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18-04-09 15:12 #2101715
Por:No Registrado
LOS AGUANTADORES............


Ayer busqué a este autor. Solo para ver si so modelo de sarcasmos contra los inútiles hinchados de sabiduría, era la misma, y en mi creencia que sí lo sería, y en efecto no me equivoqué, en esta ocasión se posiciona con esta sujeta que si tuvieren un mínimo de pudor, no asomarían la gaita por parte alguna, pero si no están en el candelero, como las ratas en las alcantarillas, no viven,

Esto es lo que dice de tamaña sujeta, me ha divertido un poco, aunque pienso que a ella no, seguro que alguna mentada de madre ha saludo por su hocico, aunque al Pérez Reverte seguro le resbala, y si, se necesitan plumas que pongan las cosas en su lugar, que nadie pueda pasar impunemente por la vida, como elefante en cacharrería destrozando todo y sin que nadie se queje o se dé por aludido.

Una de las cosas que más joden es que los gustos y los gastos de esas (iba a llamarles familias, pero eso es demasiado honor), creo que más le cuadra asociaciones de ratas predadoras, corren por cargo de la nación, de esta nación que está cuajada de parásitos, creo que hay mas parásitos por m2, que en parte alguna del planeta, y además de los atracos que hicieron a LA LATA NACIONAL, recordáis algunas maletas llenas de billetes con destino a Suiza?

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Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte

LA NIETA GORILERA


Vaya por delante que no tengo nada en contra de que una nieta del general Franco se gane la vida. Lo mismo me da que se la gane ella que una nieta del general Miaja, del general Von Paulus o del general Motors. Cada cual se lo monta como puede. Lo que me calienta la recámara es que me fastidien el desayuno. Como saben los veteranos de esta página, el arriba firmante desayuna crispis con un vaso de leche –dejé el colacao hace un par de años– y hojeando revistas del corazón. Para alguien que, como es mi caso, apenas ve la tele, esos quince minutos mañaneros son una forma como otra cualquiera de pasar el rato echando pan a los patos. Me entero, por ejemplo, de cómo es de grande la biblioteca de Julio Iglesias júnior, de quién es el último pavo que trabaja en la bisectriz de Ana Obregón, o de si las camisetas ceñidas del duque de Lugo necesitan o no wonderbrá. Cosas así. Me pongo al día viendo fotos, como digo; y en ese ratillo me ahorro incontables horas de telemierda.

Lo de Carmen Martínez-Bordiú, sin embargo, me supera. Me refiero a su desvergüenza mediática. Cada vez que, en ciclo siniestro e inevitable, la veo ocupar una portada del Hola –viaja más que Phileas Fogg– me pregunto qué hemos hecho los lectores fieles para merecerla. Sobre todo me pregunto por qué mi prima, y no otra. Cuál es su glamour. Su magisterio intelectual. Sus poderes. El gancho fotogénico y periodístico de una señora que tampoco es, puestos a señalar, Elsa Pataky ni Elena Cue –esas portadas no me atragantan los crispis, fíjense–, y cuyas declaraciones, toque lo que toque, son más elementales, querido Watson, que el mecanismo de un sonajero. Todavía recuerdo, de cuando el Prestige, esta honda y comprometida declaración suya: «Si tuviera una pala, iría a Galicia a recoger chapapote». Pero claro. No pudo ir, la pobre. No tenía pala, y la ferretería pillaba lejos.

La última es para enmarcarla: «Carmen Martínez-Bordiú relata su fascinante aventura entre los gorilas de Uganda». La relata ella, ojo. O eso cuentan. Escribiendo con sus deditos, palabra a palabra, un conmovedor viaje al corazón de las tinieblas, en plan Joseph Conrad, o casi: «Sabía desde el principio que iba a ser un viaje difícil y duro, pero que también sería una experiencia única». Guau. Pero no crean que esta vez es como aquella otra, la última o penúltima, cuando salió vestida de beduina sahariana –diez o doce páginas diciendo simplezas a todo color– para explicarnos que la paz del desierto la reconfortaba mucho espiritualmente. No. Ahora es más profunda. Se ha currado el viaje, documentándolo como una erudita. Eso la lleva a deducir, ante el paisaje africano, que «debió de ser con vistas semejantes cuando Churchill dijo de Uganda que era la perla de África». Nada menos, oigan. Churchill. Leído en sus memorias, supongo. De cualquier modo, de todo el crudo relato de la fascinante aventura gorilera, me quedo con el calvario que pasó Carmen para llegar a su objetivo: «Vamos camino de la selva impenetrable. Todavía no sé cómo puedo escalar con un palo en la mano y con la otra agarrándome a las lianas». Y luego, como sorpresa por completo inesperada, la enriquecedora aventura humana: «En nuestro recorrido nos encontramos con una comunidad de pigmeos». Tremendo. Y es que la imagino abriéndose paso a machetazos en la espesura procelosa, chas, chas, chas, como Stewart Granger en Las minas del rey Salomón, hasta cortarle, por descuido, la trompa a un elefante; y al elefante indignado, diciéndole con acento nasal: «¿Tú estás tonta, o qué?». Y luego, más adelante, me estremezco al imaginarla de nuevo, dándose de boca, de pronto, con una inesperada tribu de pigmeos feroces que pasaban por allí, casualmente, dedicados a lo suyo. A hervir misioneros y cosas asín. Qué valor, recórcholis. Qué apasionante aventura, santo cielo.

Pero lo mejor, de aquí a Lima, lo juro por Arturo, son las imágenes. Dudo que si no las han visto puedan valorarlas comme il faut: Carmen vestida de coronel Tapioca, con distintos modelitos según cada momento de la epopeya. Carmen de bwana blanca en la raya ecuatorial. Carmen con un bolso precioso en un descanso selvático. Carmen con otro bolso monísimo y una catarata detrás. Carmen con hipopótamos al fondo y una camisa divina de la muerte. Carmen sobre un puente de tablas y lianas, como Indiana Jones. Carmen con un rinoceronte al fondo y una botella de Lanjarón, o algo así, en la mano. Carmen en primer plano con una pocholada de pañuelo al cuello, y al fondo, chan, tatachán, gorilas en la niebla. Y gorilos. Todo eso, con la silicona impecablemente maquillada, sin una arruga en la ropa, y con cinco vestuarios y cuatro sombreros diferentes, que son los que he contado en las fotos. Por lo menos. Lo que fuerza a preguntarme si se cambiaba delante del macho Alfa –yo no lo haría, forastera– o los negros le llevaban un biombo.

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Itero, si no fuere tan impúdico, si la desvergüenza fuere más suave, si los palos a LA LATA, no fuesen o hubieren sido de tal tamaño, hasta sería divertido ver los esfuerzos y las maniobras para tenerse y mantenerse en primeros planos, de primeras planas, pero el lodo que sirve de peana para sostener a esos ínclitos parásitos hiede feo, y no aguanta dos revisadas de la historia, será que algún día, los españoles en su conjunto dejaremos de ser meapilas y pongamos aunque sea por testículos las piezas en su lugar de este puzle mal oliente?

UNO MAS.
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