EN EL HAYEDO DE DIUSTES
No hay mundo
en el hayedo,
ni demonio, ni carne,
cuando el rojizo Sol
de media tarde
perfora la enramada
para grabar sus guiños
en la alfombra
de hierba y tierra parda.
El mundo se perdió
en la lejanía,
como el tiempo.
Ahora solo hay presente
sin mañana ni ayer,
tejido por los troncos y las ramas,
en un cálido manto
que envuelve el silencio
con perfumado encanto.
Aquí no hay más demonios
que los demonios propios,
capaces de enrollar
con sus cadenas
de vicio y de dolor,
al alma más serena
si el alma no está alerta;
si el alma adormecida
al conjuro del bosque no despierta.
La carne que atormenta
y quema como fuego,
y arrastra en torbellino
de lóbregas pasiones,
se convierte en amor
envuelto en el follaje
de la profunda fronda,
donde el jilguero canta
y trina el ruiseñor.
Pululan los insectos
en el éter pausado,
semejando pavesas
bajo el sol irisado,
y los pájaros saltan
de una rama a otra rama
e investigan curiosos,
al paseante amigo
que aquí busca reposo.
Si quieres encontrar
la paz que habías perdido;
si este mundo vacío
carece de sentido
y sigues caminando
con rumbo indefinido,
mi experiencia te cedo:
encuéntrate a ti mismo
en el hayedo.
Joe