Navas de Oro - Segovia

A los obispos españoles ya no les vale con castigar a las que aborten con el fuego eterno; les parece poca pena. Si de ellos dependiese, esas mujeres y todos los que con ellas cooperen –desde el personal médico hasta los políticos que respalden la nueva ley– deberían estar condenados también a la cárcel, como unos delincuentes más. Concretamente, como unos asesinos o como sus cómplices necesarios: “No se entiende que quitar la vida de un ser humano inocente no pueda ser un delito”, afirma el portavoz de los obispos españoles, Juan Antonio Martínez Camino. Monseñor no se mete en los detalles de la pena. Tira la piedra y esconde la mano, elude la pregunta y ni confirma ni desmiente cuando le interrogan sobre si se habla de cárcel. Aunque si un feto es un ser humano más, como dice Camino, la respuesta es obvia. Artículo 138 del Código Penal: “El que matare a otro será castigado con la pena de prisión de diez a quince años”.

De las piadosas palabras del obispo se deducen dos cosas. La primera, que la Conferencia Episcopal Española –siempre a la ultraderecha del padre– no sólo odia al pecado sino también al pecador, al que hace tiempo que dejó de compadecer. La segunda, que los obispos son conscientes de que el infierno ya no asusta como antes; que hacen falta terrores más cercanos, como la trena, para que los devotos usen el libre albedrío como dios manda (por propia voluntad, naturalmente). Y es que el infierno ya no es lo que era. Juan Pablo II dejó dicho que no era propiamente un lugar sino un estado mental, y tuvo que llegar Benedicto XVI para corregir el dogma: “El infierno existe y es eterno”. Ambos, a su manera, tienen razón, que para eso son infalibles. El Infierno existe: es un estado mental que, por desgracia, parece ser eterno. Para muchas mujeres, el infierno son ellos.