Camarenilla - Toledo

Hola amigos del foro:
A todo esto que venimos hablando de los galgos y la gente noble que vive en los pueblos, se me viene a la memoria una anécdota que bien podría ser la escena de cualquiera de las películas de los hermanos Farrelly.
Os juro que no fui yo, porque ahora es cuando os cuento que el amigo de un amigo contó lo siguiente un día mientras tomábamos café en el bar en el que trabaja mi amigo. Estos son muy aficionados a la caza con galgos y los dos tienen en el corral un apartado en el que crian los famosos perros, hasta el punto de que mi amigo en cuestión les tiene puesto un radiador en la caseta.
Bueno, el caso es que llegó este otro chaval y se sentó a mi lado y en el rato que yo me tomé el café, él ya se había arreado tres o cuatro Ruaviejas.
mi amigo preguntó al otro chaval por los perros. Le dijo que en las dos últimas salidas no le había visto y que le extrañaba mucho, a lo que el otro respondió que no había podido y que estaba muy liado y otra serie de cosas que sonaban a escusa, mientras miraba deshacerse los hielos en el vaso de orujo. Al quinto Ruavieja no pudo aguantar más y no tuvo más remedio que sincerarse con su amigo.
Resulta que este tío llevaba un tiempo que no sabía que hacer con los galgos. Eran muy nerviosos y le habían cogido la medida a la tapia del corral. Se subían al tejado de la caseta y se colaban al corral del vecino para comerse la comida de los otros perros y luego se volvían a saltar de nuevo a su corral. De esta manera, el vecino ya le había echado la bronca varias veces, pero como le parecía tan difícil que los perros hicieran eso, no terminaba de creérselo. Contó que se quedó un día observándolos para comprobar que en efecto, los perros hacían su viaje de ida y vuelta cada vez que les venía en gana.
El enfado fue monumental, después de jurar y perjurar al vecino que no podía ser y que era imposible, le sentó tan mal que decidió atarlos y compró unas cuerdas en la ferretería. Ató a los perros y como le daba pena que estuvieran tan limitados les dejó algo de cuerda para que pudieran menearse. Algo de cuerda... una longitud aleatoria que no calculó, pero que tuvo la mala suerte de que era la cantidad justa como para que los perros al saltar de nuevo la tapia, quedaran ahorcados por el lado del vecino... ¡y estamos hablando de cinco perros!. Y encima el vecino pensó que lo había hecho a drede para demostrarle que ya había tomado cartas en el asunto.
Ahorcadiiitos-decía-allí estaban los pobres, ahorcadiiitos.

Jod...er con tu amigo; me le imagino haciendo puenting:

Salta de un puente que tiene 50 mts. de altura...., el celebrito de tu amigo se ata una cuerda de 60 mts....

¡Pa´vernos matao!