S.W. VII ¿Existe una imaginación que entronizada reúna Tan inexorable como benevolente, lo justo Y lo injusto, que en medio del verano se detenga Para imaginar el invierno? Cuando las hojas mueren, ¿Se asienta en el norte y se envuelve a sí misma, Con la agilidad de una cabra, cristalizada y luminosa, En la más alta noche? ¿Yesos cielos la adornan Y la proclaman, la blanca creadora de negro, propulsada Por extinciones, tal vez incluso de planetas, Incluso de tierra, de mirada, en la nieve, Excepto cuando es necesario a modo de majestad, En el firmamento, como cábala de coronas y diamantes? Salta a través nuestro, a través de todos nuestros cielos, Extinguiendo nuestros planetas, uno a uno, Dejando, de donde estábamos y mirábamos, de donde Nos conocíamos unos a otros y pensábamos de cada uno, Un residuo tembloroso, congelado y concluso, Salvo esa corona y esta cábala mística. Pero no se atreve a saltar por azar en su propia oscuridad. Debe cambiar de destino a frágil capricho. Y así, su impulsada tragedia, su estela Y su forma y su fúnebre hacerse se mueven para hallar Lo que deba o, al menos, pueda deshacerla, Digamos, una ligera comunicación bajo la luna.
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