La cena En Ronda, donde resido, vive don Diego de Sosa, y diréte, Inés, la cosa más brava dél que has oído. Tenía este caballero un criado portugués, pero cenemos, Inés, si te parece, primero. La mesa tenemos puesta; lo que se ha de cenar, junto; y el vino y tazas y a punto: falta comenzar la fiesta. Rebana pan. Bueno está. La ensaladilla es del cielo y el salpicón, con su ajuelo, ¿no miras qué tufo da? Esto, Inés, ello se alaba; no es menester alaballo; sola una falta le hallo: que con la priesa se acaba. Echa vino, y por tu vida, que le des tu bendición: yo tengo por devoción de santiguar la bebida. Bueno fue, Inés, ese toque; franco fue, mas yo, ¿qué hago? Vale un florín cada trago de este vinillo aloque. La taberna del esquina lo suele a veces vender; grande consuelo es tener la taberna por vecina. Echa otra vez, serán dos, ya que la cosa va rota. ¡Quién dél tuviere una bota para más servir a Dios! La ensalada y salpicón hizo fin; ¿qué viene agora? La morcilla, ¡oh, gran señora, digna de veneración! ¡Qué oronda viene y qué bella! ¡Qué bizarro garbo tiene! Yo sospecho, Inés, que viene para que demos en ella. Pues, ¡sus!, encójase y entre, que es algo angosto el camino. No eches agua, Inés, al vino, no se escandalice el vientre. Ande apriesa el trasaniejo, porque con más gusto comas; Dios te guarde, que así tomas, como sabia, el buen consejo. Mas di: ¿no adoras y precias la morcilla ilustre y rica? ¡Cómo la traidora pica! Tal debe de estar de especias. ¡Qué llena está de piñones! Morcilla de cortesanos y asada por esas manos hechas a cebar lechones. Vive Dios, que se podía poner al lado del Rey, al fin, puerco a toda ley, que hinche tripa vacía. Probemos lo del pichel, alto licor celestial: no es el aloquillo tal, ni tiene que ver con él. ¡Qué suavidad! ¡Qué clareza! ¡Qué cuerpo rancio y olor! ¡Qué paladar! ¡Qué color, todo con tanta fineza! El corazón me revienta de placer y a ti te veo cómo te va. Yo, por mí, que debes de estar contenta. Mas el queso sale a plaza, la moradilla va entrando, y ambos vienen preguntando por el pichel y la taza. Prueba el queso, que es extremo: el de Pinto no le iguala; y la aceituna no es mala: bien puede bogar su remo. Pues haz, Inés, lo que sueles; daca de la bota llena. Bebamos. Hecha es la cena, levántense los manteles. Ya, Inés, que habemos cenado tan bien y con tanto gusto, parece que será justo volver al cuento pasado. Pues sabrás, Inés hermana, que el portugués cayó enfermo... Las once dan; yo me duermo; quédese para mañana |