Siempre me ha llamado la atención la forma de actuar de un boxeador grogui. Después de recibir una avalancha de golpes por todos lados, entra en un estado de aturdimiento que misteriosamente no le impide mantenerse en pie y continuar boxeando. Se sigue creyendo un campeón, pero ya no sabe ni dónde está. Incluso llega a lanzar golpes a diestro y siniestro, tratando de cazar al adversario, pero su esfuerzo es inútil. Su respuesta es poco clara, no tiene ya potencia ni precisión, aunque lo sigue intentando una y otra vez sin éxito.
Lo peor de estar grogui es que como no eres consciente de tu estado, y ya no sientes los puñetazos, por muy duros que sean, no te planteas la retirada, quieres pelear hasta el último asalto. Si el árbitro no detiene el combate o desde su esquina no tiran la toalla, la situación se vuelve muy peligrosa para el obstinado púgil grogui.
Desde hace varios años es complicado ver por la televisión a un boxeador en ese lamentable estado, porque este deporte cada vez tiene menos presencia en la pequeña pantalla, pero en todos los telediarios de la última semana hemos tenido la oportunidad de recordar viejos tiempos. Sí, si se fijan en su forma de actuar, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, es lo más parecido a un boxeador grogui. Después de la que le están dando, él sigue a lo suyo, tambaleante pero sin enterarse de nada, mientras la credibilidad del país está por los suelos y los mercados se hunden. Como no se detenga este combate, el K.O. está a la vuelta de la esquina.
