Paradas - Sevilla

Una de las grandes aportaciones del Opus Dei al corpus ideológico de la Iglesia es la demostración de que los ricos sí pueden ingresar en el Reino de los Cielos, por muy listo que se haya creído el hijo de su dios. Sólo había que encontrar una maroma de barco (el famoso camello) lo suficientemente fina o una aguja con un ojo ciclópeo para solucionar la aparente contradicción enunciada por el Mesías. Como dicen que dijo Augusto Monterroso “las ideas que Cristo nos legó son tan buenas que hubo necesidad de crear toda la organización de la Iglesia para combatirlas”.

Pues bien, además de poder demostrar que la religión no es sólo cosa de pobres “bienaventurados”, otro de los encargos asumidos por las subsectas elitistas consistió en dar prestancia “científica y académica” al conjunto de insensateces fantásticas con que se edifican las religiones.

Así, no resulta difícil encontrar, como hemos visto días pasados, cientos de presuntos científicos que pongan su firma en un documento contra la ley del aborto, o profesores universitarios que aseguren que la homosexualidad es una enfermedad que impide traer hijos al mundo al ritmo de las conejas del Opus Dei, como dios manda.

El alcalde de Valladolid (vuelve el hombre), el mismo que dijo que la ministra de Defensa “es como la señorita Pepis vestida de soldado”, se niega a casar homosexuales, apelando a la objeción de conciencia. Una profesora de Bioética (¡qué mezcla explosiva esta de la ética y la biología en manos de las religiones!) de la Universidad Católica de San Antonio de Murcia afirma, siguiendo la senda marcada por el famoso Aquilino Polaino (de otra Universidad católica, la San Pablo-CEU) que los gays son “personas enfermas”.