Tarjetas negras El señor Goirigolzarri, presidente de Bankia, en su ejercicio de hacer público –creo que un poco tarde- la golfada de las tarjetas negras de Caja Madrid no solo ha abierto a la opinión pública un nuevo caso de corrupción sino que directamente nos ha llevado de paseo por lo peor de la condición humana. Que una empresa privada dé tarjetas a sus ejecutivos e intente que esas sumas no les afecten a ellos sino que se pierdan en la nebulosa de la contabilidad creativa, es un delito fiscal y ahí se para: a pagar la multa y, si así lo marca la Ley, un tiempecito a resguardo del sol. Que una caja de ahorros con nombramientos políticos y consejeros representantes de los sindicatos, la patronal, los partidos políticos y algún que otro independiente con olor a afiliado lo haga, supera con creces el delito fiscal. Por lo variopinto de la formación y el acuerdo suena más a banda organizada en la que impera la ley de forrarse y el silencio. Lo variado de este nuevo bandolerismo le da connotaciones mucho mayores a un simple caso de corrupción. Curiosamente, gente tan preparada como un empresario que fue de éxito (Arturo Fernández) se justifica ahora como si desconociera que existen pagos en especie y que hay que tributar por ellos. La imagen que ofreció de arrepentimiento y casi asombro debería haberse coronado con un pompón rojo en la nariz. Pero aún quedan aspectos que hacen más patético y delirante este caso de corrupción. Gran parte del gasto de las tarjetas negras de Caja Madrid se hacen cuando la entidad financiera ya está quebrada. Cuando el artificio de las preferentes para reforzar capital se había logrado engañando con una extensa red de oficinas para sacar el dinero a los únicos que en ese momento estaban “dispuestos” a darlo: los pequeños ahorradores. El presidente Miguel Blesa corrió a tirar de tarjeta a toda velocidad cuando ya sabía que iba a ser cesado. Las fotos de cazador echado al lado de un hipopótamo con dinero a cargo de los preferentistas. Personas que se arruinaban mientras él se gastaba sus ahorros pegando tiros. El viaje de la Divina Comedia en esta puro. Maldad evidente sin necesidad de recurrir a los lamentabilísimos casos personales de personas arruinadas. Y, por último, la total y absoluta hipocresía de los que además de robar sin pudor se permiten dar consejos sobre lo que se debe o no hacer o se erigen como paladines de la defensa de los más desprotegidos. Al equipo directivo y a los políticos ni siquiera los incorporo a este grupo porque en este caso –lamentablemente- cualidades no se les suponen. En este grupo de hipócritas me quedo con los sindicalistas y con supuestos expertos en economía como el pródigo Juan Iranzo. Sindicalistas o Iranzo que en sentido contrario se han hartado de enseñarnos los caminos del bien y del mal. La justicia social, la defensa de los trabajadores, el trato justo a los depositantes de una entidad financiera que tiene también como objetivo cumplir con una obra social a la que destinar buena parte de sus beneficios. Iranzo siempre dispuesto a contarnos las bondades de la competitividad vía rebaja de salarios, colérico con los abusos de los trabajadores. Pues estos señores tiraban de su tarjeta con toda tranquilidad. El discurso a la galería y la pasta a la buchaca. Mucho más que un simple caso de corrupción. |