Paradas - Sevilla

Un tío entra en un bar de Sevilla y pide tres cañas. No una detrás de otra, sino las tres a la vez. El camarero se queda sorprendido pero no dice nada. El tío se las bebe, paga y se va. Al día siguiente, aparece de nuevo a mediodía y pide lo mismo. Tres cervezas a la vez. Y vuelve al otro día y al otro, y así durante dos semanas. Finalmente el camarero no puede reprimir por más tiempo la curiosidad. No quisiera meterme donde no me llaman, le dice, pero lleva dos semanas viniendo por aquí y siempre me pide tres cañas, y simplemente quisiera saber por qué. La gente las pide de una en una. Ah, contesta el cliente, la respuesta es muy sencilla. Tengo dos hermanos. Uno vive en Barcelona y el otro en un pueblo de Granada, y los tres nos llevamos muy bien. Para honrar nuestra amistad, entramos cada uno en un bar a mediodía y pedimos tres cervezas, brindamos en silencio a la salud de los demás y hacemos como si estuviéramos juntos en el mismo sitio. El camarero asiente con la cabeza y se olvida de la cuestión. El asunto dura cuatro meses. El tío va todos los días a mediodía, y el camarero le sirve las tres Cruzcampo.

Entonces ocurre algo imprevisto. Un día, el hombre se presenta como siempre a la hora acostumbrada, pero esta vez sólo pide dos cañas. El camarero se queda preocupado e indeciso, y al cabo de poco se arma de valor y le dice: No quisiera entrometerme, pero lleva más de cuatro meses viniendo por aquí y siempre me ha pedido tres cervezas. Hoy me pide dos. Ya sé que no es asunto mío, pero confío en que no haya pasado nada malo en su familia.

Entonces el cliente le contesta, tan animado y alegre como siempre, ¡no pasa nada, hombre!

¿Qué sucede, entonces?, pregunta el camarero.

Pues muy sencillo, contesta el cliente. Que yo he dejado de beber.

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