El Conde grinaldo -¿De dónde vienes, Gerineldo, tan blanco y descolorido? -Vengo de ver el jardín cómo quedara florido. -No me mientas, Gerineldo, que te voy a matar vivo. -Matadme, buen Rey, matadme, que la muerte he merecido, que dormí con la infantina debajo de vuestro castillo. A las corrientes del río, a las corrientes del agua, donde Gerinaldo daba de beber a su caballo. Mientras que el caballo bebe Gerinaldo echó a cantar: -Mes de Mayo, mes de Mayo, mes de las tantas calores, cuando los enamorados usaban de sus amores. -Si fueras rico en hacienda, como eres gran polido, dichosa fuera la dama que se casara contigo. -Yo como Soy su criado usted se burla de mí. -No me burlo, Gerinaldo, que de cierto te lo digo: no deseaba más nada, durmir dos horas contigo. del rey muy querido, cuando sale de palacio de hacer allí su servicio, en la puerta de palacio la infanta lo ha perseguido: -Gerinaldo, Gerinaldo, mi Gerineldo querido quién te pillara esta noche tres horas de mi albedrío. -No se burle la señora que criado vuestro he sido. -No me burlo, Gerineldo, que de veras te lo digo. -¿Y a qué hora, gran señora, se cumple lo prometido? -Entre las doce y la una, cuando el rey esté dormido. Daba vueltas Gerineldo, daba vueltas al castillo, y cuando ya comprendió que el rey estaba dormido, con pasitos sigilosos, al cuarto la infanta ha ido; la infanta, que lo aguardaba: -¿Quién ha sido el atrevido? -Gerineldo es, gran señora, que vengo a lo prometido. Lo ha cogido de la mano Y a su cama lo ha subido. Se pusieron a luchar como mujer y marido, con el trote de la lucha los dos se quedan dormidos. Llama el rey a Gerineldo que le alargue su vestido, y unos dicen: -No está en casa. Y otros dicen: -No ha salido. Y el rey, que lo sospechaba, al cuarto de la infanta ha ido. -Y si mato a Gerinaldo, tánto como lo he querido, tan bien que me había servido, y si mato a la princesa queda mi reino perdido, yo les meteré la espada pa que sirva de testigo. Con el frío de la espada, la infanta se ha estremecido: -Despiértate, Gerinaldo, mi Gerineldo querido, que la espada de mi padre con nosotros ha dormido. -¿Y qué podré hacer yo ahora que no sea conocido? Me marcho por los jardines a pisar rosas y lirios. -No te asustes, Gerineldo, y vuelve a tu servicio. Gerinaldo fue ante el rey, y la infanta lo ha seguido: -Perdónalo, padre mío, ya sabes lo sucedido, solamente yo deseo me lo otorguéis por marido. El rey, que lo deseaba, el permiso ha concedido: -Y así tendré a Gerineldo, un hijo más muy querido. Y celebraron las bodas muy llenas de regocijo. |