A MI SIEMPRE AMADA MARÍA A LA FLOR DE MI ALMA. Mi muy querida y amada María, mi dulce María: Ayer, por segunda vez, me preguntaste: “tú, ¿me quieres?” Y yo, mirando a los ojos de tu corazón, esboce una sonrisa, con la tierna mirada de mi amor. Acaso, ¿lo dudas? Cuando yo les hablo a las rosas de la belleza de tu alma y que siento, con ansias de esperanza tu ausencia, se acercan a mí y cubiertas de rocío vierten su ternura en mi corazón. Sé que te parecerán palabras bonitas, sólo palabras. Pero, mi adorable María, esas rosas angustiadas por mi tristeza, esas rosas te esperan a ti, y dicen, y es cierto, mi amor, que cuando tú llegues, ellas se perfumarán, se pondrán su traje de domingo y te cubrirán de besos con sus pétalos enamorados. Esas rosas, mi amor, te esperan, y yo con ellas, para cubrirte de caricias, de abrazos, de besos, de amor. Pero, no tengas prisa, mi bella, mi hermosa María. Llora, si tienes que llorar, que ya habrá tiempo para la risa, la alegría, la felicidad. Llora, mi dulce María, si has de llorar.
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