NORTE. John era un forzudo mozo de reparto que llevaba quince años en la empresa. Parecia que se tomaba el despido a la ligera, porque le dijo a Jim que aquello no le preocupaba. -Me importa un carajo. ¿Y por qué habia de importarme? Vale mas que cobre el subsidio y me divierta mirando videos, ¿no le parece? No; no quiero otro trabajo. Tampoco iba a durarme. Hoy lo único que quieren las empresas es echar a la gente, ¿no? Así es como esperan prosperar. Los patronos imaginan que pueden hacer que las empresas marchen solas. De ahí viene la crisis, ¿no? ¿A usted le parece que esto es logico? -No espere de mi una discusión-- dijo Jim. -No es que yo entienda mucho de estas cosas, no he estudiado economía, pero haber si puede usted decirme como va a prosperar la industria si todos nos quedamos sin trabajo. ¿Quien comprará los productos? -En eso tienes razón,John, tienes razón. -Da gusto que te comprendan,muchas gracias- dijo John tendiendo la mano-. A lo mejor un día nos vemos en el bar o por ahí. No les guardo rencor. John salió del despacho de Jim de buen humor, volvió al almacén a recoger sus cosas y empezo a destrozar ordenadores. Cuando sus compañeros consiguieron reducirlo, había destruido maquinas por valor de cuarenta mil libras. Stephen Vizinczey. El hombre del toque mágico. |