EPITAFIO A todos mis allegados: En mi lecho de muerte no me cabe otro pensamiento en mi cerebro, que me llega al corazón, y me penetra las entrañas, que lo que voy a derramar en estas mis ultimas letras. Puede que después de 40 años de maltrato, y después de muchas penas, parece que había empezado a remontar, pero mis hijos, me han llevado a esta situación casi sin salida. Ya estoy recibiendo la extrema unción por parte de un cura que me desprecia y ni me mira a los ojos. Yo fui un gran católico practicante, herencia de mis ancestros, y ratificada esos muchos años de penurias, pero estos últimos años deprecie todo lo que eclesiástico olía por romper con lo antiguo, creía que me abría a los nuevos tiempos. Eche de mi casa hace algunos años a mi hijo el mayor, algo serio y antipático, pero un excelente trabajador, todo por culpa de una pelea inútil en la que se involucró por cuatro intereses y que me han costado heridas imborrables. El pequeño me remata poco a poco, y aquí agonizando, despilfarra la herencia familiar pensando que lo que prevalece es la comodidad de la casa y el bienestar de su familia, cuando debería de empezar a vestirse por los pies, como hicieron sus hermanos mayores a los que tanto echo de menos y de los que seguro que no podré despedirme porque ya no los tengo cerca, a mi lado. Claudico a pocas horas, mi familia no existe, mis vecinos me odian o me ignoran, y el recuerdo de lo que fui en mi juventud y lo que fueron mis antepasados, ha quedado solo en eso, en recuerdo. Entre todos me mataron, y yo solo me muero. Firmado: ESPAÑA |