J.J., TU TAMBIEN, HIJO MIO “Me lo dijeron ayer las lenguas de doble filo…”. Así podría comenzar este escrito, sino fuera porque no me sirve el conocido final “y me quedé tan tranquilo”. Nada de tranquilo, he quedado absolutamente destrozado. ¿Ustedes se pueden imaginar lo que supone que te descubran, con pruebas aparentemente irrefutables, que tu ídolo es con toda probabilidad un manipulador y mentiroso a la causa? Todo comenzó el pasado martes. Estaba desayunando mientras escuchaba, como hago habitualmente, Radio Ole, cuando el sonido del teléfono me sacó de un profundo estado de éxtasis. Una desconocida voz se limitó a citarme en un popular bar de la calle de la cruz a una determinada hora de la tarde, con la única indicación de que era algo gravísimo y con la consigna de que debía acudir con una máscara. Deduje que se trataba de una reunión de una suerte de logia masónica. Pese a las reticencias iniciales, la curiosidad y un cierto instinto de Belen Esteban me empujaron a acudir a la cita. El salon estaba sumido en una penumbra que apenas dejaba entrever las siluetas de los doce convocados a la enigmática reunión. Una mesa presidencial en la que se encontraban ya sentados dos personajes y diez sillas dispuestas en dos filas de cinco, eran el único atrezzo de tan austera escenografía. Todos los asistentes llevábamos máscara y no disimulábamos los intentos de adivinar quienes eran los restantes compañeros de viaje, lo que me hizo pensar que todos habíamos sido convocados en idénticas circunstancias de premura y misterio. El silencio era absoluto. De repente fue roto por la profunda voz de uno de los dos individuos que parecían presidir el acto. “Camaradas” – dijo la profunda voz- el motivo de esta reunión es anunciaros que entre nosotros hay un infiltrado socialista que pretende acabar con toda posibilidad de que alguna vez podamos conseguir el poder”. Voces de sorpresa y un intenso murmullo precedieron a un nervioso movimiento de cabezas en busca del anunciado traidor. “No quiero decir que esté aquí ahora – continuó - sino que se encuentra entre las filas de la 6ª. Y no es un cualquiera, es la voz no sólo de la 6ª, sino de los exmineros”. Los murmullos se hicieron más evidentes, y sólo la autoridad que desprendía la voz de la mesa consiguió callarnos. “Sí, compañeros, es él, J.J.”. En ese punto estuve a punto de levantarme y abandonar la reunión que consideraba a esas alturas una broma de mal gusto. No fui el único, los nerviosos movimientos de los compañeros de fila así lo delataban. Voces de incredulidad recorrían la vacía sala. Junto a mí alguien comentó: “Me están dando ganas de ir al lavabo”. “Te acompaño”, se apresuró a decir quien estaba a su lado, su enorme barriga me resultó familiar, pero enseguida la voz de la mesa volvió a cautivar mi atención. “Camaradas, por favor, sé lo duro que es para vosotros oír esto. Para nosotros tampoco ha sido fácil. Sólo os pedimos que escuchéis un momento y que saquéis vuestras propias conclusiones. Por favor, comienza”. El compañero de mesa de quien había hablado hasta ese momento se dirigió a nosotros por primera vez. “Camaradas atendamos a los hechos. Desde que nos descubrieron los esquiroles, ¿qué es lo que ha hecho J.J.? Ha hecho el ridículo en los medios de comunicación; se ha ido de copa a una famosa discoteca mientras los mineros estaban en la catedral; con el dinero que daban solidariamente, el comia en restaurantes mientras los mineros comían bocadillos, se ha ido a la feria, y de vacaciones mientras pedia solidaridad económica a los ciudadanos Ciertas voces de asentimiento de la mayoría de los asistentes acompañaron estas últimas palabras. “Camaradas – prosiguió la segunda voz -, J.J. no ha dejado nunca de ser miembro del Partido Socialista, nos ha engañado durante años, tenemos pruebas documentales de ello. Es el mejor servidor de los sociatas en este pueblo. Desde el inicio ha creado una farsa para que confiáramos en él y si no lo atajamos ahora acabará con nosotros. Sois los primeros en saberlo, en vosotros confiamos para que hagáis buen uso de la información. Y ahora marchaos y que tengáis suerte ahí fuera”. Salimos en absoluto silencio, cabizbajos, pensativos, derrotados. La mayoría terriblemente convencidos. Sólo la conocida barriga parecía animada e insistía en acompañar a su compañero de fila al excusado. En nuestras cabezas se repetía una única frase: “J.J.,Tú también, hijo mío”. Megafonoman
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