visitante
de sus sandalias, y si no se arma de simpatía, de comprensión
y de lo que Gabriel Marcel ha definido como presencia recíproca. Consecuentemente,
aunque pueda parecer paradójico, el hermetismo que
se atribuye a nuestro Caudillo lo provocaba o lo suscitaba quienes
hasta él llegaban sin esgrimir un mfnimo de pudor ético. En efecto,
para comprender en toda su hondura y alcance algunas vidas profundas
derramadas inexorablemente en público testimonio, no basta
reiterar con simpatía los pasos relumbrantes del protagonista, sino que
hay que prestar atención a los antagonistas, por ser éstos quienes pueden
revelar, a sensu contrario, los rasgos que se ocultan a la devoción.
De aquí, lógicamente, que un hombre postumo es lo que sea
en los otros, no precisamente lo que sea con los otros (5). Esta incógnita,
en relación con nuestro Caudillo Francisco Franco, tan sólo
la puede despejar el paso del tiempo.
De todas formas, y no es menester realizar un especial hincapié
en esta cuestión, tres constantes hay que reconocerle a Francisco
Franco, a lo largo de toda su vida: su religiosidad, su firmeza y su
amor a España, y en todas ellas confluye su semblanza humana, que
tan certeramente puede ser negada, pero que tan inevitablemente se
puede también escapar. Cuando, sin duda, en un futuro inmediato el
texto de sus principales discursos sean analizados con rigurosa objetividad
y ánimo sereno se advertirá la causa esencial de donde dimanaba
su asombrosa fortaleza espiritual, su dominio en toda situación
clave y, naturalmente, el profundo afecto que despertó en su pueblo,
al que, en todo momento —y máxime en las horas más dramáticas y
graves—, tuvo incondicionalmente a sus pies desde los postreros días
de la Cruzada hasta el último adiós a sus restos mortales, expuestos en
el Palacio de Oriente, a la amorosa mirada de los españoles y en el
multitudinario adiós definitivo, embarazado de clamorosa emoción, con
el que su pueblo le despidió en la austeridad monacal del Valle de
los Caídos. Todo era natural, ciertamente, él había hecho a ese pueblo.
Si puede decirse que una obsesión ha marcado los designios del
Generalísimo en el orden interno, ha sido la unidad (6). Unidad inseparablemente
ligada a la idea del orden. En "España, una, grande y
libre" ha predominado continuamente el primer concepto. "Unidad de
los hombres y de las tierras" era una de sus expresiones favoritas.
Oposición sistemática a todo cuanto significara separatismo.
Para llevar a cabo el ideal unitario le fue forzoso ir uniendo las
fuerzas dispersas que se cohesionaron en torno a la España nacional.
Fuerzas que la lucha reunía, pero que en tiempos de paz podían dis-
(5) Muñoz Alonso (Adolfo): Obra citada, pág. 21.
(6) Equipo Cinco: Obra citada, pág. 113.
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tanciarse e incluso enfrentarse. Con habilidad excepcional hizo de la
doctrina falangista el núcleo ideológico del nuevo Estado. Para evitar
desviaciones dictó el Decreto de Unificación y no dudó en emplear la
dureza —dureza no límite— con los disidentes. Concibió la alianza indisoluble
de falangistas y- requetés como anticipación de las que mucho
más adelante se denominarían "terceras vías" entre el comunismo
y el capitalismo.
Luego fue recreando, uno a uno, los viejos y tradicionales pilares
de la sociedad española: familia, municipio..., a los que unió la nueva
Organización de los Sindicatos, manteniendo —otra vez— la unidad
por encima de todo, con el concepto de la verticalidad, empresarios
y trabajadores en el mismo plano.
Se apoya, por supuesto, en la Iglesia, a la cual concederá prerrogativas
y ayudas a cambio de la confesionalidad del Estado. La España
que parte de 1939 hacia una larga etapa de paz enlaza con el tradicional
Reino de los Reyes Católicos, pues a pesar de que, indudablemente,
el Estado del 18 de Julio estará sometido a poderes amplios
y muy personales, Franco tiene la suficiente clarividencia para conservar
una puerta abierta a la Monarquía, institución a la que sirvió sin
reservas hasta que entró en crisis.
Pasan los años, los lustros, y mientras los contrarios al Régimen
tratan de hallar una respuesta simplista a la permanencia de Franco,
o bien anuncian sin desmayo próximos derrumbamientos, el Caudillo
desmenuza y analiza las nuevas exigencias económicas y sociales, extrayendo
de las clases dirigentes aquellas que mejor pueden servir al
país en circunstancias determinadas. Sus preferencias, según manda el
país o exige la coyuntura mundial, irán de la Falange a la democracia
cristiana más moderada, a los tecnócratas... Nunca una segunda figura
en la jerarquía del poder podrá imponerse de forma duradera. Únicamente
el almirante Carrero Blanco llegó a aparecer como delfín y depositario
de los designios de Franco a largo plazo, pero su dramática
muerte impidió conocer hasta dónde hubiese llegado su influencia, precisamente
en el momento en que los tecnócratas conocían los primeros
síntomas de franca decadencia.
Su palabra, para asombro de sus propios enemigos, siempre estuvo
dotada de la misma firmeza. Puede decirse que el ejercicio del Poder
apenas sí lesionó algunas de sus fibras. Por eso, efectivamente (7),
sus más fieles amigos, sus más incondicionales, dijeron siempre de él
que no era humano. Se dijo en un sentido exaltador de sus cualidades
sobrehumanas. Sus enemigos también dijeron que no era humano,
pero negándole sus más elementales cualidades, haciendo hincapié, especialmente,
en lo difícil que resulta mostrar de Franco un perfil
compasivo, acaso flexible, o, simplemente, bondadoso. Renunciara o
no a estas cualidades, el hecho veraz es que Franco mostró escasamente
sus "debilidades" humanas.
Efectivamente, cuanto más grave parecía el entorno político, social
(7) Equipo Cinco: Obra citada, pág. 127.
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y económico de España, más erguida, a los ojos de su pueblo —que
es, en definitiva, quien a la larga emite o condiciona el juicio de la
Historia—, parecía su figura. Justamente, desde la segunda mitad de
1974 a los dos tercios de 1975, graves problemas interiores y exteriores
acucian a España y ponen a prueba a sus gobernantes. La palabra
crisis —en todos los órdenes— destaca en grandes titulares en la primera
plana de los periódicos. Terrorismo en acciones que' recordaban
tiempos aparentemente superados; graves dificultades para la negociación
de acuerdos con un país titulado amigo, Estados Unidos; hostilidad
abierta en la Europa occidental; alta tensión en los asuntos con Marruecos;
manifestación multitudinaria en la madrileña Plaza de Oriente
y en otros enclaves céntricos de las principales ciudades' españolas...
Francisco Franco, disminuido tísicamente, con huellas evidentes de
un mal próximo, tuvo el impulso de dirigirse a aquellas masas adictas,
en el mismo escenario de 1946, cuando el bloqueo internacional sumió
a España en el desconcierto, sólo vencido por su orgullo herido. En el
mediodía del 1 de octubre de 1975, ante la multitud que tendía los
brazos en el saludo falangista, entonaba el "Cara al Sol" y enarbolaba
pancartas desafiantes, Franco, con voz entrecortada, pareció revivir un
discurso de veintinueve años antes y agitó sus manos unidas en ademán
victorioso, gesto que muy raramente se le ha visto en otras ocasiones.
Fue el último encuentro del león herido con sus incondicionales
(

.
Siempre, subrayemos una vez más, estuvieron presentes en sus palabras
esas tres constantes que en líneas anteriores destacábamos: su
religiosidad, su firmeza y su amor a España. Sus palabras siempre fueron,
efectivamente, una bellísima variación sinfónica en torno de los
tres temas reseñados. He aquí, cogidas al azar, algunas de sus más
significativas palabras: "Todos los seres racionales tienen en su pensamiento
dos huecos: el religioso y el político. La predisposición a
creer en Dios y el juicio que les merece la sociedad en que se desenvuelven.
Cuando estos huecos se llenan con la verdad, entonces los
pueblos alcanzan su bienestar y su grandeza; pero cuando por incuria
o ignorancia no se llenan con la verdad, entonces vendrán otros y los
llenarán con mentiras" (9). Estas palabras que, en los primeros días de
la primavera de 1942 el Caudillo pronunció en Medina del Campo, entrañan
una ilación perfecta con estas otras que, proclamadas en la Inaugución
de la Ciudad Universitaria, el día 12 de octubre de 1943, cruzaron
los ámbitos de una España que renacía de sus propias cenizas y
que ciegamente creía en su prometedor futuro: "Funesto y suicida es
—subrayó en la citada ocasión nuestro Caudillo Francisco Franco (10) —
levantar el nivel de la vida si ésta no se hace cristiana y digna, si no
se le imprime una huella de reforma interior. Es ley de la historia el
predominio y supremacía del espíritu. Los pueblos no son mejores por
(

Equipo Cinco: Obra citada, pág. 186.
(9) Franco ha dicho..., Editorial Carlos-Jaime, Madrid, 1947, pág. 130.
(10) Franco ha dicho..., pág. 132.
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un progreso material ni éste se engendra por puro azar o. fatalismo. El
progreso requiere sólidas virtudes colectivas cuya determinante radica
en la conciencia individual. Un espíritu nacional no se impone como por
arte mágica ni se crea sin una elaboración complicada y difícil que
nace en lo intimo de las almas y se cultiva en los corazones de la niñez
y de la juventd."
En el Mensaje de fin de año a todos los. españoles ante 1969, el Generalísimo
Franco insistía, una vez más, en la tesis de la unidad nacional.
Sus palabras, en cierto modo, han sido casi siempre las mismas
y es que, acaso, era uno de los pocos españoles que mantenía una guardia-
continua observando el multiforme movimiento de nuestros enemigos:
"Todos los problemas políticos, económicos, sociales, educacionales,
juveniles, morales y locales pueden resolverse si guardamos la
cabeza serena y sabemos separar lo posible de lo imposible, lo realizable
de lo irrealizable. Mantengamos todos una actitud abierta, comprensiva
y generosa y podremos comprobar que muchos de los titulados
problemas no son más que impaciencias innecesarias o inmovilismos
inaceptables, obstinaciones y cegueras de personas ó de grupos más
que conflictos leales. Es incalculable la potencialidad de un pueblo
cuando está unido, cuando trabaja en paz y cuando persigue sus objetivos
de elevación con tenacidad, avanzando cuando es posible y sabiendo
aprovechar las ocasiones oportunas cuando es aconsejable. Ese
es nuestro caminó, que no ofrece ninguna estrategia complicada. Se
trata, sencillamente, de saber, avanzar y conservar lo conquistado sin
comprometernos en dudosas aventuras..." (11). •
Las cámaras de Televisión Española llevaron hasta lo más recóndito
de los hogares españoles, la noche del 30 de diciembre de .1970, junto
con su presencia física, estas jubilosas palabras de nuestro Caudillo:
"Hoy, nuestra Patria puede contemplar más segura que nunca su mañana,
convencida de que nuestra institucionalización nada puede entenebrecer
el momento en que, por designio de Dios, se clausure definitivamente
el periodo vitalicio de mi capitanía. La acción de los más altos
organismos del Estado, CONSEJO DEL REINO, CORTES ESPAÑOLAS y
CONSEJO NACIONAL DEL MOVIMIENTO, poniendo en juego los dispositivos
de la LEY ORGÁNICA, aseguran con ejemplar autenticidad legal
la fórmula de sucesión. España tiene una larga trayectoria política que
debe hacer a todos los españoles mirar al porvenir sin temores ni sobresaltos,
por la eficacia de las instituciones" (12). Al meditar detenidamente
sobre el contexto doctrinal de estas palabras nos invade la sensación
de que, en rigor, en un momento, toda la intimidad del Generalísimo
Franco se ha puesto a nuestra disposición. Ya no parece oportuno hablar
de hermetismo en su figura, su rostro no nos parece tan impenetrable,
ni su mirada tan severa... Su futuros biógrafos, que no han de faltar,
deberán de comenzar su labor tratando de reconstruir sü "figura — la
(11) Discursos y mensajes del Jefe del Estado (1968-1970), Publicaciones
Españolas (Dirección General de Cultura Popular), recopilación de Agustín dei
Río Cisneros, Madrid, 1970, pág. 56. .
(12) Discursos y mensajes del Jefe del Estado (1968-1970), pág. 174.-
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auténtica—, a través de las propias palabras del personaje, de sus sacrificios,
de las ingratitudes y amarguras padecidas por quien, efectivamente,
pensó -r-con senequista valentía— que a su muerte "todo quedaba
atado y bien atado". Y, justamente, se nos ha ido sabiendo que
unas manos jóvenes, firmes y leales —las de nuestro Rey Don Juan
Carlos I— continuarán la obra emprendida hace cuarenta años.
Es importante el resaltar, y sobre todo en estos momentos, que Francisco
Franco, Caudillo de España, no fue para nadie indiferente. Cuanto
más profundo ha sido el encono de sus enemigos hacia su figura y su
obra, más grande, consecuentemente, ha sido su gloria. "Vivió —ha dicho
don Manuel Aznar (13)— aceptado y asistido por la mayoría de la
comunidad nacional; libre de complots dignos de tal nombre y de atentados;
rodeado por la adhesión de las muchedumbres pese a no aparecer
revestido de carismas especiales, de dones oratorios y de simpáticas
efusividades, o de ciertas campechanías humanas que en este país
suelen facilitar el acceso al PODER político y la permanencia en las
cumbres de ese PODER."
Fue, pues, principio y final de una etapa —de toda una época trascendental
de la Historia de España— que, naturalmente, no puede ni
debe olvidarse por los políticos que, por ley de vida, llevan ahora en
sus manos el testigo del relevo. ¡Qué bien lo ha sabido explicar Carvajal
en las páginas de ABC hace tan sólo unos días... "El futuro, las palabras
nuevas, las nuevas esperanzas, las nuevas exigencias y las nuevas conquistas
por voluntad del pueblo no pueden ser otra cosa que un paso
más de la larga marcha de cambio, de progreso, de transformación y
de perfeccionamiento constante, que ha llevado a la vida española desde
la paz de 1939 a la paz, tan distinta, de 1975" (14).
Ciertamente, en el ánimo de todos está —ya nos lo recuerda en un
bellísimo librito postumo el Embajador Aznar sobre la figura del Generalísimo
(15)— que ahora se abre una perspectiva que no es posible contemplar
sin emoción. España inicia un tiempo nuevo; una experiencia
esencial para su destino. ¡Monarquía popular! ¡Universidad moderna! ¡Una
Iglesia reformadora, sin el clericalismo histórico, según se nos asegura!
¡El Mercado Común Europeo como meta de supuestas prosperidades
duraderas!
Nos aguarda un mundo de misteriosos llamamientos, de esperanzas
y también de inquietudes. Va a ponerse a prueba el pronóstico de
Francisco Franco. El pueblo confia en que, electivamente, todo quedó
atado, "y bien atado".
Pero aún, claro está, cuando las banderas ondean a media asta,
(13) Aznar (Manuel): Franco, Editorial Prensa Española, S. A., Madrid, 1975,
página 12.
(14) Carvajal (Javier): "Si las banderas hubieran sido otras", en ABC, 20
de diciembre de 1975, pág. 4.
(15) Aznar (Manuel): Obra citada, pág. 186.
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lloramos el acontecimiento de una fecha, doblemente histórica en las
conmemoraciones nacionales desde ahora en adelante (José Antonio
y Francisco Franco bajo la serenidad y brillantez de los luceros), y
emocionada y silenciosamente damos en pensar cómo, al filo de una
madrugada otoñal, cuando las estrellas comenzaban a palidecer lentamente,
inundadas por la claridad de las primeras luces del alba, Francisco
Franco, nuestro invicto Caudillo, perdía su primera batalla en
leroz y ejemplar lucha con la Muerte...
:
JOSÉ MARÍA NIN DE CARDONA
Secretario de la Sección de Política Cultural
Instituto de Estudios Políticos
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