Una region herida y trinxatda El temporal del lunes ha reabierto las cicatrices de un país herido. Por titánico que sea el esfuerzo de los servicios de urgencia, las patologías del paciente se han visto agravadas por la vulnerabilidad del sistema. Sorprendidos por una evidencia anunciada con reiteración, los portavoces oficiales actuaron con una escandalosa pasividad. En Barcelona, ninguna autoridad recomendó acciones tan obvias como evitar las rondas, tirar sal en las arterias viarias o cerrar las escuelas. MÁS INFORMACIÓN¿Proteger es educar? -------------------------------------------------------------------------------- La improvisación y el voluntarismo tuvieron que corregir la falta de previsión y protocolos operativos. Resultado: una capital y un país colapsados, sin una cultura de emergencias (gratuidad del transporte público y de los peajes, previsión de un circuito de gasolineras y credibilidad de las consignas oficiales). Los afectados se han hartado de repetir que lo que más les ha indignado ha sido la falta de información y la imposibilidad de acceder a esos canales que, con tanto despilfarro, se publicitan cuando no nieva. A través de cientos de testimonios, se deduce que el desconcierto afectó por igual a mossos, bomberos, gruistas o maquinistas quitanieve. El caso de las escuelas es sintomático. La rápida reacción de docentes y padres evitó desastres mayores. El sentido común resolvió casos particulares, pero, a la hora de transmitir una confianza colectiva, las comparecencias de Joan Boada, secretario general de Interior, fueron despreciables en la forma y negligentes en el fondo. El liderazgo también consiste en movilizar el ánimo y, como demostraron cientos de alcaldes, en fomentar la iniciativa (la movilización espontánea de rescate en polideportivos y carreteras y la imaginación al aplicar medidas de solidaridad ha sido tan espectacular como emocionante). La facilidad de comunicación que proporciona la tecnología habría podido mejorar las cosas, sobre todo en el terreno anímico. En lugar de optar por esa vía –aunque sólo fuera como placebo psicológico–, se apostó, durante horas, por un silencio administrativo que disparó, a veces injustamente, recelos y malentendidos. Es cierto que muchos países sufren temporales parecidos. Pero no todos los gestionan igual, sobre todo en sociedades con tradición de protección civil y una educación cívica solvente (ejemplo de incongruencia: la fugaz intervención del ejército y su repentina desaparición; ¿alguien interpretó que su presencia atentaba contra nuestras esencias?). Volviendo al símil hospitalario: el enfermo que acude al servicio de urgencias percibe que, además de sus heridas, tiene que vérselas con un médico que le sermonea, que le riñe y que, además, no acierta en el diagnóstico. ¿Lecciones de esta crisis? Que la política local goza de mejor salud que la nacional, lo cual no es necesariamente malo. Que, la próxima vez, muchos conductores sabrán poner las cadenas y habrán corregido actitudes irresponsables. ¿Y los políticos? ¿Se limitarán al intercambio de reproches –como el miércoles, en la amarga sesión del Parlament– o, con vocación de servicio, mejorarán infraestructuras, instaurarán protocolos de protección civil participativa e inteligible (de nada sirven los abstrusos planes si no nos implican a todos) y lucharán para que las compañías eléctricas inviertan en sus redes en proporción con sus beneficios? Una famosa empresa de este país tiene el lema de: "Si no queda satisfecho con su compra, le devolvemos el dinero". Ojalá los ciudadanos tuviéramos esa oportunidad a la hora de exigir una mejor gestión de nuestros impuestos y votos y de nuestros derechos como clientes.
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