Aznalcóllar - Sevilla

A propósito de la cobarde retirada de los nombres de las calles del antiguo régimen en nuestro pueblo, cuando llegaron los sociatas al poder, se produjo esta semana un interesante debate dialectico entre mis admirados J. J. y Paco el minero sobre las características que debe tener una buena dictadura.

Para Paco el minero la de Franco prácticamente no puede denominarse como tal, ya que si bien es cierto que fue muy larga sólo comportó al país algunas “molestas incomodidades”. Vamos, que fue una dictadura de estar por casa, con sus persecuciones políticas y sus fusilamientos de rigor, pero al fin y al cabo beneficiosa para el conjunto de la sociedad que disfrutó de 40 años de paz y progreso, mientras Europa se hundía en la miseria y la depravación.

En cambio, J.J. sin discutir las bonanzas del régimen franquista, prefería mirarse en el espejo exterior comparando la zarrapastrosa dictadura Hitler con la de Castro, de la que dijo que, y cito textualmente, “dentro de lo malo por lo menos tiene grandeza”. Nada más cierto. ¿Cómo comparar los horribles uniformes negros de las SS con el caqui reluciente de los camaradas cubanos?

En realidad, estas diferentes preferencias dictatoriales dicen mucho de estos dos grandes hombres, y quienes los conocemos lo sabemos bien. Así como a J.J. lo que le va es la buena organización y los signos de grandeza como las botas hasta la rodilla, las cruces relucientes, sin son gamadas mejor, o los pantalones ajustados; Paco el minero es un hombre que mira más al interior. Y, sin temor a encorsetarlo, podemos afirmar que gusta, salvo en el caso específico de las catedrales, de los espacios reducidos, de la brevedad en la vestimenta, y de todo aquello que viene de lo más profundo de las personas.

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