24-03-14 18:22 | #11944795 |
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Borrado por un Moderador. | |
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24-03-14 18:26 | #11944803 -> 11944795 |
Por:casto. ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: Se trata de la dignidad. Otro mensaje censurado en esta bendita democracia que ahora tenemos: No dudo de que Adolfo Suarez lo traicionara los suyos, siempre las mayores traiciones vienen de los tuyos,pero en este articulo de Pedro Fernández Barbadillo esta escrito todo lo que ocurrió, lo sé porque yo lo viví y este articulista no se ha equivocado ni en una coma. Esto es memoria histórica, real y no inventada, si queréis saberla, leerlo con detenimiento. Por cierto no quiero dejar pasar sin contestar a busteillo cuando mezcla sin ningún sentido,lo que ovarios y yo hemos escrito sobre la dignidad con lo que pasó en la historia, en la época de UCD. Busteillo la dignidad la tienen las personas, sean de la ideología que sean, derechas, izquierdas, liberales o "mediopensionistas", pero hay que saber lo que significa para hablar de ella con sensatez. Aquí comienza lo que pasó realmente cuando Adolfo Suarez dimitió, pasen......pasen y lean: Cuando falleció Margaret Thatcher, junto a los numerosos elogios también hubo críticas y opiniones contrarias a su mandato de primera ministra y a su legado. Lógico en una persona pública y que cambió su país de arriba abajo. En cambio, en la muerte de Adolfo Suárez no encontraremos apenas comentarios críticos. Tal unanimidad en el elogio muestra una de las diferencias entre la sociedad española y las sociedades libres del resto de Occidente. Aquí no se habla mal de los muertos ilustres, al menos durante unos días, y todos nos ponemos de acuerdo en olvidar lo malo que hayamos dicho de ellos y en encontrar algo bueno, incluso en inventarlo, para agitarlo como un pañuelo de despedida. Hay que decir la verdad, porque no se puede seguir construyendo nuestra vida colectiva sobre mentiras: cuando en enero de 1981 Adolfo Suárez dimitió –dimisión nunca aclarada–, estaba abandonado. Había ganado las elecciones en marzo de 1979 con 6,3 millones de votos; menos de dos años después, se había quedado solo en La Moncloa. A Suárez le odiaba el PSOE, porque le impedía acceder al poder; le aborrecía la derecha, porque hacía política de izquierdas con sus votos; le detestaban los militares, porque se sentían engañados después de que les hubiese prometido en 1976 que no legalizaría al PCE; le desdeñaban los nacionalistas, porque era el presidente del Gobierno de España y no les daba las suficientes competencias; le molestaba al Rey, que le había nombrado en julio de 1976, que en esos meses despotricaba de él; le maldecían los empresarios, porque había inflado (otros dirían creado) la UGT y no frenaba la crisis económica; le menospreciaban los dirigentes de AP y UCD, porque era un "chusquero de la política" que ganaba elecciones mientras ellos las perdían; le rechazaba la Iglesia, porque (como dijo el cardenal Tarancón) la cúpula era de izquierdas y, como la Corona, prefería por estrategia un Gobierno socialista. Hasta Josep Tarradellas, a quien Suárez había traído del exilio y reconocido como presidente de la Generalitat, decía que España necesitaba "un golpe de timón" y "un golpe de bisturí", lo que suponía acusar de fracaso al político gobernante. Y los ciudadanos estaban hartos y preocupados debido al terrorismo, la inflación, el paro (más de dos millones), la delincuencia, las huelgas… Quien lo dude puede consultar en cualquier hemeroteca las columnas y los editoriales de la abundante prensa de entonces, y no sólo El Alcázar, sino El País, ABC, Ya, El Imparcial, Diario 16, La Vanguardia… La popularidad de Suárez se puede medir en el resultado que obtuvo en las elecciones de octubre de 1982, a las que se presentó con un partido nuevo, el CDS: 600.000 votos y dos diputados. La UCD, a la que había abandonado, sacó 1,4 millones y 11 diputados. La boquita de Alfonso Guerra De los grandes rivales políticos de Suárez, ya han fallecido Manuel Fraga y Santiago Carrillo, y sobreviven Felipe González y Alfonso Guerra. Precisamente éstos lanzaron contra el presidente del Gobierno una campaña de desprestigio y desestabilización que fue uno de los factores que concluyeron en su dimisión. Los socialistas identificaron a Suárez como el gran obstáculo que les impedía el acceso al poder, ya que consideraban a UCD una mera confederación de grupos y familias que se desbandaría sin él, como así ocurrió. El ataque contra Suárez y la UCD fue brutal. Los socialistas desplegaron medidas parlamentarias, una campaña de infamias y conspiraciones de salón para conducir a una destitución de Suárez y un Gobierno de concentración. González y Guerra calificaron a Suárez con todos los epítetos imaginables, incluso los de antidemócrata y golpista. En septiembre de 1979 Guerra dijo del hombre que se plantaría ante el teniente coronel Tejero, mientras él se escondía debajo de su escaño: En estos días en que hay tanto peligro e intranquilidad en los sectores institucionales, algunos se preguntan si será el momento de que el general Pavía entre a caballo en el Parlamento y lo disuelva. Yo me pregunto si el actual presidente del Gobierno no se subiría a la grupa de ese caballo. En mayo de 1980 el PSOE presentó una moción de censura contra Suárez y con González como candidato. En el discurso de defensa de la moción, Guerra espetó: Suárez tiene miedo al Parlamento y considera la democracia como un mal a soportar. En sus memorias Jordi Pujol cuenta que, a finales en verano de 1980, recibió al socialista Enrique Múgica en su casa para escuchar una curiosa propuesta. El PSOE tenía una auténtica obsesión por hacer caer a Suárez. Una prueba de ello es la visita que el destacado líder socialista Enrique Múgica me había hecho a finales del verano de 1980 a mi casa de Premià de Dalt para preguntarme cómo veríamos que se forzase la dimisión del presidente del Gobierno y su sustitución por un militar de mentalidad democrática. Manifesté mi total desacuerdo. En octubre Enrique Múgica cenó con el general de división Alfonso Armada, gobernador militar de Lérida, y entregó un informe a la Ejecutiva del PSOE. Y en noviembre, González pidió la marcha de Suárez. El país es como un helicóptero en el que se están encendiendo todas las luces rojas a la vez. (…) El presidente Suárez está legitimado y lo que tiene que hacer es llevar a cabo un programa. Si no puede hacerlo, ya es hora de que se lo vaya diciendo al pueblo. Me parece inconcebible que cuando han matado a tres personas de su partido, Suárez no haya ido al País Vasco. Descarto absolutamente la negociación con ETA. Las conspiraciones socialistas Hasta El País, en un editorial (31-1-1981) sobre la dimisión de Suárez, criticó las maniobras desestabilizadoras, aunque sin señalar al PSOE. Desde casi comienzos del verano, la política española ha vivido un enfermizo clima de conspiraciones de pasillo y de maniobras extramuros del Congreso, más propio de la corte de los milagros de la España rural decimonónica que de la Monarquía parlamentaria de una sociedad moderna. En la reunión con el Rey posterior a la dimisión de Suárez, Felipe González se ofreció a formar Gobierno, pese a que le faltaban casi 50 escaños para la mayoría absoluta y UCD tenía 40 más. ¿Contaba con varios diputados tránsfugas de UCD, como Francisco Fernández Ordóñez, que pasó en unos años de director del INI nombrado por Franco a ministro de Exteriores de González? El PSOE estaría dispuesto a formar Gobierno si recibiera tal encargo de Su Majestad el Rey. Francisco Laína, director general de Seguridad en esos meses, en una entrevista concedida a La Nueva España en 2009, declaró lo siguiente sobre las conspiraciones en que estaban metidos los socialistas: Me da la impresión, por la información que tenemos de aquella época, que en la última etapa de Suárez quizás el PSOE no solamente utilizó lo que era una legítima tarea de oposición, sino que además estaba presionando y creando un clima. Sin querer decir, ni mucho menos, que estuviese propiciando ningún golpe de Estado –eso hay que dejarlo claro–, el PSOE buscaba soluciones dentro del marco constitucional, pero que no eran las normales, sino forzando al máximo la maquinaria recién nacida del orden constitucional. Ni con el PSOE en el poder dejó Guerra de escupir infamias. En junio de 1986, el vicepresidente del Gobierno dijo de Suárez: Estuvo a punto de desmontar la democracia, como desmontó la Secretaría General del Movimiento y como destrozó a UCD. ¿Qué dirán los socialistas ahora, cuando vayan a poner su corona de flores ante el cadáver de Suárez?. Saludos a todos los que se ganan el pan con dignidad y su trabajo, a los otros que les den. | |
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24-03-14 21:05 | #11945059 -> 11944803 |
Por:jabato2 ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: Se trata de la dignidad. Se ve que tienes tiempo de sobra, vaya cantidad de tonterías dices. | |
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24-03-14 21:28 | #11945086 -> 11945059 |
Por:casto. ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: Se trata de la dignidad. Si es verdad, jajajajaja | |
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24-03-14 21:42 | #11945112 -> 11945086 |
Por:casto. ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: Se trata de la dignidad. Así fue y así es: Voy a cumplir 52 años en junio. Ello me permite hablar de Adolfo Suárez con la única ayuda de mi memoria. Sé quién fue; qué significó para España y cómo fue tratado por sus colegas políticos: por todos sus colegas, correligionarios o no. Vaya por delante mi desacuerdo y casi desazón por el remedo de Democracia que gastamos en España; ya casi tengo asumido -bien que a regañadientes- que moriré sin haber vivido en plena Democracia: ni el sistema de partidos, blindado con listas herméticas (crípticas!), representa al Pueblo; ni ese caos lleno de parches que es nuestra Ley Electoral permite una verdadera representatividad de las distintas corrientes políticas que pululan por España; ni la desmesurada importancia con la que por desgracia cuenta el voto nacionalista deja ver el bosque; ni los Poderes están separados un maldito milímetro; ni nuestra Constitución, que otorga fueros y conciertos a territorios privilegiados, permite la verdadera igualdad entre los ciudadanos; ni ningún español puede soñar -como sí sueñan los norteamericanos- en que su hijo llegue a ser un día Presidente por su propia valía personal y política. Dicho lo cual, no puedo callar lo que siento ante el despliegue de medios sin precedentes dedicado a la crónica de la muerte anunciada de Adolfo Suárez González, ese megaespañol que acaba de morir hace más de once años. Suárez -esto ya lo saben hasta los niños de pecho- fue el alquimista que extrajo del crisol de una España a la que le olían los pies una especie de piedra filosofal gracias a la cual los españoles pudimos soñar que ejercíamos nuestra Soberanía. Como un Prometeo de la Ávila profunda, Suárez robó el fuego a los dioses del tardofranquismo para entregarlo a los hombres de la España de los 70. En mitad de un universo de pana y patillas, Suárez, elegante como un modelo del cortinglés, escaló la ladera de un Olimpo trufado de sables y arrancó una llama viva que entregar a los españoles. Ese fuego no era la Democracia, pero en la densa tiniebla que envolvía a España, alumbró como si lo fuera. Y con esa débil luz caminamos a tientas desde hace más de tres décadas. Insisto: no es Democracia lo que tenemos en España; pero en aquella época terrible de lo que se ha dado en llamar la Transición, nadie se atrevía a hacer más sin alentar una asonada; nadie podía legalizar al Partido Comunista sin temer un levantamiento militar; nadie parecía estar capacitado para expedir el certificado de defunción del Movimiento. Nadie, salvo Adolfo Suárez. Las mujeres lo adoraban, yo no me explicaba por qué! A mí me parecían más guapos algunos actores de cine! Pero las mujeres, todas, lo querían como marido; o como yerno. Su encanto personal era innegable; la televisión lo trataba con cariño. Suárez hablaba a la cámara y parecía que te lo estaba diciendo a ti: a ti, personalmente, sentado a tu lado, en el sofá de tu casa! Mi padre, un volteriano esencial que durante la década de los 60 guardaba en casa libros prohibidos que intercambiaba con Don Fernando Becerra, mi maestro de 3º de Primaria (El Capital, de Karl Marx; Democracia, de Giscard DÉstaing; y otros cuyos títulos apenas pude entrever), estaba muy preocupado por Suárez; pensaba que en cualquier momento se le podía escapar de entre las manos la poca agua que sacaba con trabajos infinitos de ese mar embravecido que era la España postfranquista. Mi padre, que jamás fue de izquierdas, anhelaba la llegada de la Democracia como si de una epifanía se tratase: admiraba a ese hombre perfectamente trajeado y de raya impecable en su pelo peinadísimo; lo seguía y velaba por él. Y si mi padre, un hombre que elegía para leer en los sopores de las tardes de Chipiona breves tratados de Álgebra o la obra de Balmes, concedía tanta importancia a los afanes de ese señor de perfecto castellano que aparecía a diario en los telediarios, es que ese señor debía ser importante! Y lo era. Vaya si lo era! Suárez se encaramó a codazos y sonrisas por encima del ruido de sables, de los más de cien muertos al año por ETA y los GRAPO, de la terrible matanza de Atocha, de la ultraderecha española, del Opus Dei, de la pedantería socialista, de la dureza comunista y del abotargamiento infinito que los españoles del común padecíamos. Subió por esa pared llena de aristas que era la situación política de una España brutal y robó el fuego a los dioses de la intolerancia. Un fuego débil, pero que iluminó a los españoles para salir del espanto de la Dictadura. Yo lo vi. Yo lo viví desde el sofá de mi casa, día a día; yo preguntaba a mi padre qué era lo que estaba pasando, y mi padre me lo explicaba. Pero luego, cuando los españoles ya disfrutábamos de las primeras luces y sombras producidas por ese fuego robado a los dioses, la ira de los mismos se volvió contra quien nos lo había entregado; y por cometer hybris fue condenado a padecer la traición de sus correligionarios. Adolfo Suárez había sobresalido por encima de los demás hombres; había demostrado sin dudas de ningún género que valía más que cualquiera de sus coetáneos; que era más astuto, más decidido, más valiente y más seductor que todos los de su entorno. Y eso... Eso no se perdona en España! Sus propios compañeros de la UCD lo ataron a una columna para cada día comerse sus hígados; la oposición socialista, que sin la labor de orfebre de Suárez jamás habría soñado con ocupar un solo escaño en el nuevo Congreso de los Diputados, lo machacó; los periodistas, que por fin disfrutaban de libertad de expresión, le atizaban de lo lindo. Un marasmo de águilas y buitres carroñeros se lanzaron a alimentarse de sus entrañas, como un nuevo Prometeo de Cebreros. Y Suárez, sin poder soportarlo más, después de luchar hasta la extenuación contra los suyos, acabó dimitiendo como Presidente del Gobierno. Quién puede medir el profundo dolor que experimentaría un hombre así? Cómo calibrar el sufrimiento intensísimo que debió padecer alguien que, en pago a su heroica condición, a su capacidad de libertador recibe sólo la traición, el desprecio, el escarnio público y la burla? No podemos imaginar la altura de la pena que este gran hombre, este verdadero prócer, llegó a experimentar. Qué pueblo, sino el pueblo español, puede pagar así a sus héroes? Yo creo firmemente que uno elige la enfermedad que le acaba dando la muerte. Suárez eligió el Alzheimer. Porque el Alzheimer supone la desmemoria, la posibilidad de olvidar. Estoy convencido de ello! Sólo con la ausencia de memoria se puede combatir tanto dolor, tanta amargura! Bien es verdad que quienes lo sufren acaban olvidando quiénes son sus propios hijos; pero también se olvidan de las traiciones, de los desplantes, del inmenso desprecio; se olvidan, en suma, del dolor consciente que provoca la contemplación de aquella miríada de hombres mediocres que lo abatieron con puñaladas certeras, en unos idus de marzo inacabables. Dicen que fue Hércules quien lanzó una flecha al águila que a diario devoraba las entrañas de Prometeo, liberando a éste de su castigo olímpico. A Adolfo Suárez, el Prometeo abulense, lo liberó el Alzheimer, una enfermedad más poderosa que el propio Hércules. Y gracias al progresivo olvido, a la disfunción de la memoria, este enorme político pudo sobrevivir al dolor que provocan los desagradecidos, a la traición de sus correligionarios, al desprecio de los inútiles y al ostracismo al que le condenó en vida un pueblo de hombres tibios, de gente indiferente, de políticos mediocres, de periodistas paniaguados y, en definitiva, de hombres pequeños. Y por más que ahora le hagan odas y ditirambos; por más que le cambien el nombre al aeropuerto de Barajas; por mucho que lo glosen y llenen las calles de España con su nombre sencillo y contundente, yo no puedo olvidar que Suárez, gracias al Alzheimer, y transformado por fin en Prometeo liberado, pudo olvidarse de España. Eduardo Maestre. | |
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