Añover de Tajo - Toledo

Apolo, uno de los más importantes, reconocidos y poderosos dioses olímpicos, se levantó preocupado ese día. Le invadía una insoportable inquietud cuando recordaba aquel horrible sueño en el que aquella máscara le perseguía allá donde iba. Como una sombra casi imperceptible llevaba detrás de sí algo que le recordaba al sátiro Marsias.

En medio de su paseo matutino, el dios de las artes, de la música, de la belleza…el dios de la Luz, se halló invadido por la sombra más tenebrosa y oscura que jamás había sentido. La encontró en si mismo, en su sueño, de la mano de una lira con la inscripción “Hílicos” que brillaba esplendorosa.

Decidió apresurarse en volver a casa y tan pronto como hubo llegado pudo dar a luz, junto a su bola de éter, el oráculo que tan ligado lo tenía ya al destino y que por un momento le hizo albergar la impresión de que algo grave e irreparable iba a suceder.

A medida que pasaban las horas se inquietaba aún más. Su fiesta de cumpleaños podría aguarse. Esta vez, intuía él:

“…no se trata de un simple encuentro flauta frente a flauta. Ni el maravilloso dominio del que disponía entonces ni del que dispongo ahora podría superarse. Pero esa máscara me inquieta. Puedo sentir el chasquido de los decibelios pegándose entre sí, los ritmos más incontrolables y las melodías más dionisíacas que jamás he sentido, los más electrizantes trances que se han oído. El latir de un gran corazón se acerca y no parece venir aquí a traer presentes"

Por todas partes donde depositaba su mirada veía aquella máscara; sonriendo; queda pero trémula, dulce pero tenebrosa, fría pero caliente. La ambigüedad que lo caracterizaba se apoderó por completo de él hasta el punto de hacerlo reflexionar a fondo. Recordó entonces aquél exceso de poder que ejerció en el castigo que infringió al sátiro. La hybris que desató aquel concurso absurdo se cebó más en él mismo que en el propio Marsias por aquél entonces, y el destino había querido ponerle aún otra prueba aún más difícil.

A media tarde, después de muchas horas de fatiga mental y entrenamiento físico se sentó a tomar su néctar y pudo reparar por fin y con buen juicio que el verdadero problema no era su arte. ¿Y las musas -pensó él- , de que lado estarán?

Las Musas, jueces de este entuerto, adoraban las cuerdas de la lira apolínea, sus melodías perfectas, su armonía, su claridad y brillo, la luz que desprendía, pero: ¿acaso no encuentro mi brazo abrasado por estas marcas que delinean la escalofriante inscripción? -pensó él- y ¿no parecen vaticinar un adversario más brillante y más oscuro que yo? ¿Podré infringir mi poder sin recurrir al concurso interesado de las Musas?

Cuando se hallaba entre estas graves preguntas entendió todo de un golpe y descubrió por completo que su padre Zeus le volvía a poner la zancadilla en señal de un error que el había cometido y por el que tendría que dar respuesta una y otra vez según el ánimo de su paternal capricho. En su cabeza comenzó a resonar un Peán muy repetido por él en otras ocasiones y que volvió a interpretar de nuevo con su lira durante horas, una y otra vez sin descanso.

Entrada la noche su rostro mudó. Sus ojos parecieron desaparecer en una oscuridad infinita pero sin perder su característico brillo. Su sonrisa se hizo más tenebrosa y profunda de forma que el contraste con su caracolizado y baboso cabello le otorgaba un aspecto escabroso.

Entre tanto una multitud de personas se acercaban al templo. Podían contarse ya por miles los que exhaustos por el crecimiento y expansión de la plaga se dirigían con todas sus armas y con toda su buena voluntad a combatir al dios phármakon, cansados ya y dispuestos a todo por reprender los caprichos del joven dios.


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Atentamente,

HÍLICOS.


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No me animo porque sois muy malos