Arcicóllar - Toledo

Todos los días en la celebración eucarística, el sacerdote, tras mostrarnos solemnemente el Cuerpo de Cristo en el pan consagrado, nos dice que nos acerquemos a comerlo y no SÓLO a verlo y adorarlo: ¡Dichosos los invitados a la cena del Señor!. COMO si nos dijera: acercaros, venid a COMER, que PARA eso principalmente se instituyó este sacramento: Tomad y comed...



La frase está tomada literalmente del evangelio de San Lucas. Jesús está en un banquete y ha querido dar una lección a los que siempre se apresuran a coger los mejores puestos y a los que sólo invitan a sus amigos pudientes. Jesús, como tantas veces, está introduciendo, valiéndose de una circunstancia prosaica, una “cuña publicitaria” de la NUEVA mentalidad del Reino: ¡Ahora vale lo que antes no valía: la pobreza, la humildad... el último de la fila, porque ha comenzado el Reino de Dios que es puro amor gratuito!.

Las palabras de Jesús debieron causar extrañeza en algunos y tal vez risas despectivas en otros, pero en un comensal cayeron en tierra buena y exclamó jubiloso: ¡Dichoso el que PUEDA participar en el banquete del Reino de Dios! (Lc 14, 7-15).

Seguidamente, tomando pie de la frase, Jesús introduce la parábola de la gran cena: Un hombre daba una gran cena e invitó a muchos...

Parece lógico que hablando de banquetes el término invitado, invitación, se repita CONTINUAMENTE. Comencemos por ahí.
Yo me imagino – y sólo me imagino, porque bien sé que la realidad es otra- que la gente que va en fila a comulgar lleva en su corazón este pensamiento: ¡Qué suerte: me han dado una invitación para este banquete! ¡He sido elegido, seleccionado! ¡Jamás hubiera podido ni soñar sentarme en este banquete de los santos con el mismo Hijo de Dios como anfitrión! ¡Estoy invitado a la Cena del Señor! ¡Es muchísimo más emocionante que estar en el cenáculo de Jerusalén... esta es la última cena y yo estoy sentado con los apóstoles, con la Madre de Jesús, con Jesús mismo!.

Pero, como además, la invitación presupone benevolencia por parte del que invita, no vengo con derecho, sino agradecido, y por eso tampoco me extraña ver en la fila a otros que, tal vez, yo no invitaría a mis banquetes... Aquí la elección no es competitiva – yo, si; tú, no- sino compartida.

¡Qué distinto es ir a misa por obligación y hasta por devoción pietista a sentirse llamado a participar del banquete del Reino!.

2. El interés del Padre: venid

Me permite mi imaginación ver a Dios a la puerta del Reino-banquete, delante de mí: Entra, por FAVOR...¿Por qué huimos tanto del cara a cara con Dios? ¿Por qué tenemos miedo del silencio henchido de la Palabra? ¿Por qué huimos del silencio de la eucaristía plena de Presencia?

El Padre de la Boda invita a su amor gratuito: es su ilusión, ¡y sufrimiento! Sufre Dios porque se le van los hijos. Sufre porque no creen que les quiere tan absolutamente.

Aquellos primeros invitados – Israel, pueblo elegido- mantienen el pecado de siempre: no creen que Dios haya amado tanto al mundo.

3. El desinterés de los invitados

¡Cuántas veces en la celebración de la eucaristía pienso en la queja de los israelitas a Moisés, cansados del maná: nos da náuseas ese pan sin levadura!

¡Hastiados del misterio de la fe! ¡Yendo a un banquete sin hambre! ¡Yendo a un compromiso, a un acto social – hoy la eucaristía sirve de pretexto religioso lo mismo PARA EMPEZAR un curso escolar que PARA un viaje- a una obligación, a una devoción piadosa!.

Y me viene al recuerdo la antigua antífona eucarística:

Para manifestarnos tu amor,
nos has dado un pan delicioso,
que sacia el hambre de los necesitados
y deja vacíos a los ricos satisfechos.
Y pienso en el sentido profundo del ayuno eucarístico para adquirir hambre del Pan de Dios.

Siguiendo la parábola, todos se excusan educadamente, y todos tienen altas razones para hacerlo. PERO en Mateo la excusa se convierte en desprecio HASTA la maldad: ¡rabia que da el Amor de Dios gratuito hasta llegar al crimen de los profetas enviados!.

Sería preciso alguna vez ponernos cara a cara con Jesús y decirle en voz alta los pretextos más habituales que utilizamos para envolver nuestra pereza, nuestro desinterés y hasta nuestro desamor.
Hacer TAMBIÉN un examen de nuestra actitud ante la palabra profética, la exhortación, la enseñanza...

4. Reacción del Padre

¡Que entren todos, malos y buenos, que se llene mi casa! ¡Forzadlos! ¡Daos prisa! ¡Qué sabemos nosotros- calculadores- del Amor de Dios en furia de amor!.

Por eso en Mateo se vuelve al tema del A.T. sobre los celos de Dios. Es aterradora la acción violenta, casi despótica, vengativa: arrasad sus ciudades.

¿Habrá algo más serio que creer que Dios me ama? ¡Ángela, no te he amado de broma!, escuchaba una vez decir a Dios Ángela de Foligno. ¡Si no tomáis en serio mi amor, será para otros!

5. El misterioso personaje sin VESTIDO

San Mateo alarga intencionadamente la parábola, introduciendo la escena del Rey que entra al banquete y repara en un invitado sin traje de fiesta.

¿Quién es? ¿A quién se refiere?

En primer lugar, muy en línea con el PLAN del evangelista, se trata del que no se convierte de la dureza rutinaria. Pero también del que no está vestido con la Gracia, es decir, al que vuelve a creerse con derecho, al que pronto se le olvida que es un invitado de los caminos y calles..., del montón de malos y buenos a quien le tocó en suerte una invitación...

Se trata de la responsabilidad agradecida, que empieza por el disfrute mismo del banquete. ¡Tengo dueño, mi vida tiene sentido, sé a quién pertenezco! Y DESDE ahí, comienza la vida de otra manera: ¿qué quieres que haga?

¡Dichosos los invitados!

Qué lejos esos tiempos, esa simplicidad, esa naturalidad y esa encarnación suplantadas por "no sé qué" dinámica de espiritualidad. Falta de encarnación, falta de teología o quizá peor, la vieja medusa que con sus sierpes del pelagianismo, jansenismo, catarismo, gnosticismo y maniqueísmo vuelve a envenenar con simple fulgor de su mirar y el siseo de prometer lo “espiritual”.