Política y sociedad Decía recientemente José Saramago que estamos inmersos en la “Era de la Mentira”, usada principalmente como instrumento por cualquier tipo de poder, especialmente el político y económico. Hay otros poderes pero suelen servir de correa de transmisión a los anteriores. En los momentos que vivimos, la mentira camina bien con el poder, con la autoridad. Todos sabemos que la mentira es consustancial al hombre y está enraizada en su lenguaje y en la argumentación de sus pensamientos. La mentira no es un error, es la voluntad clara de engañar, de no decir la verdad, evidentemente para sacar alguna ventaja personal o colectiva. Si miramos a nuestro alrededor, tanto a nivel nacional como internacional, vemos que la mentira impregna una parte importante de la acción política. Como decía Maquiavelo, la política es un espacio para los embaucadores, donde “el Príncipe vence por fuerza o por fraude”. Algunas decisiones o estrategias políticas nacen con el signo claro de la mentira, en otras se comprueba que allí anidaba al cabo de un tiempo. En muchos casos, los mentirosos pagan sus mentiras con la pérdida o debilidad de su poder, algunos pueden llegar hasta la cárcel, otros, al contrario, siguen inmunes y, en este acontecer, parte de los ciudadanos acaban cayendo en la antigua práctica usada por Goebbels, ministro de propaganda de Adolf Hitler, conocido por sus dotes retóricas y su capacidad persuasiva: "Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad". A algunos políticos se les castiga por mentir pero las consecuencias de sus mentiras siempre las sufren los ciudadanos, ya sea a nivel mundial como a nivel del país. El grado de tolerancia con respecto a la mentira política debía ser un indicador barométrico de la calidad de la democracia, que para que funcione correctamente necesita que sus decisiones sean informadas correctamente a los ciudadanos. Aquí empieza uno de los problemas ya que esta información procede, en muchos casos, de los distintos partidos políticos, vía sus medios afines, que anteponen el mantenimiento o conquista del poder a costa de engañar al ciudadano, buscando más el voto que la transmisión veraz de la información. Un ejemplo reciente lo tenemos en la última marcha de la AVT en Madrid, al igual que ha sucedido en las anteriores. Tanto la Delegación del Gobierno en Madrid, algunos diarios nacionales e incluso Google, usando fotos y cálculos de planimetría, han demostrado que las cifras de asistentes a la concentración no pasan nunca de las 140.000 personas mientras que el Gobierno de la Comunidad de Madrid, sin aportar bases, planos y justificaciones se queda tan oreada diciendo que han sido 1.300.000 asistentes. La mentira no siempre es total, como en el caso anterior, a veces se viste de matices que la hacen más velada: se cambias las cifras, se comparan contextos diferentes que invalidan las conclusiones, se hace una interpretación estadística parcial y extrapolada y lo más importante, se envuelve en grandes declaraciones ya sea de patriotismo, de identidad, de creencias y de catastrofismo. Parecería que en una sociedad plural como la existente, con múltiples medios y canales de comunicación, debería facilitar la información veraz al ciudadano pero parece demostrado que la multiplicación de los medios, con su ruido, ha incrementado la incomunicación. Por otro lado se sabe que el noventa por ciento de los contenidos de un medio, incluida la política internacional, se dedica al espectáculo; el nueve por ciento sería para la información pura y el uno por ciento para el análisis. Como es evidente, a ese uno por ciento no llega casi nadie. Para usar la mentira como arma política se necesitan colaboradores y los medios de comunicación suelen ser, en muchos casos, sus aliados. Por ejemplo, muchos analistas piensan que en la gran mentira que originó la guerra de Irak, el gobierno de Bush no engañó a los órganos de prensa; más bien funcionaron como cómplices conscientes para engañar deliberadamente al pueblo estadounidense. La propaganda del gobierno no fue nada sofisticada. Gran parte de los argumentos del gobierno fueron refutados por los hechos o entraron en contradicción con la lógica más elemental. Aún cuando se probó que la acusación hecha por el gobierno de que Irak había tratado de obtener material nuclear se basaba en documentos burdamente falsificados, la prensa optó por no convertir este descubrimiento tan devastador en tema principal. ¿Qué podemos hacer? Soy bastante pesimista que podamos hacer algo, salvo a toro pasado, más como desahogo y ello no nos puede servir de consuelo porque las acciones tomadas bajo la mentira dejan, en muchos casos, secuelas importantes que jamás se pueden restaurar.
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